La escritora y periodista Montserrat Roig murió demasiado pronto (a los 45 años, en 1991), pero dejó tras de sí una obra que fue moderna en su momento y que sigue agitando treinta o cuarenta años después. Bien lo sabe su biógrafa, la filóloga y escritora española, Betsabé García, especialista en la historia del discurso feminista contemporáneo en Cataluña y España. Betsabé, que publicó en 2016 Con otros ojos: la biografía de Montserrat Roig (Roca Editorial), vuelve la mirada de nuevo hacia Roig, esta vez desde Mundo hetero: La teoría feminista de Montserrat Roig (Paidós, 2024), un libro imprescindible para entender y saber contextualizar la riqueza de los personajes y las historias que posteriormente construyó en novelas como Tiempo de cerezas, Ramona, adiós o La hora violeta (los dos primeros reeditados recientemente por consonni).
Y es que, como versa la cita de la propia Roig con la que García elige abrir este estudio —acompañada, a su vez, de otra cita de Orlando de Virginia Woolf—, «el tema de la mujer da miedo. Y da miedo porque va más allá de los condicionantes económicos y sociales de la estructura actual, porque ataca al subconsciente y, atacando al subconsciente, ataca al poder del hombre». No obstante, los textos antologados en este libro se publicaron originalmente en un volumen titulado ¿Tiempo de mujer? (publicado en 1980) y son cuatro de los pocos textos teóricos sobre género de Roig. García ha reorganizado los textos atendiendo a los cuatro grandes temas que vertebran la obra de Roig: la influencia castradora de una mala educación —«El patriarcado católico»—, la naturaleza del deseo —«Follar y amar»—, el sexo como mecanismo de poder —«Un secuestro ontológico» y el debate interminable con el eterno masculino —«Feminismo: esa filosofía de segunda». García se ha centrado en seleccionar los textos en los que Roig reflexiona sobre qué es ser mujer «en el sentido existencial y en cuanto a significante producido por la cultura».
García define la heterosexualidad en relación a la imposición como sistema social y base de todo fundamentalismo, apuntalada en las instituciones del matrimonio y la maternidad «como mecanismos de sujeción». Es por esto que, sobre todo en la posguerra —permitámonos pensar que las cosas están evolucionando—, la heterosexualidad se convirtió en dictadura moral. Montserrat Roig tuvo que enfrentarse a un arduo proceso de introspección para analizarse y comprenderse más allá de sujeto producido por la dictadura: ella era una más, era una mujer. El feminismo anglosajón le brindó las herramientas: su curiosidad hizo el resto.
«Tenemos a una Montserrat Roig muy lúcida escribiendo este puñado de artículos, que son muy pocos—cuenta García—. Dentro de estos textos teóricos, ella plantea todos estos conceptos: desde lo que es la explotación constante de la masculinidad frente a la feminidad para definirse como tal, más tarde se refleja en sus novelas. Es un texto fundamental para entender bien cómo construye posteriormente sus novelas y posteriores artículos periodísticos. La pena es que Roig murió muy joven, ya no le podemos pedir más, pero es que estos textos son una joya que, efectivamente, debemos ubicar en ese mundo tremendo, de mujeres con carreras y deseos muy lícitos frustrados».
En tu estudio introductorio a la antología de textos de Roig señalas la heterosexualidad como problema. ¿Qué es el mundo hetero?
Es el mundo en el que se crio y educó Montserrat Roig, y también el mundo que vivimos ahora. Es la manera en que funciona el mundo, cómo se ha estructurado la política sexual que, básicamente, hunde sus raíces en la ideología agustiniana del primer cristianismo y que arranca en la antigua Grecia, y que postula esa idea de que el cuerpo humano es, de cintura para arriba, el hombre, mientras que la mitad inferior es la mujer. Desde la filosofía de San Agustín, existe esta falacia de que todos formamos parte del mismo cuerpo y somos iguales, puesto que se considera que las mujeres se ocupan de las partes inferiores —lo inmediato—, mientras que el hombre es el que se dedica al pensamiento, a lo abstracto: es el que posee el poder, lo que dibuja el mundo en el que vivimos.
Esta idea se encuentra en otras religiones: no olvidemos que la heterosexualidad tiene una base religiosa, así comienza la Biblia, con Adán y Eva. Amélie Nothomb lo explica estupendamente en Ni de Eva ni de Adán. Cuando llegamos a nuestra cultura española, vemos cómo, efectivamente, esta radicalización de la heterosexualidad hace que sea el hombre el que defina los mapas del mundo y la posición que tiene que ocupar la mujer.
Todo este concepto de la heterosexualidad huele mucho a patriarcado.
Es que el patriarcado no existe sin la heterosexualidad: es como una dialéctica. No existe un concepto de dominador y dominado que vayan por separado. El pensamiento patriarcal es hegeliano. Si no existe el esclavo, no existe el amo. Para que esta masculinidad se instaure en el poder, necesita tener algo que esté sometido, en este caso, es la mujer. Un concepto al que se dan todas las características negativas del mundo masculino. La mujer es envidiosa, manipuladora, poco inteligente, racional… mientras que el hombre es honesto, racional, sabio. Para que esa masculinidad dominadora se modele, necesita un dominado.
En el estudio señalo ese mundo que le tocó vivir a Montserrat Roig. Ella nace en 1946, en plena posguerra, en su fase más dura. En ese momento, en los discursos de Falange Española se ve claramente cómo se construye esta masculinidad fascista con la dialéctica de la violencia, de las pistolas. El discurso de la Sección Femenina es de autohumillación: las mujeres tienen que aceptar su lugar secundario, sin aspiraciones. Montserrat Roig, en uno de sus artículos, reproduce el himno que las niñas tenían que aprender de memoria en las escuelas acerca de cuál debía ser su función, es decir, vivir de cintura para abajo. El feminismo fue arrasado con la Guerra Civil. No quedó ninguna resistencia: todos los avances del feminismo en los años 30 desapareció, se evaporó. Roig fue muy crítica también con los hombres del PSUC, que pedían lo mismo: que la mujer estuviese en casa, atendiendo a los cuidados. Las mujeres no eran consideradas como iguales. El antifeminismo era lo normal, fuera de derechas o de izquierdas.
En la época del destape, la izquierda que quería ser feminista (hombres) defendía que la pornografía era una liberación para las mujeres. Otra vez, las mujeres de cintura para abajo. Se construyó un discurso basado en la idea de que las mujeres estaban reprimidas sexualmente, no los hombres. Cuando no era una represión meramente psicológica, es que había leyes, una amenaza real. No olvidemos el delito de Adulterio. Además de que, si habías tenido una relación extramatrimonial, lo más probable es que acabases asesinada y que todo el mundo terminase dando la razón al marido agraviado. Se justificaba la pena de muerte incluso fuera de la ley para las mujeres. Y siguió tras el fin del franquismo.
Pilar Primo de Rivera aleccionaba a las mujeres para que fueran buenas amas de casa, esposas y madres. Sin embargo, ella se aprovechaba de las ventajas de no asumir ninguna de esas “funciones”.
Es la falacia fascista por excelencia. El discurso fascista hablaba, en algún momento, de igualdad, pero ya conocemos lo que pasó después. El fascismo sin la mentira no podría existir. Las mujeres eran educadas para ejercer sus funciones en posiciones humillantes, con la cabeza gacha, mientras a los hombres se les invitaba a llevar siempre la cabeza bien alta. De esto hablaba también Simone de Beauvoir en El segundo sexo.
La heterosexualidad es una ley bíblica, religiosa, presente en el islam, en el cristianismo y en todas las religiones. Mientras se mantengan estas instituciones y estructuras, será difícil que exista la igualdad. Es un trabajo brutal cambiar la mentalidad de esta manera. Pero ahí estamos, supongo.
La maternidad se ha reflejado, durante siglos, en esa madre perfecta y también irreal que es la Virgen.
Me encantó leer a Marcella Althaus-Reid, que era una teóloga y escritora argentina, que escribió una fantástica crítica al cristianismo desde una perspectiva de género. Por más que queramos ser ateos, la base de nuestra cultura es el cristianismo, una religión que no se encuentra condicionada por el rito, sino que es teología.
Roig habla mucho de la Virgen María, de ese modelo que se impone, que las niñas tenían que imitar. Sin embargo, personajes teológicos como la Virgen son personajes vacíos. Todas las mujeres del entorno de Cristo, de hecho, se llaman María, lo que indica su dimensión simbólica. ¿Qué representa la Virgen en el mito judeocristiano? La heterosexualidad. Ni tan solo es la representación de una madre: no hubo una relación sexual para que su hijo naciese. El padre en esta historia es una entelequia.
Así pues, el problema de la Virgen es que se trata de un vacío: puede representar lo que tú quieras cuando tú quieras, puede significar cualquier cosa. Es una forma proteica que puede representar el fascismo, el progresismo, la maternidad, la viudez… cualquier cosa. Según la arqueología, las primeras imágenes de Cristo aparecen trescientos años después de su muerte, y se le representaba como a un chaval joven. Sin embargo, cuando fue necesario representar a dos sexos por separado, es cuando se le otorga la cara de Zeus y surge la figura de la Virgen, la reina de los cielos: ella nace para representar la heterosexualidad. Es ahí cuando se plantea que las mujeres deben ser las guardianas de la heterosexualidad. La homosexualidad se condena (ya se hizo en la Biblia). Y se estructura como ley en la Edad Media.
La Virgen, de ahí, siempre es madre: esto era una cuestión práctica. La madre seguía siendo vista como un jarrón, una especie de incubadora del hijo del marido. El medio para perpetuar su linaje, el del padre — siempre en el nombre del Padre—. Y sigue estando muy presente, aunque se intente modificar. Esto era tomar a la Virgen como modelo. Lo que también implicaba que la virginidad de la madre fuera esencial para garantizar la paternidad, el patriarcado. La Virgen se utiliza con este valor y, en el fascismo, subraya la superioridad de la masculinidad: las mujeres son solo la parte inferior de su cuerpo, las que paren el hijo del padre.
¿Cuáles son tus textos favoritos?
Me gusta mucho el texto sobre el parto, sobre cómo los hombres han ido desapareciendo de la escena del parto. Me gustaron mucho las entrevistas de trans histórico: el movimiento trans tiene una historia detrás interesantísima, es puro concepto. Tiene una filosofía apasionante. Las entrevistas a Katy y Samantha, dos transexuales, no tienen desperdicio.
Más allá del artículo periodístico o la entrevista, y sin olvidar su obra narrativa, en Mundo hetero descubriremos las líneas maestras del pensamiento de Montserrat Roig para que podamos entender mejor su obra y su forma de concebir el mundo. En esta nueva antología, Betsabé García, biógrafa de la autora, ha reunido sus reflexiones sobre el feminismo como movimiento social, pero también sobre la mujer como tema, como supuesta identidad, y sobre lo que Roig define que es ser mujer. García ha seleccionado y reorganizado los textos de esta edición según los grandes temas que tejen la obra de Roig: la influencia castradora de una mala educación, el debate interminable con el eterno masculino, el sexo como mecanismo de poder, la naturaleza del deseo y su impronta en nuestros cuerpos, y la heterosexualidad como problema.
Montserrat Roig tuvo que enfrentarse a un arduo proceso de introspección para analizarse y comprenderse más allá de sujeto producido por la dictadura: ella era una más, era una mujer. El feminismo anglosajón le brindó las herramientas, su curiosidad hizo el resto. Mundo hetero nos invita a ser partícipes de este proceso.