Conozco al escritor y editor Franco Félix (Hermosillo, Sonora, 1981) en la cafetería del Círculo de Bellas Artes. Hace calor en Madrid, pero lo que más me llama la atención es cómo vive alguien en un lugar como Sonora. Si aquí el calor nos quita las ganas de vivir, ¿cómo se hace para habitar un lugar que supera temperaturas de 45 grados? Pues se hace y se sobrevive. También se sobrevive al duelo, aunque a ratos sea difícil de creer. Hay pérdidas que te dejan coja, ciega, sorda, muda. Te cuentan que hay que salir de ellas, pero solo es posible vivir con ellas. Franco Félix ha escrito Lengua dormida (Sexto Piso, 2023) tras perder a su madre, Ana María, una mujer que, a lo largo de toda su vida, fue una gran incógnita para él.
Pareciera que, en ocasiones, los dolientes nos hermanamos. Es por eso que siento que no estoy entrevistando a un autor, sino que estoy conversando sobre todo lo que entendemos los que pasamos por esas cosas que nadie entiende hasta que las vive. La pérdida de Ana María agudizó en Franco su obsesión por descifrar las incógnitas de uno de los capítulos ocultos de su vida: antes de conocer a su padre, dejó atrás, en Ciudad de México, a otro marido y a cuatro hijos. Lengua dormida no es solo un relato, ni un libro de duelo, ni un conjunto de notas, ni solo un homenaje: es, también, la excusa para encontrar respuestas, para destapar violencias y pudores y tratar de seguir adelante.
Te diría eso y un poco más, Ana María. Que estoy aquí, arruinado, con dos brazos, escribiendo en cámara lenta este texto, redactando las palabras que te corresponden. No, el boceto de las palabras que te corresponden. Eso. Escribo aquí un discurso secreto para despedirme de ti.
¿Cómo de fieles son los recuerdos sobre los que escribes?
No hay mayor ficción que la autoficción. La novela tiene detalles, quizá el 98% del libro es tal y como yo considero que sucedió. No me atrevo a decir que es la verdad, pero es tal y como yo la percibí. Es un libro honesto y transparente, algo que me preocupa, porque hay una responsabilidad muy grande: el lector sabe lo que pienso, cómo percibo el mundo. En mis otros libros me he ocultado detrás de los personajes, tengo una obsesión misteriosa con endilgarle a personajes cosas que me suceden para que nadie piense que soy yo. En esta novela soy el narrador: es imposible escapar.
Tu madre, Ana María, en esta novela, tiene un nombre propio. Pero los nombres propios no abundan en este relato: están “papá”, “mi hermano”, pero ellos no tienen nombre propio.
No puedo decir que fuera parte de mi plan, pero el proceso de escritura me ha hecho enviar hacia el fondo de la escena a todos salvo a Ana María. Esta es su historia. Lo que me interesaba hacer en este libro es reivindicar su relato. En México, y seguro que acá también, el hecho de que una madre abandone a sus hijos causa estupor. Ahora agradezco un montón toda esta nueva literatura escrita por mujeres sobre maternidades disidentes. Estamos permitiéndonos reflexionar sobre causas y razones detrás del abandono que antes no existían. Si bien el libro no tiene nada que ver, porque ni soy mujer ni sé cuál es la experiencia, sí sé que mi madre pudo ser un personaje dentro de esta esfera. Te hablo de una esfera de hace 40 años, de un México mucho más conversador de lo que ahora es. La novela trata de migrar esta conciencia entre los lectores o fieles devotos a la Virgen de Guadalupe y estas historias de telenovela donde la mujer es condenada. Por esto Ana María dejó a sus hijos: de hecho, la novela está dedicada a mis hermanos, para que sepan quién fue. Eso también me sirvió mucho para ocultarme en la escritura.
Mi madre operaba en una lengua afónica, constituida primordialmente por un montón de silencios concatenados que denotaban ideas más o menos abstractas y otras más bien claras. No tiene ningún caso ofrecer un exceso de palabras a quien lleva una relación íntima con el mutismo.
¿Este libro es también un camino de búsqueda de lo perdido? ¿Forma parte de cómo estás gestionando tu duelo?
Este libro tiene tres etapas fundamentales: la primera está muy relacionada con la imaginación, el origen de mi escritura. El origen de nuestros padres delimita nuestra identidad, pero yo nunca supe nada del pasado de mi madre. Es como si mi madre hubiera nacido con mi propio nacimiento. Yo le preguntaba sobre su pasado y ella bloqueó todo, ella no existía. En mi juventud ya empecé a darme cuenta de otras cosas, a hacerme preguntas más formales. Ya entendí para ese entonces que mi madre no quería hablar sobre su pasado y yo comencé a hacer mi propia investigación. De ahí salieron un sinfín de notas. La tercera parte es su partida, que me arrancó la posibilidad de conversar con ella. Estaba seguro de que, en algún punto, íbamos a poder hablar de ese pasado, que ella se sintiera perdonada por sus hijos. Lo intentó, pero ellos no le dieron la oportunidad. Mi madre ocultaba ese dolor con la borrachera y la fiesta.
El duelo se convirtió en un hueco terrible y la escritura me ayuda a llenarlo. Mi madre falleció a mediados de 2019. Pasé 6 meses encerrado, sin poder hacer nada. En 2020 ya comencé a encontrarme mejor, pero el mundo estaba parado. Pasé muchísimo tiempo encerrado y este encierro me provocó un dolor de cabeza de cinco meses, imparable. Probé un montón de terapias y nada funcionó. La escritura, entonces, empezó a canalizar y a aliviar mi dolor. Recuperé las notas que había tomado, mis pensamientos y comencé a trabajar. Este libro es una conversación pendiente con mi madre y su escritura me ayudó a un nivel psicoanalítico.
Mi madre y yo nunca nos dijimos “te amo”. Ahora, a mis 42 años, antes de irme a la cama tengo una letanía y digo “te amo” 42 veces. El sueño es un territorio tan neutral e insospechado, tan importante para construir…
Publicaste una carta en tu blog dedicada a tu madre y recibiste la respuesta de XXXX, una mujer que, al leerte, entendió algunos episodios de la vida de tu madre —”Después de leer el texto que escribiste para Ana María, pienso que no pudo ser el monstruo que yo creía, si tuvo a un hijo como tú, bondad hay todavía en su corazón”—. ¿Qué sentiste al recibir ese mensaje, además de curiosidad?
Esa señora que perdona a mi madre y que me escribe no me provocó susto: pensé que mi madre era más interesante todavía. Sabía que mi madre estaba ocultándome una historia y ese acercamiento me hizo comprobar que había algo ahí. Desde niño tenía muchas preguntas. Termino el libro y tengo más. Pero eso está bien: no puedes descifrar a nadie.
¿Qué efecto ha causado tu libro en tu familia?
Pensé que iba a tener más problemas, pero creo que mi familia no lee y por eso estoy blindado. Creí que me iban a escribir, pero no ha sido así. La familia de mi padre sí ha tenido más reacciones, de asombro: no se dieron cuenta de todo lo que estaba pasando delante de sus narices.
La fascinante crónica íntima del descubrimiento del pasado oculto de la madre del autor tras su muerte.
Después de un accidente doméstico en apariencia intrascendente que a la postre resultó fatídico, Ana María, la madre del narrador de Lengua dormida, pasó tres años entrando y saliendo de una clínica en Hermosillo, ciudad en la que encontró su punto final la última de sus vidas. Tras su muerte, la biografía secreta de su pasado reveló una de las primeras: muchos años antes vivió en Ciudad de México, tuvo un marido y cuatro hijos y lo abandonó todo. Las hebras que engarzan ambas existencias están contadas en este libro que es al mismo tiempo una investigación detectivesca, un caleidoscopio del duelo, una carta de amor, una búsqueda y un hallazgo.
Emotivo, pero nunca afectado, hondo, pero jamás solemne, Lengua dormida es un acto reflejo frente a la orfandad, el recorrido mental de un hijo que busca a su madre muerta. La narración avanza de forma caprichosa e inestable —de manera análoga a como procede la memoria—, poblándose tanto de los grandes hitos que marcan una existencia como de anécdotas en apariencia triviales; y, sin embargo, nada es gratuito en la escritura de Franco Félix, capaz de vincular los momentos más álgidos de la historia con aquellas miniaturas domésticas que dotan de cuerpo y personalidad a una vida, incluso después de que se haya extinguido.