La verdad es que no recuerdo cuál fue la primera vez que escuché hablar sobre el suicidio. Supongo que será porque no se hablaba mucho de él. Sí recuerdo tener 15 años y llegar, un sábado de salida con mis amigas, media hora tarde a casa —mis padres me pusieron una hora de llegada que, por supuesto, era insuficiente para mí—. No había móviles, no entré en una cabina para avisarles de que me retrasaba. Estaba bastante asustada: un amigo mío, compañero de clase, había sufrido un desengaño amoroso y decía que se quería suicidar. Yo me quedé un ratito más con él, perdiendo la noción del tiempo, para tratar de consolarle. Llegué a casa y mi madre me riñó. Le conté, entre lágrimas, lo que le había pasado a mi amigo y ella no se lo tomó demasiado en serio. Y eso llamó mi atención: ¿cómo no podía ser importante algo así? María de Quesada
La segunda vez que escuché hablar del suicidio fue a través de la experiencia de otra compañera del colegio que, con 14 años, se aproximó al borde de una pasarela peatonal, encima de una vía de alta circulación, con la intención de tirarse. La rescató un hombre justo antes de saltar. Nunca volvió a hablar del tema.
Del suicidio sabemos más por las películas y los libros que por las noticias y las experiencias propias. Y es que, a día de hoy, como otros tantos temas que atañen a nuestra salud mental, sigue siendo un tabú lleno de lugares comunes y de frases estereotipadas que, además, son erróneas. He crecido leyendo o escuchando que la gente que amenaza con suicidarse no se suicida: que si alguien quiere acabar con su vida, no avisa. Que perro ladrador, poco mordedor. Que si en los medios se publican noticias sobre suicidios, se produce un efecto llamada. Que…
En España, el suicidio constituye un grave problema de salud pública. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2019 la tasa de suicidios fue de 7,79/100.000 habitantes/año, lo que lo convierte en la primera causa de muerte externa, con 3.671 fallecimientos/año, de los cuales 2.771 fueron hombres y 900 mujeres en 2019. Esto supone el doble de personas fallecidas que en accidentes de tráfico. Son cerca de 800.000 las personas que, según la OMS, se quitan la vida. Muchas más lo piensan o lo han pensado en alguna ocasión. Ahora, las tornas han cambiado: del suicidio hay que hablar para ayudar a prevenirlo. Y hay que saber cómo hacerlo.
María de Quesada sabe de lo que habla, y sabe hablar bien sobre ello. María es es licenciada en Periodismo y se dedica a la comunicación desde 2005. Madre de dos hijos (Alfredo, de 8 años y Julia, de 5), es profesora de yoga —una disciplina que utiliza como herramienta de autocuidado— y, entre otras cosas, realiza talleres sobre tratamiento del suicidio en medios de comunicación. Vergara acaba de publicar su libro La niña amarilla, un conjunto de testimonios —entre los que se encuentra el de la propia María—, que se define como un libro de relatos suicidas desde el amor. Mientras María escribía este libro, fundó la asociación sin ánimo de lucro La niña amarilla, a la que irán destinados sus beneficios, con el objetivo de prevenir el suicidio en diferentes ámbitos sociales. Como la propia María cuenta: “la principal intención de estas páginas es la de abrazar a todas las personas que hayan querido desaparecer alguna vez y comprenderlas; es la de ayudar a madres y padres a ponerse en el lugar de sus hijos e hijas adolescentes; es la de hablar sobre algo que sigue existiendo por muy incómodo y difícil de tratar que resulte; es la de ayudar a las personas que se encuentren en un momento especialmente complicado y animarlas a que pidan ayuda, hoy y ahora, a quienes las rodean”.
Todas las imágenes de este reportaje están tomadas por @frandesousa.
4 comentarios
Necesito contactar con María de Quesada como sea, por favor, ayúdenme a contactar con ella
Gracias
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