Ayer cuando terminé el libro sentí la necesidad de hacer algo. Algo útil, diría mamá. Caminé cinco kilómetros. Destino: el cementerio. Pensé que hasta lo más vital de mi día estaba vinculado a lo que no existe. O mejor dicho: a lo que solo existe en mi cabeza. Pensamientos, ensoñaciones, recuerdos, narraciones breves. Ahora, mamá es eso.
ANA NAVAJAS, Estás muy callada hoy
Ana Navajas (Buenos Aires, 1974) acaba de aterrizar en el panorama literario con Estás muy callada hoy (Seix Barral, 2022). Bendecida por autores como Pedro Mairal (La uruguaya) o Margarita García Robayo (Tiempo muerto), en esta novela la protagonista repasa su infancia, sus relaciones familiares y su vida como ama de casa y escritora a raíz de la muerte de su madre. Esta ficción tiene mucho que ver con la vida de su autora. Como su protagonista, Ana tiene tres hijos de 24, 18 y 13 años. “Cambiar los nombres me permitió una distancia extra. Fue una decisión tomada casi al final del proceso de edición. Durante el proceso de escritura me fue muy necesario escribir con los nombres reales de todos los personajes. Otra decisión posterior fue sacar el nombre a los personajes que no lo tienen, como el marido, los hermanos o el padre. Son personajes satelitales, el centro está puesto en los hijos como los principales canales para decir lo que quería decir. Muchas veces me preguntan si es un libro de maternidad o de duelo. O si es un libro sobre escribir. Creo que es todo eso junto, no tuve ninguna intención específica al escribirlo, no era consciente de estar escribiendo un libro acerca de ninguna de esas cosas, sino que esta historia es una síntesis de mis pensamientos solitarios que se fueron enhebrando de esa manera”.
¿Ha cambiado la maternidad, en algún caso, tu manera de trabajar?
En realidad, la escritura como algo que me tomo en serio apareció hace muy poco tiempo en mi vida, cuando decidí empezar a armar esta historia con forma de libro y con la intención de publicarlo. Me gustó mucho tomarme en serio la escritura como una actividad porque escribo desde siempre, de manera muy marginal e inevitable. Es algo que siempre estuvo ahí y, a veces, mirar con otros ojos a algo que está ahí desde siempre se hace difícil. No me dedicaba a escribir antes, así que la maternidad no cambió este aspecto en mí. La escritura seguía estando ahí permanentemente, como una forma de vivir y de mirar el mundo. Los hijos me abrieron la cabeza para empezar a mirar hacia otras cosas y me resultó interesante y enriquecedor ser madre para seguir escribiendo, se me abrió un universo nuevo.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
En realidad, todo es lo mejor. No me imagino no siendo madre. Eso no quiere decir que, a veces, no deteste ser madre y no quiera que se vayan y que me dejen en paz, no acompañarlos en cosas que tendría que acompañar, pero lo mejor es todo. Me defino como madre, es lo que más me constituye.
Como bien dices, tu libro no es una novela que solo aborde la maternidad o el duelo, sino también un puñado de pensamientos que están en la cabeza y que o dices, o escribes. ¿La muerte de una madre también estructura una vida?
Totalmente. Es algo que estructura mi vida y la decisión de que el duelo estructure la novela fue posterior. Tenía muchas cosas escritas antes de tomar la decisión de ordenar todos esos fragmentos de esa manera, con la muerte como columna vertebral. De alguna forma, su pérdida vertebra mi vida, es un antes y un después ser hija y ser huérfana. No dejas de ser hija, pero tu madre no está. Y sí está, porque está siempre en tu cabeza. En este libro hablo de maternidades muy fuertes, muy presentes, con todo lo que esto trae consigo. No es una maternidad edulcorada; mi madre era una madre muy presente, pero también muy estricta y exigente. En muchas cosas está todo el tiempo en mi cabeza. Hay muchas cosas que quiero hacer igual que ella, otras que quiero hacer de la manera opuesta. Siempre está. Su muerte transformó mi vida.
Leí que habías hecho un taller de literatura con el autor Pedro Mairal. ¿Encontraste en ese taller la manera de unir todos estos retazos de vida que plasmas en tu libro?
Sí, así es. Estos retazos que yo venía escribiendo ya empezaban a tener cierta lógica, cierta unión entre sí aunque fueran cosas que se superponían, pero empezaba a detectar que había algo que les daba entidad; con los ojos de lo que estaba escribiendo, empecé a mirar lo que pasaba alrededor e imaginaba qué es lo que quería que me pasase mientras estaba escribiendo. Quería entrar en ese estado receptivo en el que todo lo que pasa sirve para escribir. Es un estado que desaparece, no hay que darlo por sentado. Cuando sucede, hay que aprovecharlo. Cuando hice ese taller con Pedro, que duró unos tres meses, me pasó algo muy importante, y es que él me habilitó. Me dijo que le interesaba lo que yo estaba escribiendo. A mí me parecía que lo que yo escribía no le interesaba a nadie y que yo lo hacía por una necesidad muy visceral. Él fue clave en el proceso, fue muy insistente al respecto. Después del taller, cada vez que me lo encontraba en algún día me preguntaba cómo iba este diario, si lo iba a publicar. Le mandé el manuscrito y él me ayudó a conectar con editoriales. Su validación fue fundamental para el libro.
Hay una frase en la contra tu libro que resume todo el objetivo de esta obra: “Pero, ¿quién es ella, ella sola, sin tener que ocuparse de nadie?”. Todo lo que pasa en este libro tiene que ver con su papel como hija, como huérfana, en su papel como esposa, en su papel como madre. Siempre en relación con los demás. ¿Estaba la respuesta antes de la pregunta o has contestado a través de tu escritura?
Creo que, de alguna manera, inconscientemente, es una pregunta que me sirvió para articular el libro, para poner en escena la escritura como una forma de encontrar la identidad. Esto es lo que quiero hacer, en lo que me quiero convertir: en una persona que escribe. ¿Quién es ella cuando está sola? Es alguien que escribe.
“Pocos días después de que mi mamá muriera, renuncié a mi trabajo. Murió mi madre y decidí convertirme en madre. Lo único que iba a ser de ahí en más era madre, la mejor madre”. Es una decisión gruesa, ¿verdad? Partes de que una figura en tu vida, muy importante, ha desaparecido y tú decides ejercerlo con todo el empeño, queriendo ser la mejor.
Con la mejor intención, ¿no? Yo tenía un trabajo, hasta ese momento, que no me gustaba desde hacía tiempo. Sí escribía, pero cosas que no me interesaban, que tenían que ver con un mundo anti-literario que no me interesaba. De repente, cuando te pasan cosas extremas o extraordinarias como la muerte, de alguna manera bastante irracional te sientes habilitada a patear el tablero y decir que ya no quieres hacer más lo que estás haciendo. Pensé qué me gustaría hacer, que era ser madre, y quise ser la mejor madre. Ahí fue cuando comencé a escribir esto.
Publicaste este libro, por primera vez, en 2019. ¿Estás trabajando en algo nuevo?
No, soy muy lenta escribiendo. Mi libro es corto, pero empecé a escribirlo en 2015. Lo hago muy despacio, trato de hacerlo sin sufrimiento, con mucho placer y visceralidad. Lo que sí hago permanentemente es escribir fragmentos de cosas, tal como hice en ese momento. Si encuentro una coherencia, si encuentro un tema como en ese momento encontré el de la muerte de la madre, la identidad, el ir y venir de un lugar a otro sin sentirme cómoda en ninguno; el de la separación, que fue posterior al libro… Tenía el libro listo, ya con las correcciones, pero no encontraba el final. Cuando tuve esa conversación con mi exmarido, pensé en esa cosa monstruosa que tiene la gente que escribe: que esa situación me servía para el final del libro.
Estás muy callada hoy sigue los pasos la narradora en Buenos Aires tras la muerte de su madre y sus ocasionales viajes a provincias para visitar a su padre, que ahora vive solo en la casa donde ella creció. El lector la ve en diferentes roles: como madre de dos hijos, esposa, hija, hermana, pero también como una niña sin madre. Con el paso de los años empieza a preguntarse quién es cuando está sola, sin tener que cuidar de nadie más, cuando deja de atender las necesidades de las personas que la rodean.
Recordando su infancia, sus relaciones con sus hermanos y con su madre, notando que ella no está más cerca de su padre ahora que antes de enviudar, también ve crecer a sus hijos. Sus dos hijas, Rosa y Elena, ya no necesitan mucho de ella, pero el menor, Pedro, tiene extrañas obsesiones y sufre mucho. Y frente a ella, siente que cada vez tiene menos en común con su marido, lo que le llevará a replantearse su matrimonio.