Salí de casa con los auriculares puestos, decidida a bajar con ritmo y alegría la calle San Bernardo y llegar a la calle Preciados de Madrid, en pleno centro de la ciudad, para encontrarme con la ilustradora colombiana Daniella Martí. Confieso que pensé que yo nunca, nunca, recomendaría un hotel en la calle Preciados a nadie, pues me parece una de las calles más horribles de esta ciudad. Pero me equivoqué, porque la calle Preciados no es una sino dos: la que va de Callao a Sol —puramente comercial— y la que se esconde y debería llamarse de otra manera, que es la que va de Callao a la plaza de Santo Domingo. A Daniella le habían recomendado la parte buena de la calle. Bien. Allí está el Hotel Preciados, lugar de nuestra cita. Antes de entrar, una escena de este Madrid incomprensible: tres personas, en la puerta del hotel, captaban ciudadanos para una cata de embutidos de pavo que se estaba produciendo en el hall. Pero aparte de estas cuestiones, el hotel también esconde el Café Varela, cuya parte interior tiene unas vistas preciosas a la calle de las Veneras, esta sí, una calle del Madrid castizo. Fue allí donde conversamos Daniella y yo, horas antes de la presentación de su último libro de ilustraciones, El presente (Bridge, 2022).
Daniella Martí es observadora profesional y, a través de sus viñetas, narra de lo que ve a su alrededor, en su día a día, con un toque de humor muy especial que esconde tras de sí una crítica social muy potente. En este libro, la ilustradora aborda los temas más recurrentes de su trabajo: el tiempo, la tecnología, las relaciones, el feminismo, la sociedad, la salud mental y la autoconsciencia. Cada uno de estos temas viene precedido de una reflexión en la que la humorista gráfica nos explica cómo surge su interés. Entre sus páginas encontramos a la mítica Carmenza, esa señora de alrededor de 80 años, que vive sola y que se ha convertido en la voz de la conciencia de muchísimas personas —que no tenemos 80 años, ni vivimos solas—: “Carmenza es así, físicamente, porque hay muchas señoras que son así, idénticas. Quise hacer un personaje que fuera lo más identificable posible, que pudieras estar por la calle, ver una señora y que te recordase a Carmenza, que realmente está basado en mi abuela”, desvela Daniella. Mirando a las Veneras y tomando un té, aprovecho la oportunidad de charlar con esta mujer nacida en Cali, residente en Valencia por amor, portadora de unos de los ojos más vivos que he mirado. Esa vida en sus ojos es la que le permite observar tanto y tan bien. Ahora lo entiendo todo.
Con 27 años, ¿tanto has vivido para todo lo que vuelcas en tus viñetas? Hay situaciones que se asimilan más a las mochilas que vamos llenando a nuestras espaldas a partir de los treinta largos, los cuarenta años… la carga a los 20 años, parece ser algo más ligera. Cuando vas asumiendo responsabilidades, hijos, facturas, relaciones.
Siempre he sido muy observadora, desde que era niña. Eso se fue haciendo más grande en mi adolescencia y empecé a interesarme por observar a la gente. Estudié Bellas Artes y todas las personas que tenemos una profesión creativa observamos algo. Si una persona se dedica a pintar paisajes, están observando la naturaleza. Yo observo a la gente, cómo somos, qué nos diferencia, qué nos une. Más que el aspecto superficial, más que la apariencia, me fijo en el comportamiento. Mientras estaba haciendo la carrera, de hecho, me planteé estudiar sociología, antropología o psicología, porque estaba pensando en cómo piensa la gente, por qué se comporta así, por qué llevamos tantos años comportándonos igual, prácticamente. Es algo que siempre me ha llamado la atención.


¿Por qué crees que llevamos tantos años comportándonos igual?
En el exterior todo cambia, todo se hace más moderno, tenemos la tecnología… pero seguimos siendo el mismo homo sapiens, con las mismas conexiones neuronales. A nivel fisiológico, no hemos cambiado tanto. El mundo ha evolucionado, pero nosotros seguimos igual. Y lo que nos rodea, a veces, va más deprisa que lo que nuestro cuerpo y nuestra mente evolucionan.
De todo lo que observas, ¿qué cosas llaman más tu atención?
Todos los protocolos sociales, todo lo que tienes que hacer para encajar en sociedad. Eso siempre ha llamado mucho mi atención porque siento que todos los seres humanos estamos haciendo performance constantemente. Vestirte de una manera para encajar en un contexto, cómo todos somos partícipes de eso… somos parte de mentiras. Nos hemos inventado todo. En estos días, estaba construyendo un monólogo de un tema que ahora me obsesiona: el dinero. El dinero es un papel, nos lo inventamos y solo tú le das el valor. Colectivamente, damos un valor a un papel, un invento humano que causa tanto daño… hay tanta desigualdad porque hay gente que no dispone de ese invento. Y no podemos parar esta farsa, estamos tan cómodos que salir de ahí da miedo.
“Nada más satisfactorio que darse cuenta de que uno ya no pertenece al lugar al que se aferraba” es una de las frases que más me ha llamado la atención en una de las viñetas incluidas en tu libro.
La verdad es que esta frase la escribí cuando era adolescente y tenía twitter. Empecé a escribir tweets y un día, revisando cosas que había escrito, lo vi. Pensé que esa frase todavía me resonaba y quería dibujarlo. Debía tener 17 años cuando la pensé.
Tus 17 años han venido a mis 40 a impactarme… Creo que hay un punto en el que el ser humano se empeña en tener trascendencia en un montón de lugares y tiempos en los que no puede estar…
Esa frase, en concreto, la escribí cuando estaba en la universidad y tratábamos el tema de los lugares comunes que todos frecuentamos —hospitales, iglesias…—. También hay personas que son lugares en los que una quiere estar. Cuando terminas un vínculo de pareja, de amistad, familiar… te aferras tanto a ese vínculo que luego se te hace muy difícil salir de allí. Pero cuando consigues salir, sientes mucho alivio.


En tu libro hay mucho humor… humor negro, satírico, hay mala leche… ¿qué es el humor para ti?
El humor es todo. Para mí es muy importante, es mi manera de ver el mundo. Las personas que nos dedicamos al humor, ya sea para hacer monólogos, series o humor gráfico, estamos tratando todo el rato de encontrar taras en la sociedad. Si hay algo aceptable, buscamos lo que no cuadra. Yo me encargo de observar eso y te voy a contar la tara que vi.
Estudiaste Bellas Artes, comenzaste a colgar tus viñetas y, sin ningún plan, de repente, descubres algo que apela a lo colectivo, a cómo nos podemos sentir. Y funciona. Tengo la sensación de que muchos de nosotros trabajamos para las redes sociales. Y lo hacemos gratis. Hay un montón de personas derrochando talento en las redes. A veces, eso se puede rentabilizar. Muchas veces, no. ¿Qué somos a través de las redes?
Nada es gratis, para empezar. Cuando te dicen que algo es gratis es porque el producto eres tú. Nuestra atención y nuestro tiempo es lo que regalamos a las redes sociales. Ayer estaba en una charla donde hablaba, precisamente, de esto: ahora, parece que todo necesita ser monetizado. Hay que capitalizar la maternidad y, por eso, la mamá muestra sus partos, a su bebé cuando nace… es un espacio privado y hay madres que necesitan que el mundo lo vea.
Justo en este caso, en el de las madres que necesitan enseñar a sus criaturas desde que salen de sus úteros. ¿Por qué crees que existe esa necesidad de no guardarse lo privado? Por supuesto, hay cosas que deben ser visibilizadas pero, ¿dónde están los límites?
Estamos en una fina línea entre la realidad y la ficción. Estamos acostumbrados a ver reality shows y tenemos la manera “gratuita” de hacer nuestro propio reality. Si veo un reality de las Kardashian y ellas muestran su vida, ¿por qué no voy a mostrar yo la mía? De pronto, le puede interesar a alguien. Es una falsa libertad: puedes hacer lo que quieras, pero realmente no sabes qué estás ganando con eso. Nos obsesionamos con la popularidad. Parece que todo el mundo puede ser popular y es mentira. No todo el mundo es popular: hay gente que tiene algo especial, que hace que se vuelva popular. Hay quien quiere ser popular a toda cosa, porque ser famoso en redes conlleva una retribución económica. Y es posible que piensen que vender su intimidad es la única manera de conseguir dinero. Vender a sus hijos, que les vean sus caritas cuando internet está lleno de pervertidos. Dicen que están compartiéndolo con un pequeño grupo de amigos, pero hay gente que lo comparte con millones de personas. Cada uno hace lo que quiere, pero es complicado porque siento que ninguna mamá va a dejar de proteger a sus hijos. No quieren que les pase nada malo, pero no entienden el peligro que está dentro de ese móvil, del mundo digital. Y no somos conscientes de hasta qué punto estamos exponiendo nuestra vida. No es lo mismo ir por la calle y que te sigan 20.000 personas a que te sigan en redes. Creo que, en la vida real, te sentirías horrible. Pero si te siguen en internet, no lo ves así.


¿Cuál es tu grado de exposición personal?
Trato de que sea mínimo. Yo expongo mis pensamientos, ¿qué hay más privado que eso? Mucha gente muestra cómo se ve, pero no lo que piensa. Me critico constantemente: no estoy arriba criticando a la sociedad. He sido prejuiciosa, machista, me hago la víctima muchas veces… me juzgo a mí misma también.
Si te paras a observar la maternidad, ¿qué observas? ¿te interesa observarla?
Me interesa, claro. Yo no soy mamá. Las únicas mamás que conozco son mi mamá, mi abuela… como mi ecosistema son las redes sociales, me doy cuenta de que la maternidad en internet está siendo usada para mostrar qué tan perfecta puede ser, a pesar de todo. Tienes que verte bien, ir al gimnasio, preparar a tus hijos pancakes con forma de corazón y azúcar glas, tu bebé es perfecto y nunca llora, tu esposo es el hombre ideal porque también hace cosas en la casa… es una vida perfecta. Esa idealización de la maternidad es súper perjudicial. Antes se idealizaban los cuerpos, después el maquillaje, la vida en pareja… y, ahora, la maternidad.
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