© Jairo Vargas

MANUEL JABOIS: “ESCRIBO SOBRE LO QUE CREO QUE NO ME VA A PASAR”

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Tengo la impresión de que, en la burbuja que habito, Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) es el niño mimado de las palabras, alguien a quien parece no costar trabajo escribir genialidades, en estado de gracia constante de la ocurrencia inteligente. Sin arañar mucho en su biografía, solo con leer sus columnas de opinión, sus entrevistas —fue él quien arrancó a Mario Vargas Llosa ese «La experiencia se vivió y ya está. Ya vuelvo a estar aquí, rodeado de mis libros» tras su ruptura con Isabel Preysler— y sus novelas, puedes imaginar que es un tipo seguro de sí mismo; alguien que, aparentemente, necesita poco calentamiento en la banda para hacer un buen partido entre las páginas de un periódico, las ondas de la radio o las páginas de un libro. Jabois tiene el descaro de quien cuenta en una novela dedicada a su hijo —Manu (Pepitas de calabaza, 2013)— que las enfermeras le quisieron echar de la habitación del hospital por ocupar la cama de la recién parida, o del que asevera, sabiendo que está haciendo el retrato de una generación, que Hay más cuernos en un “buenas noches”.

Acaba de salir al campo con Mirafiori (Alfaguara), una historia que bien podría cerrar la “trilogía de las emes” junto a sus anteriores relatos, Malaherba (2019) y Miss Marte (2021). Habrá que esperar a 2025 para saber si hay un cambio de letra. Lo que pone en juego es una historia de amor y fantasmas, si de lo que va esto es de poner una etiqueta rápida. De a quién le contarías le contarías que ves fantasmas y lo que eso significa en una vida. Si hacemos caso a la faja, esta novela va sobre la belleza de todo aquello que no tiene explicación. La verdad es que discrepo, pero es que casi siempre lo hago con las fajas. También entiendo la reducción simplista: el espacio para convencer es limitado. Mi faja ideal no existiría, pero si tuviera que escribirla —yo también quiero jugar— supongo que me inclinaría por destacar una frase del libro: «La perdición de las personas empezó cuando creyeron que hay maneras de saber lo que pasa sin verlo». También podría decir: «Lea usted la primera página, que por sí sola ya sirve para despertar la curiosidad y las ganas». Y, si quien lee hiciera caso, se encontraría este «Habrá estado delante del espejo una hora —lo sé porque la cronometraba—, y al final decidirá no maquillarse apenas, solo una sombra en los ojos, pero no porque ella se vea mejor sino porque sé que su rostro lavado es el mejor de todos los que usa en la vida y en las películas, incluido el rostro que me vio al límite de la muerte en nuestro piso en Madrid».

Para quienes necesitan más concreción, esta es la historia del narrador y Valentina Barreiro, su novia desde la adolescencia y durante más de veinte años. Crecen en su Galicia natal, se comen ese Madrid que transitan quienes no son madrileños y se encuentran en Málaga, varios años después de su último encuentro. A lo largo de los años, las ciudades y los secretos se cuelan personajes femeninos contundentes y poderosos, unos cuantos cafres y muchas preguntas. Hablan las madres y las abuelas —esas madres y abuelas gallegas que sostuvieron a tantos hijos y nietos enredados en las drogas—, aparecen las ánimas y, en ocasiones, cuesta reconocer si estas páginas están habitadas por muertos en vida o por fantasmas que viven desde la muerte. Es jueves y el escenario de esta entrevista es ese Madrid que está cercano al centro sin serlo, de tráfico intenso, reflejo de una ciudad hostil que nos empeñamos en mirar con buenos ojos. Tengo media hora para hacer preguntas y saciar mi curiosidad. Mi hiperactividad visual detecta la suya y entonces comprendo que no hay nada como tener los ojos bien abiertos para comenzar a imaginar una historia, para empezar a escribirla antes de agarrar el lápiz —da igual que su fondo sea ficción o literatura de uno mismo y de su entorno—. Como dice Rigoberta Bandini, «al final todo reside en mirar».

La faja del libro reza: «Vuelve el mejor Jabois con una historia de amor». ¿Cuál es el peor?

Yo tengo una pelea con las fajas. Comercialmente son necesarias, el gran público se fija mucho en ellas. Pero sí, hay mucha gente que dice: «Vuelve el mejor… ¿Pero dónde se había ido?».

 

Las últimas palabras de la madre de Valentina Barreiro antes de morir fueron: «todos los que dicen que el dinero no da la felicidad son unos hijos de puta».

Mi madre siempre decía que en el futuro están todas las respuestas. «Todas, todas. No va a quedar nada sin saber».

 

En Mirafiori, las madres y las abuelas son las que pronuncian las frases más devastadoras, las que sentencian.

También es autobiográfica: hay mucha mujer de mi familia ahí metida. Me he criado con muchas mujeres alrededor: mi abuela, mis tías, mi madre, mi hermana… son mujeres de muchas sentencias, de mucha rotundidad. Quizá sea porque están acostumbradas a acabar con discusiones entre hombres. Cuando había alguna discusión en la mesa, la mujer era la que la cerraba con una frase que no admitía réplica.

 

Quizá aquello era ficción. La ficción sirve para todo, lo primero para mentirte y considerar que lo contado solo ocurrió en tu cabeza, que no llegó a salir nunca de ella. ¿Cuántas novelas en realidad no lo son? Escribir una verdad y tranquilizar al mundo diciéndole que es mentira: mentir dos veces.

 

Además de ser un relato, de contar una historia, hay trazos de teoría de la literatura que se entremezclan con la acción. También se percibe el oficio de periodista, de cronista, bailando con el de escritor de ficción.

Siempre me han interesado mucho explorar esos límites y, sobre todo, la capacidad que tiene la literatura para convertir algo no en real, pero sí en verdad. Ese oficio de periodista es algo que también atraviesa las tres novelas: siempre hay un uno por ahí metido.

¿Cómo era tu trabajo antes de ser padre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?

No demasiado, simplemente trabajo más en casa. Intento hacer pocos viajes… Me separé cuando mi hijo era pequeño, él vive en Galicia.

¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de tu paternidad?

Lo mejor es todo: he tenido mucha suerte. Lo peor es ese miedo que te entra, que no sabes que existía. Un miedo que paraliza, que supera a cualquier otro.

 

Ese secreto, un secreto literalmente más grande que la vida, nos unió más de lo que nos podía unir tener un hijo o matar a un hombre.

 

¿Cómo comenzaste a imaginar una historia de amor y de fantasmas?

Hay muchas llaves que llevan a ello. Me entusiasmaba la idea de qué ocurriría si un día ves un fantasma, ¿qué harías? Todo el capítulo tres, de hecho, soy yo recibiendo la visita de un fantasma, son mis reacciones hipotéticas —nunca he recibido la visita de ninguno, no creo en ellos, pero me gusta pensar que existen—. Esa pregunta es la que comienza a mover toda la historia: ¿qué ocurriría? ¿A quién se lo dices? ¿Cómo reaccionas? ¿Te asustas? Como no va a ocurrir, he escrito sobre ello. Es algo que hago muchas veces en mis novelas: que escribo sobre lo que creo que no me va a pasar. Como no voy a tener nunca una relación de veinte años —aún estoy a tiempo, pero bueno—, voy a escribir sobre eso. Empieza por ahí y sigue porque tuve la fortuna de conocer a gente que cree verlos o que los ve, y me puse a ello con bastantes ganas. Entrevisté a brujas que cuentan historias, por ejemplo. Todo me parecía maravilloso, mágico.

De niño tuve terrores nocturnos porque una señora nos reunía a todos en la playa y nos contaba historias de terror de la Santa Compaña. Pero no nos lo contaba como cuentos. Durante una semana, estos terrores fueron una verdadera pesadilla: me miraba en el espejo y me imaginaba a la Santa Compaña pasando por detrás de mí. Todo ese folclore me interesa mucho.

Al leer Mirafiori recuerdo un momento de la serie Girls, donde la protagonista, también escritora, en un momento dado se proclama como la voz de su generación. En esta historia también se aprecia una voz generacional, la de la gente con cuarenta y pocos que viene a vivir a Madrid desde fuera, que viven una ciudad distinta a la que viven los madrileños. 

Madrid es una ciudad en la que estás cerca de todo lo bueno y de todo lo malo. Mi relación con la ciudad nunca ha sido mala. Nunca he venido aquí a ganarme la vida, a compartir piso o a pelear por mis sueños: vine a cumplirlos. Al llegar encontré aquí a muchísima gente que me hizo sentir como en casa muy rápido: Antonio Lucas, Nacho Carretero, Gonzo, Natalia Junquera… Enseguida tuve aquí a una familia, eso es muy agradable. Las ciudades tan grandes como Madrid, a veces, te digieren y te escupen. Otras veces, por desgracia —tiene que ver con el dinero, con el asalto a la vivienda, con el precio de los alquileres—, te echan a las afueras. De repente, se hipoteca todo a un modelo turístico que está desmembrando barrios y disolviendo comunidades.

 

Me notaba ligero, en forma, y eso se traducía en una escritura sin tantos adjetivos, sin tantas frases de relleno por culpa de las calorías vacías, sin tantas subordinadas propias de una dieta rica en carbohidratos, sin metáforas espantosas, que era lo que me salía cuando abusaba de los filetes empanados.

 

Cuando escribes un artículo, haces una entrevista o hablas en la radio, recibes reacciones casi inmediatas. ¿Cómo te llevas con esas reacciones y con las que puede provocar una historia de ficción?

Me llevo mal: después de esta entrevista voy a tener resaca de no recordar lo que dije. Me quedo dando vueltas muchas veces a lo que digo. Tienes que vivir con la certeza de que no puedes controlarlo todo, ni siquiera lo que dices. Ni siquiera cómo vas a ser escuchado, cómo vas a ser interpretado ni, muchísimo menos, qué titular va a llevar la entrevista.

En la radio, por ejemplo, intervienes tanto que deja de preocuparte. Tú sabes perfectamente lo que estás diciendo, pero va a llegar a un millón de personas. Cada una de esas personas lo interpretará de formas muy distintas: a veces, para bien, piensan que has dicho una genialidad. En otras, de una manera muy enrevesada. Uno de los grandes avances que puede tener un periodista o un escritor es ese momento en el que reconoces que ya no puedes controlarlo todo, cuando aceptas que no vas a saber cómo se va a interpretar lo que has escrito o has dicho. Entonces, empiezas a estar tranquilo: al principio cuesta mucho, sientes mucha impotencia cuando no se entiende lo que estás diciendo. Soy, lo que se dicen en Galicia, un “desastriño”, un tipo caótico, pero intento no hacer daño a la gente, reírme, pasarlo bien. Quiero que también eso se note en mi trabajo y dejarme de historias. Hay mucha gente enfadada. Y hay gente que tiene razones, pero hay mucha otra gente que no tiene ningún motivo para estarlo todo el rato.

 

En el amor hay una forma de hablar, una forma de mirarse y una forma de follar, y siempre muere antes la primera, quizá porque es la que menos se nota, y eso permite a los amantes seguir caminando aun muertos.

 

Quizá esa frase sea la que más aplausos ha levantado, la frase que la mayoría de quienes hemos leído Mirafiori hemos subrayado o destacado.

Esa frase tiene una historia: el capítulo acaba justo antes, en la frase anterior. Mi editora, Carme Riera, me dijo que había acabado este capítulo un poco soso. María Campos me invitó a buscar otro final: otra que me decía que era soso. Entonces me puse a escribir eso. En Instagram lo mejoré el otro día: «… y eso permite a los amantes seguir caminando aun muertos para terminar de destrozar lo poco bello que conservan». Espero que se pueda añadir en la segunda edición —risas—.

 

manuel jabois

 

«Si uno está enamorado de verdad, hasta en las almas más libres y salvajes y modernas, más seguras de sí mismas, late dentro el mundo antiguo y su viejo reloj de los instintos primarios, entre ellos el más importante de todos: la supervivencia de la pareja, el miedo a perderla».

¿Qué harías si la mujer de la que estás enamorado te confía que ve fantasmas? Valentina Barreiro y el narrador de esta historia se conocieron en la adolescencia y han compartido un secreto toda su vida. Cumplidos los cuarenta, Valentina es una actriz de éxito y él un hombre despechado y sin fortuna. Un hombre que ya sólo la ama como puede. Sólo entonces, cuando sea tarde, llegarán a conocerse de verdad. Esta es una historia sobre la belleza de todo aquello que no tiene explicación. Una novela sobre la dificultad y la emoción de no poder comprender todo lo que nos ocurre.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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