Debe ser bonito ser Blanca Gago (Barcelona, 1976). Imagínate que caen en tus manos los originales de autoras como Jane Lazarre, Ursula K. Leguin o Tillie Olsen. Imagina que las descubres por primera vez. Y que eres, también, de las primeras que lo haces, puesto que esas obras caen en tus manos para que las traduzcas al español.
Imagina que no solo traduces, sino que también escribes. Seguro que las conexiones entre la traducción y la escritura propia producen chispas y nuevas conexiones, a su vez. Imagina, también, que en tu camino se cruza la maternidad. Blanca es madre de dos criaturas: Celia, de 10 años y Nicolás, de 8. Seguro que las conexiones entre tu trabajo y tu maternidad también provocan chispas y nuevos temas que explorar.
Esto ha pasado en el último libro de Blanca, La Cascada (Carmot, 2021): la conexión entre muchos temas, entre varias “cosas de mujeres” que antes estaban igual de conectadas, pero no aireadas. Maternidad, relaciones tóxicas, violencia machista. No sé a ti, pero a mí me sucede algo curioso: intento llegar a los libros lo más “virgen” posible. Lo que me lleva a un libro pocas veces es la contraportada. En ocasiones, lo que me lleva a él es la portada. Cuántos libros he comprado por la portada, madre mía. Y discos. En fin. Ese no es el tema. El tema es que el interior de La Cascada supera con creces la descripción de la contra, de las notas de prensa y de cualquier otra reseña que puedas leer. Abres el libro y, como una cascada, las letras se derraman con mayor o menor virulencia, dependiendo de los pasajes. Es un libro que supera todo lo que se pueda escribir sobre él. Ahora que lo pienso: dice la contra (la he leído al terminar el libro) que este libro tiene una potencia infinita. Y tiene razón Carmen G. de la Cueva al decirlo en su prólogo, que también es realmente potente, un bonus track añadido.
Nosotras también tenemos un bonus track para ti: hemos hablado con Blanca sobre su profesión y sobre su maternidad. Sobre traducir, sobre escribir, sobre criar y sobre crear.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?
Antes de ser madre, trabajaba en una institución cultural y también escribía y traducía. Cuando me quedé embarazada de mi hija mayor, me metí de lleno en la crianza. Con dos hijos muy seguidos, enterré la escritura, la traducción, la literatura, esa parte de mí tan importante. Durante cuatro o cinco años, viví en la nebulosa de la crianza intensiva, las noches sin dormir, el día a día con dos niños pequeños y un trabajo a media jornada. Apenas podía concentrarme, no tenía ese espacio mental que requiere la escritura, la creación. Sin embargo, eso cambió con el tiempo: cuando mis hijos crecieron y pude organizarme y dormir mejor, otorgué un nuevo espacio a la escritura, la traducción, la reflexión… Ahí afloró toda la fuerza creativa que se había gestado esos años, y empecé a trabajar con un entusiasmo nuevo y maravilloso, hasta que decidí dedicarme por completo a la traducción y la escritura, y a lo largo de estos últimos años he publicado muchas traducciones y algunos libros. La cascada es el último de ellos.
¿Cuál es la huella de tus hijos en tu trabajo?
El cambio, la sacudida que supuso para mí la maternidad ha dejado una profunda huella en mi manera de enfocar la vida y, claro está, en mi trabajo. Mi experiencia ha condicionado mis lecturas, porque tras ser madre fue cuando de verdad me interesé por la literatura escrita por mujeres, el feminismo… Todo eso ha influido en mis historias, mi lenguaje, mis personajes y mi visión del mundo.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Lo mejor de la maternidad es la fuerza que te brinda, la posibilidad de renacer, replantearte las prioridades, los esfuerzos. La posibilidad de acompañar a nuestros hijos en su desarrollo nos abre un sinfín de puertas, aprendizajes, oportunidades. Podemos aprovechar esa fuerza, encauzarla y crecer muchísimo, y en ese proceso, la creatividad desempeña una función primordial. Lo peor es que, si las circunstancias no son favorables a ese crecimiento, si estamos solas, agobiadas por la falta de tiempo y/o dinero, no podremos detenernos, respirar, valorar ese proceso de desarrollo que, al final, se puede volver en contra nuestra. Las posibilidades se convierten en un montón de cargas, culpas, obligaciones y responsabilidades que nos abruman, nos agotan, nos someten. Es muy importante ser consciente de todo ello, compartir las tareas del día a día, saber pedir ayuda, reconocer y respetar nuestros límites. Solo así podremos ofrecer modelos válidos a nuestras hijas e hijos y disfrutar de la maternidad como un camino largo, lleno de ambivalencias y oportunidades.
Has traducido a autoras como Tillie Olsen, Jane Lazarre o Ursula K. Leguin. ¿Qué sientes al enfrentarte a sus textos y tener la responsabilidad de encontrar la mejor manera de expresarlos en nuestro idioma?
Para mí, enfrentarme a un texto para traducirlo es uno de los mayores placeres de mi vida, y lo hago con una mezcla de emoción y nervios, muy ilusionada. Al principio avanzo a tientas y, poco a poco, voy empapándome de la historia, el lenguaje, la voz de la autora, familiarizándome con ella hasta sentirla muy cercana, y avanzo entre la maraña con paciencia, hasta que, en cierto punto, todo empieza a encajar, con sus misterios y evidencias. Es un proceso mágico, un reto que me obliga a salir de mí misma y apropiarme del texto para luego recomponerlo; un camino que requiere empatía, imaginación y la voluntad permanente de explorar y tensar los límites del lenguaje.
¿Cómo te convertiste en escritora? ¿Cómo fueron tus inicios y qué conclusiones sacas sobre tu vivencia como creadora varios libros más tarde?
Aunque siempre he escrito, me costó mucho publicar, pensarme como escritora. Mi trabajo como traductora me ayudó, pues, al fin y al cabo, la traducción es una forma de escritura que obliga a una lectura atenta en la que debemos desgranar los mecanismos y las piezas que componen una obra literaria. Aun así, tuvo que ser mi amigo Ignacio Caballero quien me animara a escribir en serio. Juntos hicimos Rara avis, retablo de imposturas (Montesinos, 2009), un libro de relatos donde mezclábamos verdad y ficción, géneros literarios… Fue una experiencia clave, porque ahí aprendí sobre la autoexigencia, la disciplina que conlleva la escritura, muy necesaria a la hora de asumirla como parte de ti. Con el paso de los años, he lidiado con muchas inseguridades e impedimentos de toda clase. Es difícil perseverar, pero, con el impulso que me dio la maternidad, he ido sorteando todas esas piedras y encontrando, de alguna forma, la disciplina necesaria para seguir escribiendo y traduciendo.
¿Cuál es el germen de La cascada? ¿Qué te llevó hasta este relato?
La cascada surge de una voluntad de explorar la violencia contra las mujeres desde varios frentes, desde que somos niñas y nos van inculcando estereotipos y construcciones, minando nuestras posibilidades, apartando nuestros anhelos y necesidades. Así, la protagonista, Nathalie, es una mujer que se deja llevar por las circunstancias, se doblega a la soledad, la vergüenza, el silencio, la incomprensión de su familia, el desprecio de su pareja. También me parecía importante cuestionar hasta qué punto la imagen que tenemos de nosotras mismas y nuestras capacidades condiciona nuestras relaciones de pareja, la maternidad, los logros y fracasos de nuestra vida. Finalmente, quise ahondar, y eso es algo que se repite en todos mis libros, en el poder redentor del arte, que no es algo abstracto que podemos disfrutar y ya está, sino más bien, tal y como yo lo concibo, un refugio, un aprendizaje de nosotras mismas, una herramienta para crecer y superarnos.
Habla Carmen G. De la Cueva sobre la mujer borrada en el prólogo de tu libro. Como mujeres: ¿cómo dibujarnos, cómo redibujarnos? ¿A través de qué o con qué instrumentos?
Es muy fácil quedar borrada, y a veces, muy difícil darse cuenta, agarrar el lápiz con firmeza y definir, o redefinir, nuestros contornos, nuestros límites. Se trata de un proceso que requiere una lucha constante, estar alerta, porque la sociedad en que vivimos tiende a diluirnos. Para esa lucha, tenemos cada vez más modelos, apoyos, herramientas, pero también es cierto que muchos de ellos no llegan al ámbito cotidiano, familiar, de muchas mujeres. Si no disponemos de ellos, o ni siquiera sabemos que existen porque no los encontramos o nadie nos los muestra (en nuestro entorno, en los libros que leemos, en la cultura audiovisual, etc.), nos acabamos conformando con nuestra invisibilidad. En este sentido, la literatura es una herramienta clave: las historias que escuchamos desde pequeñas nos ayudan a conformar un imaginario que llevamos interiorizado toda la vida.
Abordas la pérdida desde un punto de vista muy limpio, muy puro. Pero el libro te deja pensando en cómo será la vida de Nathalie, esperamos casi una segunda parte, una reconstrucción. Aunque no lo hayas escrito, ni tengas intención de hacerlo… ¿has pensado sobre ello, sobre en esa posible reconstrucción?
Me gusta pensar que cada lector puede reconstruir a Nathalie, imaginar la continuación de su vida, el renacer de su identidad desde la esperanza.