rita maestre madre
© Carol Renaux

RITA MAESTRE: LA MADRE Y LA CIUDAD

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Hace una buena mañana en Madrid, de esas de cielo muy azul. Quedamos en una céntrica, pero tranquila plaza del castizo barrio de Lavapiés para entrevistar a la concejala del Ayuntamiento de Madrid y candidata a la alcaldía Rita Maestre (Madrid, 1988), que aparece con el carrito de su reciente hija, Jana, y su jefa de prensa, Pepa. Es martes y es por la mañana, así que el centro de la ciudad está inmerso en esa calma deliciosa que no existe los fines de semana: la ciudad es para los vecinos que todavía pueden mantenerse en ella, asediados por la proliferación de pisos turísticos.

Esta mañana, Rita ha podido incorporar a su actividad a su bebé, pues tenía una reunión con su equipo y, después, nuestra entrevista. Al poco de saludarnos, la pequeña Jana comienza a llorar desconsoladamente, no sabemos qué le sucede. Parece que hambre no es: su madre le ofrece el pecho, pero la pequeña sigue llorando. Entonces, Rita se levanta y comienza a bailarla alrededor de la mesa. En realidad, lo que quiere es lo que desean todos los bebés: estar pegadita a su madre. Entre baile y baile, no son pocas las personas que se acercan a interesarse por Rita y su criatura. Todas se acercan con respeto y cariño. Rita nos cuenta que dio a luz en el Hospital Público Doce de octubre a finales del pasado mes de febrero, que pudo estrenar los nuevos paritorios y que tuvo un parto, aunque difícil, respetado. Los partos: esos momentos que son tan poco interesantes a priori o de los que poco se hablaba. Contar el parto es una necesidad generalizada de la madre, de la mayoría de las madres, pues es un momento definitivo en nuestras vidas aunque haya quien quiera tacharlo de mero trámite. Cuando Rita consigue calmarla, todavía con la camisa a medio abrochar y en un ambiente distendido y amable, comenzamos nuestra conversación.

Jana permanece en el regazo de su madre durante toda la conversación. La verdad es que Rita tiene un aspecto estupendo: parece cansada —nivel madre muy reciente—, pero feliz. Se reconoce y se siente cómoda en este recién asumido rol materno: es algo que se percibe al instante. Mientras conversamos, la cabeza de Jana va resbalando muy poquito a poco, por el pecho de su madre. Cuando ya está más cerca de la horizontalidad que de la verticalidad inicial, vuelve a llorar y a reclamar. Ella mide la duración de la charla: es la mejor indicadora posible.

Cuando entramos a pagar los cafés —Rita nos invita—, los camareros del local, que tiene entradas por el exterior y por el interior del Mercado de San Fernando, saludan a Rita y no pueden dejar de contarle que, mientras nosotras estamos en la terraza, dentro del mercado se encuentra la diputada de Vox Rocío Monasterio con las cámaras de Telemadrid. Estamos en campaña electoral. Guasones, invitan a la candidata a saludar a otra candidata, esta vez a la Presidencia de la Comunidad de Madrid —”porque hay que llevarse bien, ¿no?”, espetan—. No saben que es Jana la que manda: ahora sí, tiene hambre.

 

rita maestre madre
© Carol Renaux

 

¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de tu experiencia como madre?

Lo mejor es la felicidad, que es básicamente lo que siento a raudales. No sé muy bien cómo decirlo sin que suene cursi, pero es lo que siento. Me siento enamorada y feliz. Lo peor es el miedo. Por ahora, como está tanto tiempo conmigo, en casa, tan cerca de mí, no es tanto el miedo a que le pase algo, sino el miedo a no saber hacerlo bien. Depende tanto de mí ahora mismo… Imagino que cuando tu hija se hace mayor, sale a la calle y tiene interacción con otra gente, tus preocupaciones pueden ir más sobre las cosas que le pueden suceder fuera de casa. Ahora todo pasa en el ámbito de mi casa, en torno a mí. Si algo va mal, pienso que es mi responsabilidad. ¿Qué me da miedo? No hacerlo bien o hacer algo que no sea bueno para ella.

Acabas de convertirte en madre y eres candidata a la alcaldía de la ciudad de Madrid. ¿Cómo crees que va a ser tu trabajo, ahora que todo ha cambiado?

Por ahora, la verdad es que la maternidad me ha dado mucha energía. Soy una persona bastante activa en general, lo he sido siempre y creo que ahora todavía lo soy más. Hay fuerzas que salen de algún lugar que no sé cuál es, pero están ahí en los días en los que estoy cansada o en las noches más desesperantes. No sé cómo, pero estoy, y tengo la sensación de que, frente a lo que yo misma temía que me pasara, que podía esperar que pasara o que alguna gente me había dicho que iba a pasar, me siento con más fuerza. Físicamente me siento más fuerte. Por supuesto, el postparto ha tenido sus momentos: los puntos son dolorosos, he pasado una mastitis… pero siento que ser madre me da fuerzas.

¿Cómo te planteas tu incorporación?

Cogí seis semanas de mi permiso y me acabo de incorporar. En función de cómo vayan las elecciones cogeré el resto del permiso. Mi objetivo es tomar el resto del permiso completo, ya que creo que es un derecho tanto mío como de mi hija y lo voy a intentar. Como lo puedo hacer en distintas fases y dependo de lo que pase en las elecciones, está abierto. Si tengo que gobernar la ciudad de Madrid soy consciente de que voy a tener que hacer una adaptación mayor entre ambas cosas. La posibilidad de modular el permiso me tranquiliza.

El cuerpo de una mujer es ese terreno donde caben todas las críticas. Más cuando te conviertes en madre: se criticará si das el pecho o no lo das, si te incorporas pronto o alargas tu baja… ¿Dónde te sitúas ante esto?

En un momento me dio que pensar cómo iba a contar mi permiso. Entonces, pensé en que lo iba a contar como lo que es; tengo razones personales, profesionales y de legitimidad suficientes mías, propias, como cualquier mujer, para tomar la decisión que yo considere y que esa decisión sea buena para mí y para mi bebé. Pero te queda la duda de cómo se va a leer hacia afuera, si se va a entender. Hay que asumir que habrá gente que nunca entienda, porque siempre quiere poner en el foco a las mujeres y culpabilizar. Pero la mayor parte de la gente y la mayor parte de las mujeres dirán “hija, pues harás lo que buenamente puedas y lo que quieras, como todas”. Creo que hay una especial comprensión entre las madres, cada vez mayor. Manu, mi marido, se puede coger las dieciséis semanas, el permiso completo. Mi hija tiene una madre y un padre para cuidarla maravillosamente bien.

Lo único que me preocupa de mi incorporación es echar a mi hija de menos. Me cuesta separarme de ella, la verdad. Hoy tenía actividades por la mañana y he podido traérmela, no me apetece pasar todo el día sin ella. Si puedo compatibilizarlo, lo haré. Es una cuestión que tiene que ver conmigo, con mi necesidad, también de ella. Nos necesitamos mutuamente mi bebé y yo. El cuidado compartido es cuidado: su padre  la cuida estupendamente, mis padres nos van a echar bastantes cables —y los de Manu también, solo que no viven aquí—. Estamos muy bien cuidadas.

 

© Carol Renaux

 

¿Imaginas un ayuntamiento en el que, de repente, sea posible compatibilizar o compartir el trabajo y la crianza? Carolina Bescansa, Iolanda Pineda, Mónica García o Ione Belarra, entre otras, han dado visibilidad a este asunto, no exentas de crítica.

Lo que no se muestra, lo que no se ve, no existe. Y no existe para pensar una ciudad, ni un gobierno, ni una administración. No trabajamos ni problematizamos lo que es invisible. Solo se ocupa de ello quien lo ve. ¿Y quién lo vio primero? Las mujeres, las madres. El trabajo de poner en el foco, aunque sea metafóricamente, la presencia de los bebés, la importancia, el peso y el tránsito fuerte que es un embarazo, un postparto en el sentido largo de la palabra, una crianza… es algo que hay que hacer. Hay que poner luz en toda esa parte que, durante mucho tiempo, ha estado solo dentro de casa y con el pestillo puesto. En ese momento, la responsabilidad solo caía sobre las madres. En la ciudad se nota mucho: las grandes ciudades están poco pensadas para llevar un carrito, para tener tres años y querer jugar; para tener doce años y querer estar un rato en una plaza… Ni el transporte público, ni las calles ni muchos parques están pensados para una parte importante de la población que tiene menos de 18 años y que es tan ciudadana como las demás, aunque todavía no pueda votar, aunque todavía no pueda hablar, pero tiene derecho, también, a estar en la ciudad y que la ciudad se piense para ella.

Muchas veces, ser madre en la ciudad es sentirte exiliada. No encuentras un banco en el que sentarte a dar el pecho.

Porque, como bien dices, los espacios de niños y niñas se convierten en espacios de botellón. Las aceras son impracticables para personas con carritos o con problemas de movilidad. La ciudad es un espacio muy hostil, tanto para los niños como para las personas mayores o con discapacidad. La ciudad no está pensada para ellos. Esto es una cuestión que viene de muy atrás. Hemos ido ampliando el ámbito de los colectivos, de las personas que tienen derecho a ser protagonistas, también, de su ciudad. Es una transformación necesaria. Que las escuelas infantiles cuesten 500 euros al mes es una muestra de la falta de interés y atención que se presta a la educación, a la crianza, a la conciliación, a la vida laboral de las madres… ¡No puede ser!

¿Ya tenías claro, antes de ser madre, que existían estas deficiencias?

Lo tenía bastante claro teóricamente, estaba convencida racionalmente de que una parte importante de la revolución de las ciudades era una revolución que tenía que ver con hacer la ciudad más amable, más vivible y no solo para el hombre blanco heterosexual en su todoterreno, sino para el resto de personas que las habitamos, muy especialmente los niños y las niñas. Ahora, además de saberlo racionalmente y de haberlo trabajado, lo vivo en mi día a día. El combo es completo: voy por Madrid midiendo mentalmente los anchos de las aceras, calculando las estaciones de Metro que tienen o no tienen ascensor —en resumen: muy pocas— o viendo cómo de fácil es subirte en un autobús con un carrito que pesa y dos bolsas de la compra.

Decía la escritora Rivka Galchen en su libro Pequeñas labores que, antes de ser madre, la maternidad le parecía un tema perfectamente no interesante. ¿Lo fue, también, para ti?

Me interesaba muchísimo. Me encantan los niños y siempre me han interesado mucho la crianza y la educación. Soy una persona bastante atenta a los pequeños seres y lleva mucho tiempo siendo una parte importante de mi trabajo político, de las cosas que nos preocupan y que queremos hacer en Madrid. Por ejemplo, que la salida de un colegio no sea una acera de medio metro con camiones pasando a 50 kilómetros por hora y contaminación es, sencillamente, inaceptable. Eso era ya parte de mi proyecto y mis preocupaciones antes de ser madre. La parte vivencial atraviesa de una manera totalmente distinta mi visión: ya tengo el ojo puesto en todo de manera permanente.

En general, cuando veo tus intervenciones, percibo que eres una persona con grandes dotes de paciencia. ¿Cómo es para las mujeres que os dedicáis a la política, con cierta sensibilidad antipatriarcal, convivir con el tono agresivo que percibimos las ciudadanas en vuestras intervenciones? Te encuentras con gente en los mismos espacios, negociando ciertas cosas por el bien común, por un lado, y haciendo declaraciones a los medios en tono belicoso, por otro. ¿Se negocia la agresión y luego, todos amigos?

Nunca he llevado bien esto y sigo sin llevarlo bien, la verdad. No me acostumbro y soy incapaz de tener una relación amistosa, digamos, con alguien que me insulta. Yo no sé cómo se hace, intento no insultar a nadie, pero menos entiendo, todavía, ese afán de criticarte personalmente, de intentar hacerte llorar un viernes y luego preguntarte, al lunes siguiente, qué tal el fin de semana. Tengo relaciones cordiales con todo el mundo, hablo con todo el mundo para negociar, para trabajar y saludarte por las mañanas. Pero la verdad es que no tengo relaciones personales ni de amistad con personas con las que, entiendo, no mantienen conmigo una relación básica de respeto. Si la falta de respeto en la esfera pública es tan grande y tan grave, no soy capaz de generar una relación de confianza, después, en un espacio privado, se me hace antinatural.

Los medios también juegan un papel crucial: quizá has estado toda una jornada desarrollando con normalidad y cordialidad el trabajo, pero lo que muestran los medios es ese momento de desacuerdo. ¿Cómo es posible no llevarte todo al terreno personal? 

Genera mucho más interés y, por tanto, los medios te hacen mucho más caso si hablas desde la confrontación y no desde lo propositivo. Por ejemplo, vamos a Vallecas a presentar un plan de reforma de la zona, queremos poner árboles, bancos… es nuestra propuesta. Puede ser discutible o no, puedes querer poner más o menos árboles, dejar los coches o quitarlos. La política debería ir de eso, ¿no? Vas ahí, lo cuentas, pero los medios te preguntan sobre tu opinión sobre lo que dijo Almeida, el día anterior, sobre las feministas. Tú respondes a eso y ya está, eso será lo que se emita. Y tu plan para Vallecas ya lo cuentas tú en tu Twitter, si quieres. Parece que no hay espacio o interés, no se traslada la parte propositiva de la política, que es para mí la más importante. Los periodistas dicen que eso la gente no lo pincha, que no consiguen el clic.

Somos presos de esa dinámica, parecemos ratones dando vueltas sobre la misma rueda, en muchos casos, sin querer. Yo no quiero que lo que la gente escuche de mí sea la respuesta a lo que ha dicho Almeida, porque francamente creo que hay cosas muchas más importantes de las que hablar que mi comentario sobre Almeida o lo que pueda decir Almeida sobre mí. Las preocupaciones de la gente en esta ciudad son otras: cómo de cara está la vivienda, cómo de cuidados están los parques… Lo suyo sería hablar desde esos lugares, pero lo cierto es que eso no sucede. Tú lo intentas colar una y otra vez, pero…

La incorporación de la mujer a la vida política es mucho más amable ahora que antes. Anteriormente, las mujeres que alcanzaban puestos de responsabilidad lo hacían desde posiciones, quizá más agresivas.

Mi referencia y la persona de la que yo he aprendido es Manuela Carmena, que ha gobernado de una forma totalmente distinta. A mí me ha ayudado a ser consciente de que sí se pueden hacer las cosas de otra manera. Y tendrás que pelearte con mucha gente. Había un montón de periodistas que no entendían que Manuela no diera el titular escabroso que andaban buscando. Incluso gente que demandaba un carácter más peleón. Manuela, claramente, no entraba en la pelea cotidiana: le importaba mucho más gobernar la ciudad de Madrid, intentar cambiar las cosas que no funcionaban. Ella es la demostración de que, efectivamente, se puede gobernar desde otro lugar. Hay mujeres políticas que introducen una forma distinta no solo de hacer política hacia afuera, sino de gestionar equipos, de relacionarse de otra manera con la ciudadanía. Yo voy en Metro, como Manuela iba en Metro a trabajar. Y cuando te montas en el vagón, la gente te para, te pregunta, te cuenta si está enfadada o contenta, si le gustas o no. Tu tarea, desde luego, es mucho mejor cuando la gente te cuenta de primera mano lo que le pasa y lo que le necesita.

¿Tienes miedo?

Lo cierto es que la gente, en la vida real, no es como en las redes sociales. Si mi vida se pareciera a mi vida en Twitter no saldría de casa. Twitter es un vertedero para la política, para las discusiones sobre Operación Triunfo, sobre fútbol… estas discusiones tienen un nivel de virulencia y agresividad muy similares. En la vida real, todo el mundo es mucho más normal. Puede que no le caigas bien, pero no te insulta. En estos cuatro años he hecho una vida muy normal, nunca he tenido un problema.

A mí me gusta el contacto con la gente. Para dedicarte a esto, te tiene que gustar que una persona que tiene una preocupación grande, aunque tú no se la puedas resolver en ese momento, te necesite durante diez minutos para que le escuches. Ese contacto, que a veces es muy estrecho, te tiene que gustar si te dedicas a la política. Si no te gusta, entonces, deberías dedicarte a otra cosa. La política tiene gran parte de eso.

Volviendo a las mujeres que entienden la política desde un punto más humano, vuelvo a pensar en cómo gobernó durante los cuatro años en los que fue alcaldesa de Madrid Manuela Carmena. Doy un salto hasta nuestros días y pienso en Sanna Marin, a la que han definido como “la estrella fugaz de la izquierda finlandesa” y no ha podido revalidar su mandato como primera ministra. Pienso, también, en Jacinda Ardern, que dimitió en enero como primera ministra de Nueva Zelanda… ¿no es posible permanecer haciendo las cosas de otra manera?

Todas ellas han sufrido unas campañas de desprestigio tremendas. Cuando Jacinda dimitió hace poco lo explicó en términos personales e hizo muy bien en ponerlos encima de la mesa y tenían que ver con que emocionalmente no podía más y no quería seguir ahí si no tenía la fortaleza que requería el puesto. Manuela sufrió un machaque constante: todo era culpa directa suya y recibía ataques durísimos. Todo esto hace mella en la fortaleza de las personas y también en cómo se te percibe, algo que, a posteriori, incide en el voto. Pero hay que seguir peleando: tampoco podemos dejar el espacio libre a los “señoros”.

Al principio sufría mucho. Las primeras veces que fui a un Pleno Municipal, el espacio parlamentario del ayuntamiento, salí como si me hubieran pegado físicamente. No entendía nada de lo que estaba pasando allí. Es algo que hablaba mucho con Manuela, porque lo vivíamos de una manera similar. Había una violencia verbal que a mí me resultaba incomprensible. La normalización de la agresividad, esa puesta en valor de la agresividad, el que decía la barbaridad más grande recibía palmadas en la espalda. A mí me resultaba dolorosísima, cuando tenía que ver conmigo y cuando no. Es pura violencia, indescriptible y completamente innecesaria. Nunca ha servido para nada insultar al de enfrente, nunca ha servido para nada hacer llorar a una parlamentaria de la bancada de enfrente: no tiene más sentido que intentar que te vayas a casa. Sigo sin acostumbrarme, sigue sin gustarme, pero también me ha hecho fuerte en el sentido de que eso no me va a mandar a mi casa.

 

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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