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ANA MÜSHELL: LA LUCIÉRNAGA Y ALEJANDRA PIZARNIK

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Puedo comprar libros por la portada, pero nunca por la contra. Puedo comprar libros por la autora, pero nunca por la sinopsis. Prefiero llegar a los libros sin estímulos previos, apenas sin recomendaciones. Así, más tarde, las sorpresas suelen ser más gratas. Algo así sucedió cuando abrí Maldita Alejandra (Lumen, 2022) la novela gráfica de Ana Müshell. Pensé que encontraría, quizá, una biografía ilustrada de la poeta argentina, pero no, no va de eso este álbum. Se trata de cómo los versos de Pizarnik acompañaron a la protagonista de esta historia en su proceso de salida de una depresión. Se trata de cómo los versos de la poeta suicida, qué paradoja, sirven de alimento para una larva que aspira a crisálida, una polilla que, tras conversar con Müshell, a mí se me antojó luciérnaga y ser de luz. Este libro es un pedazo de una intimidad con partes ficcionadas en el que Müshell se desnuda. Esto no va de Pizarnik, va de la valentía de la ilustradora al dar visibilidad a la salud mental. Esto no va solo de ilustración, sino de una manera de acompañar el dibujo con trozos de un lirismo que te eleva: “Me refugio debajo del edredón blanco: si salgo tendré que vivir”.

¿Cómo estás, Ana? 

Estoy muy bien ahora. Tras un año y medio de proceso, que en el libro aparece resumido, sigo en tratamiento. Soy de Jerez de la Frontera y viví un tiempo en Madrid, pero no me sentó bien. Encontré Granada, que es una ciudad maravillosa en la que puedo ir andando a todas partes. Esta ciudad me ha ayudado mucho en mi terapia. En Granada hay muchos “barrio refugio”, lugares muy tranquilos en los que puedes no encontrarte a nadie si lo necesitas.

 

“Ella creía que nadie quería sus poemas. Hoy sus poemas son tatuajes, y son canciones, y son asignaturas en las escuelas de escritura, y son conjuros que cantan las niñas góticas, y son cartas de amor entre amantes a un lado y al otro del charco, y son versos traducidos por las mejores editoriales, y son mediones en centenares de papers y de trabajos de fin de grado, y también de tesis doctorales que pretenden demostrar, por fin, el espo de una de las mayores poetas y pensadoras del siglo XX. Alejandra Pizarnik, escucha: te quieren”

Luna Miguel

 

El prólogo de Luna Miguel ya anticipa la belleza…

Luna es mi crush. Ayer, en una entrevista en Público, hablé de mis influencias; entre ellas, Sara Mesa, Luna Miguel y Mariana Enríquez. Luna está en un proceso de estudio del deseo muy interesante. Yo, como mujer, tras una ruptura de una relación larga, estoy aprendiendo a revisar mi deseo. Con Caliente, Leer mata y El coloquio de las perras, Luna me está haciendo aprender mucho.

Es fácil sentirse identificada con la situación de depresión y profunda tristeza que se narra en esta historia. Creo que, de hecho, la mayoría de nosotras pasamos por “micro-depresiones”, si se puede llamar así a esos momentos del día en el que, irremediablemente, te hundes.

Es que existen. Hay un libro que se llama La psicología del miedo, de Christopher André, donde te explica que estas micro-depresiones son momentos existenciales muy profundos, naturales en el ser humano, que parece no están permitidos en nuestro mundo actual.

¿Cuál fue tu primer contacto con la poesía de Pizarnik?

Empecé a interesarme por la poesía porque me regalaron una antología poética de Emily Dickinson. Yo pienso que no entiendo bien la poesía, que es un lenguaje abstracto todavía. Pero es como una droga: es fuerte, te saca de tu mundo. Yo pedí a mi ex que me buscase más poesía y que tuviera que ver con la melancolía: quería algo dark. A él le recomendaron Extracción de la piedra de la locura (1968). Fue leerla y pensar: “esto es, aquí veo algo mío”. Más tarde me regalaron los Diarios. Alejandra fue mi compañera de piso cuando me separé y me mudé a un apartamento pequeñito.

 

Interior de Maldita Alejandra

 

Hay una cosa que destaca en tu libro, que es el hecho de haber perdido a tu madre. 

Mi madre falleció hace ocho años. Era mi mejor amiga, ¡qué rabia me da haberla perdido! María José Galán tenía una personalidad muy fuerte. Sufrió depresión desde pequeña y una salud muy débil, pero nos dio todo a mí y a mi hermana. Todavía estamos ambas muy enamoradas de mi madre, y ella era una pieza imprescindible en Maldita Alejandra. Sigue siendo una pieza imprescindible para mí.

El duelo es algo a lo que nos enfrentamos todos tarde o temprano, y no nos enseñan a gestionarlo. Necesitamos que nos cuenten que en la vida pasan estas cosas. Necesitamos que nos enseñen a reconocer la ansiedad y el miedo, ¿por qué no recibir una educación emocional que nos prepare?

¿Qué te gustaría que la sociedad ofreciese a las personas con problemas de salud mental? 

Necesitamos una educación sobre salud mental que empezase en nuestra infancia. Es la infancia el momento en el que empezamos a tener problemas. Debemos normalizar esta dolencia, que es también física: el cerebro forma parte de nuestro cuerpo y sus conexiones no siempre funcionan bien. No todo el mundo, genéticamente, tiene el equilibrio perfecto. Gracias a un montón de literatura y de personas que se están abriendo, creo que se está dando una visibilidad muy necesaria a este tema.

Yo tengo mucha suerte porque mi padre me ayuda a pagar mi terapia de psiquiatría. Está claro que necesitamos más medios: no hay facilidades para llegar a la terapia que necesitamos. No vale con ir al médico de cabecera y que te medique directamente. Esa no es la cura: necesitas un tratamiento, comprender de dónde viene todo. Eso te lo da la terapia… y no todo el mundo tiene acceso a una buena terapia. En el momento en el que comprendes, tienes menos miedo. Comprendes tus síntomas, los tratas desde el cariño; dejas de sentirte culpable por sentir miedo, porque no es tu culpa. Tu contexto, tu infancia, la violencia de tu vida… la terapia farmacológica me ha salvado, pero no podría haber progresado sin la ayuda de mi psiquiatra.

“Quizá por esa certeza de que la familia moría…”. ¿Es la familia actual un mito? Por cuestiones políticas, se ensalza a la familia como sostén y salvadora de la sociedad, pero también es el contexto en el que suceden las mayores violencias, abusos, maltratos… ¿Tenemos que deconstruir la familia?

Por completo. En tu infancia, aprendes de tus padres: de sus rutinas, de su comportamiento, de cómo te aman… Mi familia, como todas, cometió errores. Ellos también adoptaron una forma de vivir que venía de nuestros abuelos, a los que se les pegaba con el cinturón. Nuestros padres evitaron eso, pero integraron una violencia, rigidez y carencia emocional que venía de la posguerra. No conozco, a día de hoy, familias que estén enteras y sanas. Muchas de las carencias emocionales que llevamos encima, muchos de nuestros traumas, y vértigos en la vida proceden de nuestros padres, de no haber podido hacer mejor las cosas a pesar del amor. Hay que desvirtuar y desmitificar a la familia sanguínea. Pizarnik y yo buscamos nuestra “familia postiza”, incluso más verdadera, fuera de la sangre. Un círculo afectivo que te entienda, te acompañe, te aconseje.

¿Cómo investigas, cómo eliges y compones este libro?

Fue difícil. Lola, mi editora, fue una madre para este libro; ella me dijo “¡Ánimo!” cuando elegí a Pizarnik. Ingenua de mí, tras hacer la biografía de Patti Smith, pensé en que no haría la biografía de una persona con una vida tan larga, setenta y pico años. Pizarnik vivió 36 años y me pareció más asequible: me confundí. Hay vidas muy cortas, pero muy intensas. Con 18 años leía a Rimbaud, Sartre, Baudelaire… no tiene nada que ver el tiempo que vive una persona con la profundidad de su psique o su obra literaria.

El proceso ha sido muy complejo: yo no soy erudita de su obra. He traído aquí la parte de su biografía que ha conectado con mi vida: la infancia, el amor, el deseo, el sexo, la soledad, el proceso creativo, la muerte. Ha sido un proceso precioso el de ahondar en una biografía tan distante de la mía. Me he adentrado en la vida de Pizarnik, en su familia, en sus amigos, en París. Nuestra Alejandra se va a Nueva York, sufrimos con ella, no le gusta. Viene a España. Vuelve a Argentina: decae por completa. Su biografía me ha conmovido de todas las maneras posibles. La leí mucho. Llegué a Cortázar, a Octavio Paz, a Silvina Ocampo, a Olga Orozco… Era extraordinaria la familia literaria que eligió.

¿Imaginas cómo sería la vida de Pizarnik si no se hubiera tomado cincuenta pastillas?

Sería una cascarrabias, una ermitaña. Seguro que se llevaría bien con Patti Smith. Cuesta imaginar a Pizarnik de vieja: eso implica que debería haber sobrevivido a una vida que ya no le aportaba nada. En este libro, me pregunto si Alejandra quería realmente terapia. Su primer psiquiatra la captó rápido y muy bien, supo pronto con qué personalidad se topaba. En cuanto empiezas a sentirte un poquito mejor en terapia, sientes la necesidad de abandonarla, es algo que pasa mucho: es demasiado pronto para eso. A Alejandra le sucedió eso. Pero no se había curado. Luego trabajó con otra psiquiatra; terapia que también abandonó, y estuvo ingresada en otros hospitales. Eso me hizo preguntarme si ella quería, realmente, curarse. ¿Esa cura la hubiera alejado de su personaje maldito?

Echando mucha imaginación, me imagino a Patti Smith y a Alejandra Pizarnik tomando café juntas, ambas con abrigo negro, con carpetas llenas de fotos de Rimbaud.

 

En pleno episodio de agorafobia y tras una ruptura amorosa, la protagonista de esta historia decide sumergirse en la enigmática vida de Alejandra Pizarnik, en cuyos diarios y poemas encuentra las palabras exactas para describir sus temores. Hasta que la poeta irrumpe en su apartamento sin previo aviso, con su abrigo negro e inundándolo todo de versos, papelitos llenos de palabras y humo de cigarrillos. Con ella también llegan las flores, los discos de jazz y una multitud de escritores que se mezclan con los platos sin fregar, las cajas de ansiolíticos y antidepresivos, y las copas de vino. ¿Podrá ayudarla la historia de la poeta mítica a comprender sus propios miedos y reconducir su vida?

 

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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