Hace calor por la mañana, a esa hora en la que ya puedes elegir entre tomarte un café o una caña sin complejos. Me encuentro con la escritora Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990), tenía muchas ganas de charlar con ella. Hacía poco tiempo que había caído en mis manos No todo el mundo (Sexto Piso, 2023), su último libro de relatos. Fue una absoluta delicia leerlo: además de divertirme, de hacerme reflexionar, de invitarme a mirar hacia atrás y a reconocer patrones y actitudes en algunas de mis relaciones amorosas de cuyo nombre no quiero acordarme, fui consciente de la poderosa voz de Marta. Y no me refiero solamente a la rotundidad de su discurso hablado: con tres libros propios publicados —el poemario La edad ligera (Rialp, 2021, accésit del Premio Adonáis 2020) y Los nombres propios (Sexto Piso, 2021) precedieron a este que hoy nos ocupa—, numerosas colaboraciones en revistas culturales y en el libro colectivo Querida Theresa (Comisura, 2022), sin lugar a dudas se ha hecho dueña de un estilo fácilmente reconocible, inteligente y que te arranca una sonrisa cuando lo ves llegar de nuevo. Un poco como pensar en las primeras citas. Estoy deseando que llegue la próxima.
La excusa de nuestro encuentro es charlar sobre No todo el mundo, un compendio de relatos sobre las relaciones personales en la actualidad, con la gran ciudad como escenario, a medio camino entre la narración y el análisis ingenioso de quien observa, desde el ático, los tropezones, empujones y delirios de los viandantes que caminan en busca del amor y sus promesas. Juntas, las historias que Marta relata arrojan una mirada poliédrica sobre las relaciones humanas y cómo nos definimos a través de ellas. Escritas con ironía, humor, ternura y agudos juegos estilísticos, estas historias permiten a la autora reflexionar sobre este atlas de la geografía humana que son las relaciones de amor. Alabado por su clarividencia, su osadía y su capacidad de “conectar lo familiar con lo remoto”, como apunta Elisa Victoria en la faja que rodea al libro, con frecuencia los relatos aquí contenidos funcionan como espejo en el que mirarnos y como trampolín para hacernos más preguntas sobre cómo hemos construido nuestra manera de relacionarnos.
Marta ha convertido en libro al amor moderno y lo ha hecho desde una madurez narrativa exquisita. Esta ventana indiscreta que nos abre nos permite descubrir a personajes como Marcelo y Eloísa, que tienen que dejar tanto el tabaco como su relación para seguir avanzando. También a Dolores, una abuela viuda que conoce Francisco, con el que comparte una incipiente pasión por el cine. O a Nerea alias “Pupila” —por alumna y por lo dilatado de sus pupilas cuando toma MDMA— y Luis, su profesor y director de cine, con el que se lleva 32 años, en un relato que explora, sin prejuicios, las relaciones en las que el estatus se cuela entre dos cuerpos. Conocemos, también, a una madre puérpera celosa de la libertad de movimientos de su marido. Las historias de Marta están atravesadas por las luces de neón de una ciudad moderna, por las conversaciones por Whatsapp, por el sexo y hasta por la pandemia.
¿Cómo supiste que querías escribir sobre las relaciones? ¿Cómo ha sido la composición de este libro?
Es un proceso muy progresivo. No tengo la sensación de elegir un tema, sino de que el tema me ha elegido a mí. Cuando estás leyendo mucho sobre un tema, investigando sobre él, hablando mucho de ese tema con tus amigos y tu entorno, de manera natural se te acaban ocurriendo historias y dándole vueltas a ese tema. Las relaciones de pareja, los roles de género o cómo ha cambiado la sociedad en los últimos años eran temas que me interesaban. De manera muy natural comenzaron a brotar relatos sobre esto y ahí sí, cuando llevaba escritos tres o cuatro, pensé que podría haber un libro. Desde esa mirada, ya pensando en el conjunto, continué escribiendo.
¿Cuánto tiempo has tardado en escribir y recopilar estos relatos?
He tardado unos dos años y medio. Mi día a día como escritora es muy desorganizado porque también mi horario y mi disponibilidad son muy variables. Ahora tengo una idea para el siguiente libro, pero como estoy de promoción, con horarios muy dispares, estoy escribiendo menos. Hay momentos en los que estoy más inmersa en mi rutina e intento todas las mañanas ponerme a escribir. Este libro pegó un buen avance con una beca que me dieron —pasé dos meses en París sola escribiendo—, pero no todo el rato puedo estar dedicada solo a la escritura. Dependiendo de mi momento vital, puedo dedicarle más o menos horas o ser más o menos constante.
Cuando pienso en mis amigas y en nuestra juventud juntas, siento que el 98% de las conversaciones que teníamos eran sobre el amor, sobre lo mucho que sufríamos, sobre el ghosting que nos hacían —aunque no se hubiera inventado el término todavía— y la carga de lo romántico que llevábamos encima. No fuimos conscientes del poso que nos habían dejado las pelis que veíamos o los relatos que leíamos. ¿Cuáles son esas pelis o relatos que conforman las historias que aparecen en tu libro?
Dice Tamara Tenenbaum en El fin del amor que las chicas hablan de chicos y los chicos hablan de cosas. Creo que ese es un gran resumen. En ese sentido, he leído muchos ensayos que están por debajo de este libro de algún modo: he leído a Tenenbaum, a Carmen Martín-Gaite, a Eva Illouz… He leído mucho Mis documentos de Zambra y los Nueve Cuentos de Salinger para pillar la estructura del relato. Hasta me he troleado viendo comedias románticas con la excusa de estar trabajando. Casi cualquier historia que contenga el “chico conoce chica” de algún modo era útil para el libro.
La palabra “madre” aparece en muchos de los relatos que consumimos y pensamos que la maternidad es un tema menor, como escribir del amor pensando en que lo único que puede salir de ahí es una novela romántica. De repente, te das cuenta de que las historias de amor están prácticamente, en toda la literatura.
Hay un sesgo de género muy claro: cuando una mujer escribe una historia de amor, estamos ante una historia de amor banal, romántica, para chicas que tienen la regla. Pero cuando Flaubert escribe Madame Bovary, que es una telenovela de adulterio, está escribiendo sobre la esencia del alma humana. Hay muchos clásicos en la historia de la humanidad que hablan de amor, a los que hemos considerado grandes libros, escritos por autores. Pero cuando una mujer habla del amor, la tendencia es a banalizar.
¿Cuál de las historias que has escrito es la más cercana a ti?
Es un libro que, evidentemente, parte de la observación, pero ha sido más como observar determinadas dinámicas y luego trasladarlas a personajes concretos. Los personajes y los conflictos son todos inventados. Mi libro anterior tenía menos invención. Venía de una cosa más autobiográfica y he disfrutado mucho de crear personajes que no existen en la vida real. El objetivo de la literatura, al final, es la verosimilitud. Me siento halagada cuando me dicen “esto seguro que es verdad”. Si he conseguido que te creas que lo que lees es verdad, he logrado mi objetivo.
A través de las páginas de este libro, vas dando definiciones del amor. Por ejemplo, “acaso el amor sea la capacidad de que la conversación siga siendo siempre interesante” o “el miedo al amor es como el miedo a los gatos”.
Para empezar es muy relevante que no hay una única definición de amor y, al mismo tiempo, todos en nuestra vida lo vamos redefiniendo. Queremos la respuesta mágica a qué es el amor o en qué consiste una relación. Y el tema es que no hay una respuesta única o que lo vaya a solucionar todo. Es una pregunta en curso, una pregunta constante.
Hace no demasiados años, lo que buscábamos del amor estaba en los bares. Ahora, está en las redes y las aplicaciones. ¿Has investigado sobre ese cambio de ubicación, incluso de socialización, desde la irrupción de las redes?
Hay cosas que cambian mucho a ese respecto, porque puedes estar teniendo horas de conversación con alguien a quien no has visto la cara, en pijama, frente a una pantalla. Pero creo que sobreestimamos a las redes: en cierta parte, es lo mismo con otro medio. Me hace gracia esta visión de que los bares era precioso y lo de las aplicaciones es horrible, cuando una discoteca a las cuatro de la madrugada es un mercado de la carne terrible. Es muy fácil echar la culpa a la tecnología, pero eso ya estaba ahí en realidad.
Me da la impresión de que aprendimos, en nuestra adolescencia, a sentirnos validadas por el deseo externo, ocultando el propio.
Hay una progresiva evolución en poner por delante lo que queremos y lo que sentimos. Aparte de eso, creo que, en general, a las mujeres se nos ha educado para complacer y sí: las mujeres estamos siendo más conscientes de nuestras necesidades y deseos. Si deseábamos éramos unas putas y, si no, unas mogijatas. El punto está en expresar lo que deseamos y lo que no deseamos, también. Y eso no me convierte en nada: simplemente tengo el mismo derecho que el que está en frente a expresar lo que quiero y lo que necesito.
Siempre hay polos en la sociedad. Siempre hay gente más conservadora o más abierta. En términos generales, creo que hemos avanzado, lo que no quiere decir que no haya que seguir avanzando. Incluso en los sectores más conservadores, observo esta evolución: pienso en las madres influencers que han capitalizado el ser ama de casa. Han entrado en el “yo también voy a traer dinero a casa” y ojo que, desde ese lugar conservador, hay una reivindicación que suscribiríamos todas, que es “esto también es un trabajo”. Ellas han encontrado el modo de ganar dinero con él, con mil consideraciones que me parecen horribles como exponer a tus hijos. Incluso en los sectores más conservadores es muy raro encontrar a una mujer que diga que solo es ama de casa. A lo mejor no hace falta su sueldo para que la casa marche; a lo mejor su trabajo va por otro lado, pero, en general, en eso que contábamos de que las mujeres hablan de hombres y los hombres hablan de cosas, creo que casi todas las mujeres han hecho un esfuerzo por tener cosas de las que ocuparse al margen de la familia y de la pareja. Pueden estar más vinculadas al hogar o menos, pero son un salir afuera también.
Uno de tus relatos, “Pupila”, me ha llevado a pensar en las grandes diferencias de edad que se dan, en ocasiones, en las relaciones entre hombres y mujeres. También en el caso de Vanesa Springora, que relata en su libro El consentimiento.
El caso de Springora que era menor de edad no deja lugar a dudas: había una complicidad de toda una comunidad que es escalofriante. Estamos intentando legislar cosas que no se pueden legislar. Hay cosas que sí y hay que hacerlo, pero otras no. Una violación, un abuso a un menor hay que legislarlo. Pero luego hay cosas que son chungas, pero que no se pueden legislar ni resolver desde fuera. Entonces me interesaba esa zona gris. En “Pupila”, ella es mayor de edad, tampoco hay que ser condescenciente con ella. Evidentemente, hay una dinámica de poder: él es mayor y su estatus es mayor. Pero también ella, seguramente, está utilizando su papel de alguna manera: ella es joven, eso tiene un valor como mujer y quizá sus sentimientos tampoco son súper puros. ¿Le interesaría él si no fuera un director de cine reconocido? Quería reflejar esa zona en la que hay dinámicas que vienen de patrones heterosexuales muy jodidos de poder y de control, de “yo pongo estatus y tú pones belleza”, pero no es que sean condenables per se y que, si alguien está ahí metido, estará bien que se lo revise si le está haciendo sufrir, pero tampoco es algo que podamos condenar desde fuera de manera deliberada.
Criticamos la posición de él y hay que criticarla, evidentemente, porque está ligando con una chica más joven utilizando su posición de poder que, cuidado, es un poder social, pero que no es el mismo poder de “soy tu jefe y te puedo despedir si no te acuestas conmigo”. Es un poder más diluido, un estar por encima, de algún modo, en términos de estatus. También hay que pensar qué es lo que busca ella porque, muchas veces, en esta dinámica tendemos a infantilizar a las mujeres y esto hay que evitarlo. ¿Ella estaba puramente enamorada, con sentimientos genuinos e inocentes y, entonces, él se aprovechó? Quizá. Pero quizá también ella se estaba aprovechando del estatus que conseguía a su lado. Hay que analizarlo desde la complejidad del asunto y verlo desde los dos puntos de vista posibles.
Cerramos esta entrevista con una de las frases de tu “o la euforia o la eutanasia”. ¿Con qué nos quedamos?
Con lo hay en medio. Hemos sobreestimado la euforia. La euforia no es felicidad: es solo euforia. Muchas veces hemos creído que nos habíamos súper-enamorado, cuando solamente estábamos súper-excitadas —a nivel sexual y también a nivel emocional—. La cosa está en no ser yonkis de la euforia como único estimulante emocional posible.