Se asoma el fin de mes de marzo y el escritor colombiano Andrés Felipe Solano (Bogotá, 1977) pasea a su Gloria para presentarla a los periodistas en un céntrico hotel de Madrid. Junto a Gloria, haciéndole juego, hay claveles rojos. Andrés, que vive en Seúl desde hace diez años, no visitaba Madrid desde 2015. Gloria no es una biografía en sí, sino un discurrir a raíz de algunos hechos que el autor reelabora. Y Gloria es su madre en una tarde de abril de 1970 en Nueva York. Confieso a Andrés que no sé que esperaba de este libro, pero definitivamente no era lo que imaginaba. Él me dice que quizá el libro que yo esperaba era el primer borrador de este libro. «Lo que quiero decir es que cambió muchísimo. La idea viene de mucho antes de querer contar esos años de la vida de mi madre en Nueva York, tan joven. Imagínate que la mujer que te sirve el desayuno y te despacha para el colegio también tuvo veinte años en una ciudad que ves en la televisión. Definitivamente, la historia siempre estuvo instalada en mi cabeza. Después de mucho tiempo la afronté y empecé a armar un libro más fragmentario y que se ocupaba directamente de las relaciones filiales madre-hijo e incluso en esos fragmentos comentaba otros libros acerca de eso, clásicos como El libro de mi madre de Albert Cohen. Alcancé a leer muchos de esos libros, pero también tenía tres momentos narrativos importantes, que son las décadas que tú ves aquí, en esta nueva encarnación. Estas décadas, digamos, se pueden leer como cuentos. Gloria es un libro híbrido, fragmentario, que di a leer a algunas personas cercanas y no tan cercanas —que sabía que eran buenos lectores— porque yo no tenía tanta distancia con el material. Fueron estas personas quienes se saltaron muy rápido los fragmentos, no les resultaban interesantes: ellos querían saber sobre esta Gloria, la más ficcionada, ese personaje que estaba creándose. Me di cuenta de que el libro estaba pidiendo otra forma y así lo empecé a abordar. Se me ocurrió hacer una novela sin contar la vida de mi madre, ocupándome de tres momentos amorosos en su vida. Se me ocurrió usar un motivo muy literario, que es “un día en la vida de…”. Luego vino lo complicado: cómo anudar otras dos décadas dentro de ese día, sin que se partiera la narración», cuenta Andrés. La idea era hacer sentir al lector que en un solo día pueden estar contenidos todos los días de una vida. En un solo día se abren caminos hacia muchos futuros posibles. No solo de Gloria, sino de otros personajes. Todos los futuros son posibles.
En un momento de la novela, a Gloria se le cae la cámara de fotos en el concierto de Sandro. Pensé que la cámara de fotos que se había caído no podía ser solo una cámara de fotos que se hubiera caído y perdido. Me pegué todo el libro buscando esa cámara…
Creo que el libro merece una segunda lectura. Invertí mucho tiempo en el lenguaje, en dejar sembradas muchas pistas para que el lector termine el libro en su cabeza: ese es uno de mis intereses con este libro. No quiero dar una historia masticada, que solo tengas que calentar y comer. Me gusta que tú, cómo lectora, te quedes pensando en la cámara de fotos. Que vivas la ansiedad de Gloria ese día, que te hagas preguntas. Que pienses quién cogió esa cámara de fotos y qué pudo hacer con ella.
Hay muy pocas mujeres madres escritas por sus hijos mirando hacia su deseo —el de las madres—.
En la otra forma del libro, el deseo de Gloria podría haber sido un motivo de confrontación o enjuiciamiento. Pero cuando se convierte en personaje y el narrador puede distanciarse y acercarse, cuando puede activar los sentimientos entre narrador y madre, me permitió hablar del deseo de una madre. Uno de los libros sobre los que escribí en esa primera versión es, precisamente, un libro de la fotógrafa japonesa Ishiuchi Miyako. Este libro se compone de fotos a objetos que dejó su madre: un cepillo con sus cabellos, sus zapatos, su perfume, una barra de labios muy usada, mucha ropa interior… Alguien le preguntó por qué tomó estas fotos y ella contestó que hablar de la sexualidad de su madre era hablar de ella misma. Ella provenía de la sexualidad de su madre, no era hija de la Virgen María. La Gloria real, de carne y hueso, me contó esos episodios muy abiertamente cuando se estableció una confianza como de amigos, de una manera más horizontal que de madre a hijo.
¿Qué dijo Gloria cuando lo leyó?
Me sorprendió mucho. Fui muy cobarde y se lo dejé justo antes de irme de viaje, cuando ya estaba impreso. Se lo di y me fui al aeropuerto. Esperaba una reacción muy emocional por su parte y le pregunté si le había gustado. Me dijo que sí, que tenía que volver a leerlo porque yo hacía saltos temporales en los que ella se perdía un poco. Lo volvió a leer y me dijo que lloró con el libro. A mí se me pasaban por la cabeza como diez momentos en los que pudo haber llorado y le pregunté en qué parte lloró. Ella me respondió una cosa muy inesperada, lo que quiere decir que el libro fue una indagación sobre su pasado, pero aun así esa persona tiene mucho más detrás.
¿Se puede saber qué cosa?
Gloria tiene una memoria prodigiosa: recuerda cómo estaba vestida en ciertas situaciones, los colores de sus vestidos. También recuerda con mucha precisión los precios de las cosas, por ejemplo, un café que le costó dos dólares en 1973. Leyó una frasecita en la que ella está buscando trabajo. Antes de ser contratada en los laboratorios fotográficos entra en una carnicería a preguntar por trabajo. El carnicero le dice que no duraría trabajando ahí, con la gente trabajando carne y le sugirió que fuese al salón de belleza de su esposa, que ahí la podrían contratar. Ella recordó esa situación: era muy joven y estaba intentando encontrar un trabajo para poder vivir en una ciudad que le encantó desde un primer momento. Supongo que se abrieron las compuertas del recuerdo y lloró con esa frasecita…
Tenía la esperanza de que me dijeras que lloró cuando recordó que perdió una cámara de fotos en un concierto.
Si quieres un chisme, te contaré que eso nunca pasó. Ella sí tenía una cámara de fotos, que sobrevivió mucho tiempo y que estaba en mi casa. Pero no necesitaba que se perdiera en la novela.
Acabas de romperme el corazón…
Es un luminoso sábado de primavera: 11 de abril de 1970. El célebre cantante argentino Sandro va a convertirse en el primer latinoamericano en actuar en el Madison Square Garden y Gloria será una de las afortunadas asistentes al mítico concierto. A sus veinte años recién cumplidos, la joven recorre las eléctricas calles de Nueva York, que invitan a olvidarlo todo y aprenderlo de nuevo. Tiempo habrá para que lleguen las decepciones, pero no hoy: hoy deberá durar para siempre y ser, tal vez, el día perfecto, si es que Gloria logra sacarse de la cabeza las perturbadoras imágenes que vio en los laboratorios fotográficos de AGFA, donde trabaja; si consigue no pensar demasiado en su padre asesinado cuando era niña, o si al irascible e impuntual Tigre le da por aparecer. Tal vez.
Cinco décadas más tarde, un hijo se asoma a los años de iniciación de su madre y repara en que sus juventudes, marcadas por el paso por Nueva York exactamente a la misma edad, no son tan distintas. Ese hijo es Andrés Felipe Solano, quien con una mirada resplandeciente, pero no exenta de oscuridad, y una prosa tan sincera como sofisticada, rememora en Gloria el momento en que su madre descubrió que el amor es un interminable juego que consiste en balancearse para no caer por el precipicio. Un libro cargado de emociones que concede al lector el privilegio de presenciar el inicio y todos los futuros posibles de una mujer a partir de un día en su vida.