La maternidad es, probablemente, el asunto que menos ha ocupado las cabezas de los filósofos. Llama poderosamente la atención que estos hayan dedicado tantas páginas a las relaciones humanas que dignifican la existencia desde hace más de veinticinco siglos —la amistad, por ejemplo, todo un trending topic de la Antigüedad— y que sea difícil encontrar reflexiones acerca de ese peculiar modo de ser en el mundo que es ser madre y que dignifica la existencia desde hace más de veinticinco siglos. Como si la maternidad no fuera todo un fenómeno.
Séneca escribió muchas consolaciones —hasta me pone el término—, una suerte de libros de ayuda al otro. El cordobés redactó numerosas de estas largas cartas para consolar de desgracias para las que siempre será difícil encontrar consuelo, tampoco el de la filosofía. Por pérdidas de seres queridos y para sobrellevar el luto (incluso estableciendo tiempos ajustados a los duelos sensatos y a los duelos patológicos), para dar el pésame por el incendio de la ciudad del consolable, por su destierro, una terrible forma de muerte para los antiguos mucho antes de que se inventara eso de que no tener patria te convierte en ciudadano del mundo (o en un turista). Todos esos nombres romanos tan musicales, Marcia, Rutilia, Livia, desfilan en unas epístolas que no esperan respuesta, sin hilos. En ellas se afirma que el punto de partida del estoico consiste en ver que la vida no nos quitó todas esas cosas, sino que, todo lo contrario, nos las dio y que cuando nos las quitó no nos las hubiera quitado si, como para el estoico, hubiera existido una distancia entre todas aquellas cosas que nos puede quitar la fortuna y nosotros mismos.
En la consolatio a Helvia, Séneca consuela a su propia madre del mal que le acaece, que es a la vez el mal de quien la consuela, su hijo, inaugurando así un nuevo género oratorio, como él mismo sospecha. Séneca, para frenar el dolor de su madre por su exilio en Córcega, le dice que no solo no es un desdichado sino que ni siquiera puede llegar a serlo: “Mamá, ¿qué es el exilio acaso? Solo un cambio de lugar. ¿Y no son entonces todos los urbanitas romanos en el fondo unos exiliados de sus pueblos? Además, mamá, ¿acaso el alma no está siempre de viaje, como el sol y como ahora yo? ¿No hubiera sido peor que me hubiera echado de mi ciudad la peste? Mamá, me he traído conmigo las virtudes estoicas, no estoy solo. Y además, también desde aquí puedo ver el cielo, ¿qué me importa lo que piso? Mamá, para el hombre sabio todo lugar es su patria, porque su patria son las regiones sublimes”.
Lo único que puede calmar el dolor de una madre es calmar el dolor de su hijo, algo que parece ser una invisible constante humana, comparable al tabú del incesto. Es, en este raro fenómeno de la maternidad, donde la autoayuda es simultáneamente hetero. No es posible siquiera pensar la sociedad sin su existencia.