¿Cómo contar lo inenarrable? ¿Cómo hablar de la historia de una madre argentina exiliada en Francia que, tras intentar quitarse la vida varias veces, acabó con la vida de dos de sus tres hijos? La escritora argentina Laura Alcoba (La Plata, 1968) lo ha hecho en A través del bosque (Alfaguara, 2023), una novela a la que da miedo acercarse por lo incómodo y doloroso de la historia que cuenta; sin embargo, su escritura y su mágica llegada a esta historia arrojan luz sobre la más absoluta de las desesperanzas.
A través del bosque cuenta la vida de Griselda, madre de tres hijos, que en un frío día de diciembre de 1984, aquejada de un terrible dolor de cabeza y en un momento de total oscuridad, acaba con la vida de sus dos hijos pequeños. Más tarde, empapada de arriba abajo, acude al centro escolar donde se encuentra su hija mayor, Flavia, pero su profesora Colette, consciente de que algo no va bien, decide no entregársela. Laura, también exiliada en París durante la dictadura argentina, se erige como narradora en primera persona de esta historia, que comienza con las entrevistas a varios de los protagonistas de estos macabros hechos para dar voz a todo lo que nunca pudo ser dicho con anterioridad.
Tras el éxito de la Trilogía de la casa de los conejos, Alcoba pone su pluma al servicio de una narración compleja, logrando no ser prejuiciosa y encontrando un equilibrio que parece imposible. En su visita a Madrid para presentar A través del bosque no dejamos pasar la oportunidad de charlar con ella sobre maternidad (Laura es madre de tres hijos), escritura y luz.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
La maternidad es esencial en mi vida. Diría que es lo primero que me define, la piedra fundacional de mi persona. La maternidad me cambió, me inspiró. De hecho, me puse a escribir tras el nacimiento de mi hija, siento que es un motor de muchas cosas en mi vida. Lo peor es la conciencia de la responsabilidad, el miedo a equivocarme, a ser demasiado protectora, a no ser lo suficientemente protectora… estoy en constante reflexión respecto a eso.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?
Sentí que la experiencia física de la maternidad tenía que ver con el impulso de la escritura. Es algo que viví en mi cuerpo y que me dio la energía y ese sentimiento de necesidad de escribir.
¿De dónde has sacado las fuerzas para narrar lo imposible? Porque a todas nos parece imposible que una mujer decida acabar con la vida de sus hijos.
Esta historia afloró de nuevo en mi vida en 2010. Fui a ver Shutter Island de Martin Scorsese. En el centro de la película hay una escena similar que es el desencadenante de la locura del personaje principal, encarnado por Leonardo DiCaprio, que es el padre de tres hijos que fueron ahogados por su madre —su esposa—. Esa película está inspirada en un caso real. Fui a verla con una amiga y salí del cine con la sensación extraña de que conocía esa historia. Mi padre me había contado siendo yo adolescente esta historia terrible que había vivido una familia que él había conocido bien. Una familia a la que yo había visto años antes del acto terrible. Yo conocí a esos niños que murieron, los había visto de bebés. Para mi padre, esa historia marcó un corte definitivo con esa familia. En cierto modo, yo lo oculté por lo horroroso de la misma. Fue muy raro para mí tomar conciencia de que había ocultado esta historia en mi propia memoria. Tratando de entender de dónde venía esa impresión, mi padre en 2010 me cuenta que el personaje llamado Flavia había entrado en contacto con él porque quería hablar con gente que hubiera conocido a sus padres antes del horror. Y ahí entendí de dónde venía esa sensación mía. En ese momento fue todo muy perturbador y recuerdo haberle dicho a mi editor que, si algún día tenía la fuerza, intentaría contar esta historia ocurrida dentro de la comunidad de exiliados argentinos en París. Tardé muchos años en decidirme a dar un paso que fue, gracias a mi padre, el contacto con Flavia. No sabía si sería capaz, tenía miedo; seguía sin saber muy bien por qué lo hacía. El encuentro con Flavia —que es la niña que se salvó, por decirlo de algún modo, de la locura de su madre— marca el momento en el que empezó el libro. Flavia me dijo muy pronto que necesitaba que yo escribiese este libro. Ella había leído algunos de mis libros y sentí, entonces, que este libro ya se estaba escribiendo. Esta es la historia que trato de recoger en A través del bosque. Los personajes llegaron a mí, sentí que me eligieron para que escribiese este libro.
Violaine Berot escribió en Como bestias un relato coral que reconstruye el hecho de que una niña aparece en una cueva en la montaña. El relato se construye con las voces de los habitantes del pueblo, con el prejuicio de dar por hecho que el “tonto” del pueblo la ha raptado. Tu libro es magistral evitando el juicio. ¿Cómo has logrado algo tan complejo?
Yo fui escuchando, mirando, asistiendo a algo que se iba revelando ante mí a medida que me encontraba con los personajes. El acto insoportable, impensable, del doble infanticidio queda retratado en el libro como un abismo, como una noche absoluta. No juzgar no significa atenuar ese abismo. Creo que Griselda se siente todavía atravesada por ese abismo. Es todo tan complicado, tan doloroso, que aplicar el juicio no venía al caso. Ella misma dice que el relato que me entregó no justifica lo que hizo, que sigue siendo para ella el abismo absoluto. Lo extraño de esta historia es que es una historia de oscuridad y de luz absoluta: ese día en que Griselda se quiebra y cae en ese pozo, cometiendo ese acto terrible, se salva Flavia. Ahí se pone en marcha otra cosa que va a salvar a Griselda como madre, extrañamente. Una de las primeras frases que pronunció Flavia era que su madre era una mujer amorosa. Habiendo cometido ese acto impensable, que Griselda se haya reconstruido como madre en torno a Flavia es algo que yo vi. Me acerqué al espanto y, después, al amor que salva. Pienso en Colette, una de las personas más extraordinarias que me crucé en mi vida y que logró detener ese día de espanto. En el momento en que Griselda acude a la escuela a buscar a su hija, es Colette quien ve que no está en un estado normal, que pasa algo y se niega a entregar a la hija a su propia madre. De esa mano que detiene la máquina del horror brota algo nuevo. Entender ese gesto, ver lo que nació de ese gesto, fue increíble para mí: encontrarme con Colette fue encontrarme con la encarnación misma de la generosidad, del amor. Después del abismo, hay un después. Esa parte me dio la energía para atravesar las tinieblas y llegar a la salida del túnel, que es lo que explica que Flavia sea lo que es hoy.
En el libro está la evocación del mito de Medea, de la madre asesina. Griselda fue Medea y al mismo tiempo, gracias al hecho de la supervivencia de Flavia, logró no ser Medea, sino también reconstruirse a través de su maternidad.
Enlazo lecturas que, de alguna manera, se unen. Me voy a El corazón del daño, de María Negroni. Una de las cosas de las que hablamos es que la literatura es una manera de llenar vacíos. Has llenado un vacío con tu trabajo.
Comparto plenamente esta idea, que también está en el libro. Mucha gente no entiende, de hecho, por qué se llama A través del bosque. A mí me interesaba mucho contar qué sucedió después de ese día desde el punto de vista de Flavia. A ella, los adultos le decían que había pasado “algo”, pero desde su punto de vista, su madre había desaparecido —estuvo encarcelada y más tarde en un psiquiátrico—, sus hermanos habían desaparecido —le contaron que se había producido un accidente con agua y electricidad, le contaron una mentira para protegerla—. La verdad era imposible de contar, no se le podía contar ese día a la niña y, al mismo tiempo, algo había que decirle. Le ofrecieron esas mentiras que eran semi-verdades. Ella misma comenzó a reclamar un lugar en el bosque de Chantilly a Colette y se arma un cuento con una serie de elementos que remiten a la verdad de ese día. Hay momentos en que solo la ficción alivia, que solo la ficción puede llenar. El libro quizá cumple ese papel. Hay cosas que solo se pueden evocar como hacen los cuentos. Flavia se arma su cuento en el bosque y por eso era muy importante para mí que ese fuera el camino del libro y que le diera el título.
Paradójicamente, pensar que una madre que cometió un doble infanticidio pudo reconstruirse como madre es increíble, pero es una de las historias de este libro. Me topé con fuerzas, interrogaciones y elementos universales y eternos que se relevaban aquí con una intensidad muy fuerte. Tenía la impresión de que iba viviendo el libro mientras iba investigando y entendiendo. Traté de dejar en el libro ese camino.
Una fría mañana de diciembre de 1984, Griselda, argentina exiliada en Francia, se despierta con un fuerte dolor de cabeza. Tras pedir auxilio infructuosamente a Claudio, su marido, vuelve a casa, llena la bañera y ahoga en ella a sus dos hijos menores. La mayor, Flavia, de apenas seis años, se salva por hallarse en la escuela. Treinta años después, Laura Alcoba entrevista a los supervivientes de esta tragedia y, sin despejar el misterio del acto de Griselda, intenta acercarse a lo inconcebible. Preguntada sobre su madre, Flavia, que ahora es una exitosa fotógrafa, la describe como «presente, amorosa. Muy amorosa». Tras la Trilogía de la casa de los conejos, Laura Alcoba nos brinda una narración deslumbrante y perturbadora sobre la oscuridad que se esconde en las relaciones más cotidianas y la posibilidad de apostar por el amor y el perdón.