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PAOLA ROIG: “ENTRE MADRES, NOS ENTENDEMOS MUCHO MÁS QUE DESENTENDERNOS”

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Es una suerte poder compartir un rato de sofá y café con la psicóloga y escritora Paola Roig, que está en Madrid presentando su nuevo libro La crianza imperfecta (Bruguera, 2023). Y lo es porque Paola es una mujer de gestos tranquilos, que irradia paz. Paola hace sentir que nada es para tanto, que no estamos solas y que escuchándonos y hablándonos tenemos gran parte del camino hecho. Esto deben pensar, también las mujeres que, durante sus embarazos, puerperios y crianzas  acuden a Pell a Pell, proyecto desde el cual Paola las acompaña como psicóloga perinatal y psicoterapeuta. Paola, que es madre de Blai y Candela, de cinco y dos años, compagina estas ocupaciones con la de divulgadora y activista desde su perfil de Instagram @paoroig. Y no solo eso: además, acaba de estrenar el podcast La vida secreta de las madres con su compañera y amiga Andrea Ros (@madremente).

Ante el boom de libros y manuales de crianza al que asistimos, este libro es un remanso paz: por primera vez, en un libro que no te dice lo que tienes que hacer, sino que realmente te ayuda a desprenderte de las piedras que llevas en la mochila. En la crianza, las mujeres nos encontramos con un periodo complejo y de imposiciones: un periodo ideal para que broten las inseguridades, las opiniones no pedidas y las culpas. Llegan todos esos libros, esas cuentas en redes sociales que te enseñan métodos para criar con éxito. Llegan esos libros y, con ellos, se deja poco espacio al instinto, al contexto de crianza, al detalle y a las diferencias. Es por eso que se agradece un libro que habla, desde el punto más alejado del prejuicio, sobre muchas de las cuestiones que se plantean en la crianza: sobre la rabia, sobre los límites, sobre los gritos, sobre criar en tribu, sobre las relaciones entre hermano, sobre dormir juntos, sobre el control de esfínteres, sobre las rutinas, sobre las etiquetas, sobre disfrutar de la crianza, sobre todo. Sobre las exigencias en el parto, sobre desarrollo infantil y, sobre todo, desde el respeto. En este libro no encontrarás instrucciones, sino opciones para que elijas lo que mejor se adapte a tu personalidad, estilo de vida y posibilidades. “Es muy fácil infantilizar a las madres: a ser madre se aprende siéndolo, ningún manual te va a decir cómo hacerlo. Esto es algo que deberíamos aprender lo antes posible, porque nos hostiliza muchísimo”, cuenta Paola, que se encuentra inmersa en un momento de crianza intensiva de sus hijos.

Es de agradecer que te cuenten que hay opciones y no imposiciones en esto de la crianza, Paola.

Hay puntos del libro en los que doy teoría, por ejemplo, cuando hablo de límites, rabietas o castigos, pues hay que entender qué se hace cuando se castiga. Pero también hay que entender que, a veces, se me va a escapar una amenaza, que voy a coger los juguetes y los voy tirar porque ya no puedo más…

Eso es muy tranquilizador, da paz.

Es la paz que yo he necesitado y que a mí me han dado mi terapeuta u otras mujeres con hijos mayores. Es algo que es necesario transmitir.

¿Necesitamos terapia todas las madres? Me da la impresión de que estamos soportando unas cargas enormes, que no veíamos venir y que, sobre todo, nos pesan cuando nos incorporamos al mundo laboral cuando nos convertimos en madres. La instrucción es “ve a terapia”, como para protegernos de un montón de cosas que, me da la impresión, no son responsabilidad nuestra.

El sistema es parte de ello porque, socialmente, no estamos apoyadas: Si las mujeres tuvieran apoyo, acompañamiento, seguramente no acudirían a mí buscándolo.

El prólogo, firmado por Diana Oliver, comienza con una texto de Deborah Levy que dice: “Intentábamos responderle, pero carecíamos del lenguaje para explicar que no éramos mujeres que simplemente hubieran adquirido unos hijos: nos habíamos metamorfoseado en alguien que no terminábamos de entender”. 

Nos metemos en la maternidad sin saber muy bien hacia dónde vamos. Has podido atisbar, te han podido contar, pero no acabas de saber. Cuando entras, te das cuenta de que todo es transformador, que no hay vuelta atrás y sí, asusta.

También dice Diana que “la maternidad puede ser el lugar donde todo empieza”, como es este libro o tu trabajo. ¿De qué manera tu faceta materna permea tu trabajo?

De manera total. Yo era psicóloga antes de ser madre y trabajaba en un espacio joven, coordinándolo. Eso quiere decir que mi trabajo se desarrollaba, todas las tardes e incluso fines de semana. Pensé que si me incorporaba a trabajar por las tardes, no podría ver a mis hijos. A la vez, comenzó una transformación en mí: me vi completamente atravesada por la maternidad. Tuve la necesidad de sacarlo por algún sitio y comencé a compartirlo por Instagram. Y vi que la gente lo recibía bien. Yo soy psicóloga y nunca hice una asignatura de Psicología Perinatal ni en mi carrera ni en mis dos másteres. Me fascinó formarme en Psicología Perinatal y me quedé prendada de la maternidad. Además de ser mi pasión, y esto es una suerte, me permitió conciliar de mejor manera que en mi anterior trabajo. Ahí decidí que me iba a dedicar al acompañamiento de madres.

¿Qué es lo más bonito que ha supuesto, para ti, el acompañar a mujeres en sus maternidades?

Hago un acompañamiento por redes nombrando vivencias, normalizando ciertas cosas. Cada día recibo algún mensaje que me lo agradece, de gente que siente que pongo palabras a sus sentimientos. Con que haya una mujer que se haya sentido menos sola por leer algo que yo haya escrito, ya me da la vida. Acompañando en consulta, a nivel de grupos o terapia, me fascina ver cómo cada mujer encuentra su propia manera de maternar. Es una cosa muy bonita: hay algo que me fascina y es ver que, entre madres, nos entendemos mucho más que desentendernos. Esto, muchas veces, desde fuera no se ve. Comparto contigo una parte, sé que me miras y lo entiendes, y yo lo entiendo de ti y eso es precioso. Dentro de esto que compartimos, hay una parte tan subjetiva e individual, en la que cada una encuentra su manera de ser madre, que también me parece preciosa verla tan distinta en tantas mujeres distintas.

Muchas veces, cuando empiezas a hablar con otra madre, no tienes que incluir demasiado contexto en la conversación: comienzas a hablar desde otro punto de entendimiento.

Claro, es que hay algo de ti que yo ya sé y hay algo de mí que tú ya sabes.

En tu libro hablas de la importancia de vivir en paz con lo que sí pasó. Sobre los silencios, sobre lo que no nos han contado y cómo nos lo contamos. ¿Cómo podemos hacernos dueñas de nuestro relato? Es algo que tú haces a través de la escritura.

Lo que intento y también veo en otras compañeras, como Andrea, es que las madres seamos las protagonistas del relato materno, que tantas veces ha sido narrado por hombres. Cuando, embarazada, comencé a leer sobre crianza, la mayoría de libros estaban escritos por hombres. Hombres a los que yo agradezco muchísimo, por ejemplo, Carlos González, que creo ha hecho un trabajo espectacular. Pero hay un punto en el que pienso que esto no ha pasado en su cuerpo. Y no tiene que ver con que tenga voluntad, con que sea buena persona: no sabe lo que es levantarse a las 3 de la mañana y dar la teta tú sola, sin saber si tu bebé está mamando… Poder hacernos dueñas del discurso, coger el libro y agradecer de verdad, pero ahora hablamos nosotras. Es tan liberador… A la vez, hay que normalizar que no hay solo un relato. Esto es de lo que hablo cuando digo que hay que estar en paz con lo que sí paso. Cada una tiene que atravesar su maternidad con su subjetividad propia.

Una de las cosas que compartimos muchas de las mujeres que escribimos sobre la maternidad es que hay muchos relatos, pero son invisibles. Cuando hablamos de hacernos dueñas de nuestro relato no es un relato individual. Es un relato que parte de lo colectivo.

Y luego está la subjetividad de cada una. Veo mucho el querer hacer todas, todo igual. Hay una parte compartida, que es preciosa, pero la riqueza viene por la parte subjetiva de cada una. Estaba imaginando un libro con vivencias de diez madres distintas y me parece fascinante: la que quiso incorporarse pronto al trabajo, la que no… Hay que aceptar esta diversidad.

Un asunto que nos preocupa mucho hoy en día es el tema de la crianza positiva, de la que tanto se habla hoy en día. A veces, las madres gritamos. Y nos sentimos fatal. Cada vez que me he enfadado con mis hijos, me ha supuesto estar horas y horas con la culpa encima. ¿Es imposible hacerlo de otra manera?

Creo que hay muchas cosas violentas en el sistema y una de ellas es llenar las estanterías de libros sobre educar sin gritos, sobre crianza respetuosa y luego, no darte las condiciones para poder hacer eso. Para empezar, no sé si es posible teniendo en cuenta que la mayoría de nosotras hemos sido gritadas — si no, pegadas— de niñas. ¿Cómo voy a pasar de a mí, que me pegaban una colleja de vez en cuando y, además, me gritaban frecuentemente, a que no se me escape un grito a lo largo de toda la crianza de mis hijos? Es pedirme mucho, quizá. Hablo de una mayoría, no de que todas fuéramos gritadas de niñas. Además de este bagaje de la infancia las madres, en ese sistema, sentimos mucha rabia, muchas veces. Estamos saturadas por el trabajo. Tu hijo tiene un virus y te echas las manos a la cabeza porque no sabes cómo organizarte. Por algún lado se escapa. Por ejemplo, por las tres lavadoras que tu pareja no ha visto, las que tú estabas poniendo mientras él estaba mirando el móvil… Se escapa un grito. ¿Cómo salir del bucle de la culpa? Primero, haciéndonos responsables: he gritado, la he cagado, ha estado mal. Me analizo, pienso qué me ha sobrepasado, qué gota ha colmado este vaso y qué puedo hacer para estar más tranquila. Y luego, puedo reparar. Se nos olvida que podemos reparar y que eso ya es súper revolucionario en comparación con lo que hacían generaciones anteriores. Ninguna inicia la crianza pensando en que va a gritar a sus hijos. Pero luego, pasa. No sé si la crianza sin gritos es posible. Creo que para la mayoría, no. Vamos a abrazarnos, también en el grito.

Las madres somos receptoras de violencias muy toleradas e invisibles. Incluso violencias que vienen de nuestros hijos. Hay que hacer un ejercicio de asunción de la violencia y de transformación en otra cosa que es una utopía.

Es una utopía y, además, no nos han enseñado a hacerlo. Me fascina que estemos aprendiendo un montón de cosas leídas en libros, pero que no hemos vivido en el cuerpo. Ya estamos haciendo muchísimo. Un día, mi hijo me arrastró a mi límite y me dio una bofetada en la cara. Se me cayeron las gafas y sentí que se la quería devolver. En ese momento, grité un “¡No puedo más!”. En vez de quedarnos en el grito, ¿por qué no nos quedamos en que no le he pegado la bofetada que tenía ganas de pegarle?

Hablemos de otra utopía: la conciliación.

Nadie sabe qué es la conciliación. Todo el mundo habla de ello, pero ¿qué es? ¿Abrir las escuelas 24/7 de lunes a sábado? Para algunos, sí. ¿Que renunciemos a nuestras carreras profesionales y solo criemos? Nadie sabe. Es un concepto abstracto que no existe en el fondo, no hay manera. Siempre va a haber renuncias y esto es algo que nos cuesta mucho aceptar. O renuncio a ratos con mis hijos, o renuncio a horas de trabajo. Entiendo a quien no renuncia porque entiendo de qué lugar viene. Pero es imposible no renunciar, aplicado de otra manera. Tanto si eres madre como si no.

La renuncia es otra opción y no es menos valiosa.

El epílogo de mi libro es “Yo sí renuncio a ser la madre perfecta, a querer llegar a todo…”. La renuncia forma parte de la vida.

Volviendo al tema de las escuelas abiertas, en el libro ahondas en el concepto de “guardería”. Que es un concepto perverso. En otros países, son jardines de infancia. Tú hablas de “cuidería”, que sería un término mucho más adecuado. También nos construimos a partir de los conceptos que utilizamos.

He pensado mucho alrededor del concepto de guardería y hay un punto en el que me parece bien, en el sentido de no maquillarlo. Mi hijo de cuatro meses no necesita este espacio, no es una escuela infantil, no le van a enseñar nada. Necesita estar con su familia, ya no solo con su madre. Cuando mi hijo empezó P3 me decía que no quería ir al cole y yo estuve muy tentada de convencerle y de decirle que sí, que era un lugar guay al que ir. Opté por decirle que lo entendía, que lo sentía mucho. Que escogí el mejor lugar, en el que pensaba que iba a estar bien y que necesitaba que fuese para que yo pudiese trabajar.

Hay un libro de Laura Gutman que se llama Mi hijo no quiere ir a la escuela, ¡y tiene razón!. Es una cosa que nos hemos montado y que nos funciona. Aceptemos esto sin culpa: así es el sistema y no hay otra opción. Pero entendamos que los niños no acaban de necesitarlo mucho. O quizá sí necesiten un rato de socialización, pero ocho horas al día son demasiadas para ese propósito. Esto pasa, por necesidad, con bebés de cuatro meses. Es la precarización del sistema. Diana Oliver, en Maternidades precarias, habla de un concepto muy político de esta precarización. Una vez, estaba cenando pepinillos en la cocina y pensé que esto también era precariedad: estoy tan desgastada que no he podido ni prepararme una cena nutritiva.

Andrea Ros y tú acabáis de estrenar podcast, La vida secreta de las madres, que es como una ramificación de vuestro activismo materno-feminista.

¡Estamos tan contentas! Andrea y yo siempre hemos querido hacer cosas juntas. Durante el confinamiento, hicimos una webserie, Maternidades. Pensamos que nos la iba a comprar una productora, pero al final lo desestimaron porque era “solo de madres”. Un día, propuse a Andrea hacer un podcast y ella, que está tan loca como yo, aceptó. Hay un montón de podcasts y decidimos hablar de lo que nos pasaba. Lo que hacíamos en Instagram, pero en una conversación, invitando a mujeres a hablar de sus maternidades, de lo que las atravesó, de lo que no se habla, de los silencios… todos los días recibimos mensajes preciosos de mujeres que se emocionan al escucharlo.

 

paola roig

El libro que necesitamos leer para liberarnos de la culpa y sentirnos acompañadas en el proceso de ser madres.

Las madres millenials vivimos en la era de la información. Sabemos qué zapatos son mejores para nuestras criaturas, a qué edad es mejor introducir el gluten en su dieta y también cómo deberíamos acompañarlos en una rabieta. Nos pasamos la crianza intentando cambiar patrones, y hacer las cosas distintas, intentando ser madres de libro. ¿Pero quién habla de todo lo que nos pasa a nosotras mientras intentamos alcanzar todo eso?

Cuando me propusieron escribir un segundo libro, decidí que quería que fuese sobre la crianza. No obstante, ya hay tantos libros sobre el tema que es fácil perderse en dar indicaciones y consejos y en vender que todas las soluciones van a poder encontrarse en unas pocas líneas. Yo no quiero participar de eso. Yo quiero hablar de la crianza desde la psicología, claro, pero también desde la vivencia. La de las madres a las que acompaño y la mía propia. Quiero hablar de lo que nos sucede, de todo lo que nos cuesta tanto nombrar, de lo que mueven nuestras criaturas en nosotras y de cómo podemos hacer más sencillo el camino de acompañarlas y de acompañarnos. Voy a ir recorriendo los aspectos más importantes de la crianza, esos que más nos preocupan y sobre los cuales más leemos. Voy a darte un poco de teoría para entenderlos y ponerlos en contexto, y luego te plantearé preguntas para que tú puedas escoger tu propio camino, confiando en tus recursos y todo aquello que ya tienes dentro de ti.

No, este no es otro manual sobre como ser una madre perfecta. Es un libro para encontrar y confiar en la madre suficientemente buena que ya eres.

 

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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