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SARA JARAMILLO KLINKERT: “EN LUGARES COMO COLOMBIA, LO MÁGICO ES MÁS REAL QUE LO REAL”

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Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) es periodista y escritora. Formada en el Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid, publicó en Lumen su novela autobiográfica Cómo maté a mi padre, finalista del Premio Nacional de Novela en Colombia. Tras él, en 2021, llegó Donde cantan las ballenas (Lumen), ganadora del XXVI Premio San Clemente. Profesora de narrativa en Medellín, acaba de publicar Escrito en la piel del jaguar (Lumen 2023), su tercera novela. Cronista como periodista, en su escritura destacan la valentía de poner voz a los silencios de manera magistral y de emplear la vivencia propia para hacer crecer una historia que, sin duda, tenía que ser contada.

Llego a Sara a través de la historia de Lila y Miguel, una pareja que deja atrás su cómoda vida en la ciudad buscando una oportunidad de negocio en Puerto Arturo, un lugar idílico de las costas colombianas. Hijo de papá él y oficinista acomodada ella, llegan allí para encontrarse con Antigua Padilla —cuyo relato se entrecruza en sus páginas—, una buscadora de agua a la que quieren llevar al terreno para que encuentre el líquido elemento y cerrar, así, un buen negocio. Explicar esto es reducir mucho la historia, pues es este un libro en el que se superponen capas y capas —o se van quitando, según se mire— de pulsiones, de miedos, de abusos, de leyendas, de la fuerza de la naturaleza, del paso del tiempo y sus subjetividades, de la vida y de la muerte. No es la intención hacer un resumen, sino invitar a degustar esta historia, tan bella en sus formas como cruda en todos sus fondos. Sara, tras un intenso mes de febrero dedicado a la promoción de Escrito en la piel del jaguar en España, responde a mis preguntas desde la habitación de su hotel, con las maletas hechas rumbo a Medellín, donde vive.

En algún momento, casi todos los seres humanos tenemos la necesidad de hacer ese camino que lleva de la ciudad a la naturaleza, que es el que hacen Lila y Miguel, los protagonistas de tu novela. 

Es un anhelo humano. Todos venimos de allí, pero nos hemos ido haciendo concretos en las ciudades. Todos provenimos de ese hombre de las cavernas que tenía que buscarse su alimento, lucharte la vida y hacer frente a las vicisitudes que la naturaleza le imponía. Las historias provienen de ahí, de esas noches en que se sentaban en torno al fuego a contarse las hazañas del día, quizá aumentándolas un poco para que resultasen más interesantes. Esa pulsión de contar historias también viene de allí. Es un sueño muy bonito del ser humano —no de todos: hay gente muy citadina con un nulo interés en entrar en contacto con la naturaleza—. Pero yo sí veo que, para muchas otras personas, resulta muy aspiracional vivir allí, llevar una vida tranquila en la naturaleza, no depender de la sociedad ni de este consumismo y manejo del tiempo que nos está matando. En la teoría es un sueño muy bonito que todos tenemos: yo misma lo tengo. Puerto Arturo donde se desarrolla la acción del libro, a pesar de ser un lugar inventado, está inspirado en muchos de esos lugares que existen en Colombia. Lo que pasa es que cuando se lleva a la práctica, a la naturaleza, sobre a todo a sitios tan aislados, todavía agrestes y salvajes —en Colombia hay muchos—, una se da cuenta de que el idilio no es tal, de que en esos sitios conviven lo idílico y lo paradisíaco con lo oscuro, con lo salvaje, porque la naturaleza puede ser muy cruel. Convivir con ella, si uno no tiene las herramientas adecuadas, es una lucha constante en la que no se puede bajar la guardia. Me interesaba mucho llamar la atención sobre qué tan ingenuos nosotros aquí, en la ciudad, viendo fotos de la playa y pensando qué bonito sería vivir allá. Pero otra cosa bien distinta es estar allá luchándose el día a día.

Es curioso que los lugares más bellos sean los más inaccesibles o no estén masivamente habitados. De repente, hay un afán por construir los más lujosos resorts en medio de la más agreste naturaleza, haciendo que contrasten las comodidades de los complejos hoteleros y toda la vida que pasa, fuera de estos recintos. A las afueras de lo idílico están los pobladores indígenas de estas zonas viviendo en la dificultad, la pobreza. Ahí, de repente, entran los estragos de alcohol, el narco… condiciones que atraviesan el continente americano de norte a sur.

Es una idea con la cual comulgo mucho: los seres humanos dañamos todo lo que tocamos. Estos sitios paradisíacos lo son hasta que el primer ser humano llega allí y vislumbra una oportunidad de negocio en forma de resort. Ve claro que puede sacar dinero. Al final, la gente de la ciudad siempre está pensando en cómo conseguir dinero, porque sin dinero no somos nada. También es una crítica a esto mi libro: este tipo de personas llegan a estos lugares buscando un interés económico, una explotación. Finalmente, lo que hacen es dañar lo que hace paradisíaco ese lugar y tumbar los bosques para construir. La gente de la ciudad todo lo resuelve con dinero, pero dejan en problemas a los nativos cuyas familias llevaban habitando estos territorios desde muchas generaciones atrás. Pareciera que ellos son los menos importantes en esa ecuación, cuando son los verdaderos habitantes del territorio, los que tienen el conocimiento transmitido ancestralmente de generación en generación. Ellos saben mirar al mar y leerlo: saben si se pueden meter, si es peligroso, si hay corrientes… Miran el cielo y saben si va a llover. Ellos son los que, como solo tocar la tierra, saben si se puede cultivar o no. Llegamos a estos sitios y desconocemos esas verdades que ellos manejan. Es tristísimo. En el fondo, el libro también hace una crítica justo a esto que dices.

Cuando la gente de ciudad decide volver a la naturaleza, hay un lugar común que es “pero, ¿qué vas a hacer ahí? Te vas a aburrir”. Y yo creo que eso depende de la vida propia que una tenga. ¿Cómo ha sido tu experiencia personal tras haber salido de la ciudad y haber conquistado esa cabaña sin ventanas que tan bien describes en tu libro y que creo es una realidad para ti?

En sitios así el tiempo puede llegar a ser muy agobiante. De repente se encuentra una con unas cantidades impresionantes de tiempo y empieza una a darse cuenta de la cantidad de tiempo que pierde en redes sociales y en todas estas tonterías que nos consumen aquí en la ciudad. Como no hay internet ni wifi, ni funciona el celular, ni hay televisión, una se ve rodeada de una cantidad de horas vacías que pueden resultar muy abrumadoras. Los días empiezan a hacerse monótonos. Es la monotonía que yo intento reflejar en esa espera de Lila y Miguel: aparentemente no pasa nada, amanece siempre a la misma hora… se pierde la noción de qué día es, qué mes, qué horas son. Hay un momento en el libro en el que Lila se da cuenta de que hasta se les olvidan los cumpleaños y los aniversarios. En ese momento, Lila le pregunta a Miguel: “pero ¿a qué tipo de gente se le olvida su propio cumpleaños o el aniversario?”. Y Miguel le responde: “la gente que no tiene la noción del tiempo. Ya somos esa gente”. Es cierto que una termina por sumirse en esa rutina, porque te das cuenta de que no puedes ir en contra de eso. Te levantas cuando amanece y te acuestas cuando se va el sol. Como no hay electricidad, todo el mundo se va a dormir cuando cae la noche. Lila también conversa con Tilda, desesperada por poner electricidad en la cabaña. Tilda no entiende para qué y le pregunta. Lila le dice que quiere tener luz para poder hablar por la noche. Y Tilda le replica que la noche es para dormir, no para hablar. Nosotros ya perdimos ese manejo del tiempo porque intelectualizamos cada hora que nos gastamos: la hora para desayunar, para bañarnos, para tomar un té… todo tiene una hora y todo hay que hacerlo a esa hora. Allá, son la vida y el cuerpo mismo los que determinan lo que hay que hacer. Esa es la razón por la que Lila pregunta a Tilda cuál es la mejor hora para meterse al mar. Tilda, extrañada por esa pregunta que le parece absurda, le contesta que la mejor hora para meterse al mar es cuando se tiene calor. La lógica de Tilda es mucho más lógica que la de Lila. Estamos muy regidos por los relojes. Allí uno se tiene que realizar algún tipo de actividad, porque si no, ese tiempo muerto se te come. A mí, que me gusta mucho leer, en una temporada puedo leer fácilmente hasta veinte libros. Es muy posible hacerlo en un mes en un entorno así. Tengo la suerte de hacer dos actividades muy solitarias y que solo dependen de mí misma: la lectura y la escritura. Cuando esto allá, significa que puedo realizar las dos actividades que más me gustan.

Cuando invito a gente allá, siempre les digo que lleven libros porque allá no hay nada que hacer. La mitad de las personas a las que invito se bajan del paseo al saber que no funciona el teléfono y que no hay internet. Otra cosa que a mí me gusta mucho y que he aprendido a hacer es a meditar. He aprendido a estar en paz conmigo misma haciendo nada, eso sí que es otro aprendizaje. Nos han enseñado a estar todo el tiempo haciendo algo, produciendo. También es importante contemplar la naturaleza, mirar el mar, estar en paz con uno mismo haciendo nada. Es otra actividad que se puede ejercitar allá al máximo. Todas las cosas que una descubre, que aprende de sí misma, es especial. Para mí, mirar el mar es meditación. Caminar por un sendero lleno de árboles inmensos, de más de quinientos años, llenos de animales, es meditación. Es otra actividad bien bonita que hay que hacer allá, pero que la mayoría de la gente que vive en las ciudades ya no sabe hacer, porque no encuentra valor a ese ocio.

 

“Después de visitar el caserío, Lila y Miguel, frente a sus rones sin hielo y sin música, se embarcaban en los mismos debates interminables acerca de si la gente allá vivía bien o mal. A veces, les parecía que llevaban una vida sencilla, sin preocupaciones ni problemas demasiado grandes: peleas de borrachos, cosechas arruinadas, gallos heridos, partos complicados que terminaban donde Encarnación. Si el bebé no sobrevivía, no era tan grave, siempre se podía hacer otro y esperar nueve lunas, qué tanto era eso. Percibían la muerte sin dramas ni misterios, un trámite más de la existencia. Una vez le preguntaron a Carmenza qué hacían cuando alguien se enfermaba de gravedad. Ella levantó los hombros como cada vez que se va a dar una respuesta obvia y dijo: «Pues esperar a que se muera y después enterrarlo». En otras ocasiones, las conversaciones de Lila y Miguel tomaban rutas más espinosas: —Nos vamos a volver como ellos. —Una cosa es vivir así por obligación y otra por gusto propio —se defendió Lila—. Nosotros estamos aquí porque queremos. —Ellos también. ¿O acaso los ves amarrados a una silla? —Claro que los veo amarrados. El trago amarra, la falta de educación sexual amarra, no tener trabajo estable amarra”.

 

Cuando, de muy pequeñita, comprendí el concepto de realismo mágico de la literatura latinoamericana, sentí que tenía sentido. No es realismo mágico: es real que exista esta magia. La literatura ha sabido transmitirlo de manera preciosa, incluso lo más crudo y duro. Respecto a esto, es muy reseñable la potencia de todo personajes femeninos contenidos en tu novela: Lila, Tilda, Antigua, Carmenza, las curanderas, las brujas… Todo está en las mujeres, ahí está la magia. Los hombres se la pegan todo el día bebiendo o violando.

Respecto a lo del realismo mágico, estamos totalmente de acuerdo. Yo estaba totalmente preparada psicológicamente para la lectura que pudieran dar a la novela, sobre todo en países fuera de Colombia. Pero la gente la ha empezado a leer y sí, al principio cuando Tilda les dice que su hermano es un ángel sin alas, algo que suena a realismo mágico, descubre al final de la novela por qué es así de verdad, sin magia. Cuando Tilda cuenta que la curandera tiene pies de elefante y utiliza sangre de dragón para sus mejunjes, eso suena a realismo mágico, pero llega una al final de novela y se da cuenta de que es verdad. Y luego está esta fuerza invisible, que son “ellos”, que pareciera que son como unos espíritus que todo lo dominan, que todo lo saben y lo mandan en la zona. Los lugareños les tienen miedo y ni siquiera los llaman por nombres propios y hablan de “ellos” en susurros y una no sabe muy bien quiénes son “ellos”. Y resulta que son los paramilitares. Y ese “ellos” que suena tan mágico es una absoluta realidad en Colombia: hay mucho paramilitarismo, sobre todo en estas zonas tan olvidadas por el Estado. “Ellos” son los que ponen el orden, los que establecen las normas y a quienes todo el mundo obedece. Ese “ellos” tan mágico, al principio, tiene un asidero muy real en la vida. Toda esa magia termina siendo más real, al final de la novela, que la misma realidad. El lector de afuera ha empezado a entenderlo y eso me gusta mucho: ha desmontado un poco ese mito del realismo mágico y ha entendido que en lugares como Colombia y en sitios como Puerto Arturo, lo mágico es más real que lo real.

Desde la máxima admiración que tengo hacia la figura del escritor Héctor Abad Faciolince, quiero preguntarte por algo. En todas las entrevistas, en la faja del libro, se apela a que eres una escritora “descubierta por Héctor Abad Faciolince”. Y todo bien. Pero, ¿necesitamos ser validadas por una voz masculina? Insisto: te pregunto esto desde la total admiración hacia su persona y escritura. Pero me da la impresión de que la voz de la mujer necesita ser todo el rato apadrinada.

Sí, yo también he tenido esa misma disyuntiva. A Héctor lo quiero un montón y es verdad que fue el primero que leyó mi manuscrito, me abrió las puertas de su editorial y decidió publicarlo. Fue el que me dio la mano para arrancar mi carrera literaria. Mi relación con él parte del absoluto agradecimiento. Yo no me tomo tan en serio esta estrategia de las editoriales para promocionar a sus autoras. Parto de la base de que todo lo que dicen las fajas de los libros es algo que no termino de creer. Entiendo que una editorial es un negocio y que tiene que vender libros, así que trato que no creerme nada de eso, ni que fui descubierta por él ni que soy la autora revelación de las letras latinoamericanas. Soy muy humilde respecto a mi carrera, porque es una carrera que nadie ma ha dado: me la he trabajado un montón, le he dedicado mucho tiempo y esfuerzo, así que nunca me creo ese tipo de cosas.

 

sara jaramillo klinkert

Lila y Miguel, una pareja de trabajadores obsesionados con el dinero y la clase social, dejan atrás su cómoda vida en la gran ciudad y terminan varados en un lugar idílico frente al mar, aunque recientemente asolado por una gran sequía. Allí esperan la llegada de Antigua Padilla, una buscadora de agua de quien se dice que tiene el poder de atraer a los jaguares.

Atrapados en un tiempo sin medida, oyen hablar acerca de curanderas con pies de elefante y fuego en la boca, peces que comen ojos, hombres de dos caras, flores del sueño y leyes impuestas por fuerzas invisibles para favorecer sus oscuros intereses. No solo serán desafiados por la naturaleza y la comunidad de nativos sino también por ellos mismos y sus limitaciones, pues en ese lugar hermoso y terrible salen a la luz los aspectos más secretos e inquietantes del ser humano.

Una historia inspirada en hechos reales sobre el choque de dos mundos, sobre domadores domados y la mirada miope de los citadinos que pretenden habitar un entorno salvaje.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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