Recuerdo la primera vez que me encontré, frente a frente, con la obra de María Moreno. Fue en la exposición Realistas de Madrid, que se celebró en el Museo Thyssen-Bornemisza de febrero a mayo del año 2016. Soy de esa clase de personas que acuden a cada nueva exposición en el Thyssen (lo mismo me pasa con las exposiciones de la Fundación Mapfre en Madrid) sin preguntarse qué hay. Simplemente acudo, porque sé que difícilmente van a decepcionarme.
El caso es que hice de esa visita al Thyssen un plan familiar. Mi hijo pequeño no contaba todavía con un año de vida. La mayor tenía 5. Como les he acostumbrado desde bien pequeñitos a visitar museos, no gritan ni lloran. Logran mantener el silencio, se quejan si alguien habla más fuerte de lo normal en el museo –que es bien bajito–. Adoran escuchar las audioguías y realmente saben apreciar la belleza de lo que ven. También saben despreciar.
Pocos días antes, habíamos revisitado el precioso documental El sol del membrillo, de Víctor Erice (1992), que narra el día a día de Antonio López, en especial el proceso de creación de un cuadro que se prolonga en el tiempo, pues el objeto a retratar es un membrillo. El membrillo madura, evoluciona a través de las estaciones del año y la mirada de López sobre él también. Es una proceso orgánico, parece que nunca va a acabar de pintar el cuadro, pues el árbol vive y cambia constantemente. Este personalísimo film de Erice se rodó en la casa que compartían Antonio y su mujer, María Moreno. La presencia de María en este largometraje no se limita a la que tuvo ante las cámaras, sino que fue fundamental detrás, ejerciendo de productora ejecutiva y consiguiendo que el proyecto pudiera realizarse, teniendo en cuenta que la película no contó con ninguna subvención.
Pero además de ser la mujer al lado del hombre reconocido por su trabajo, María formó parte, junto a Antonio, del llamado grupo de los Realistas de Madrid, un grupo histórico de pintores y escultores realistas que han vivido y trabajado en Madrid: Amalia Avia, Francisco López, Julio López, Esperanza Parada e Isabel Quintanilla. Curioso en un grupo de estas características: las mujeres superaban a los hombres en número. Por poco, pero así fue.
Y es que este grupo de artistas españoles, nacidos antes de la Guerra Civil, estudiaron juntos, trabajaron juntos, se casaron entre ellos –algunos– y siguieron siendo amigos hasta que la muerte los separó. Todas las mujeres del grupo han fallecido ya. Ya no contamos con Amalia, Esperanza e Isabel; el 17 de febrero de 2020 nos dejó María.
Años más tarde, debemos reinvindicar la obra de las mujeres del realismo madrileño. Por encima de las de los hombres. Estas mujeres han sido injustamente silenciadas por las instituciones –de hecho, Isabel aseguró estar mejor representada en Munich, Hamburgo y Washington que en Madrid. Todas afirmaban que, para ellas, hacerse un hueco había sido mucho más difícil para ellas que para sus maridos.
Reivindiquemos, entonces, la importancia, trascendencia e influencia del grupo de mujeres realistas de Madrid sobre las obras de sus maridos, también. Pongamos de ejemplo a Antonio López, el más reconocido de ellos. ¿Alguien cree que la obra de Antonio, que jugó con el surrealismo, no hubiera sido distinta de no haber admirado y adoptado, junto al resto del grupo la tendencia al realismo? De los hombres del grupo podemos encontrar obra expuesta con cierta frecuencia en nuestro país. ¿Por qué se empeñan en esconder a estas mujeres? ¿Por qué se esfuerzan, los que tienen la llave que abre las puertas de las pinacotecas, en hacer que las mujeres, que tanto pintaron –figurada y explícitamente-, pinten tan poco? Estamos en el año 2020. Y ellas ya no están. Al menos, su obra debería.
2 respuestas
Con el recuerdo y las pequeñas biografías que se hace de estas grandes mujeres es un homenaje al arte y a la esencia femenina que tan oculta ha estado durante años