© Iván Giménez

SILVIA HIDALGO, ESCRITORA DEL DESEO

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Lo primero que supe cuando se falló el XIX Premio Tusquets de Novela es que lo había ganado una mujer y que se premiaba un relato que es «el deslumbrante retrato psicológico de una mujer enfrentada a sus contradicciones y a la vorágine de la vida moderna, una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión». Y, antes de ver el nombre de Silvia Hidalgo al lado, pensé en ella. Pensé que lo que estaban describiendo bien podía hermanarse con esa Silvia Hidalgo que descubrí en Yo, mentira (Tránsito, 2021). Pensé en que si una mujer escribía sobre el deseo, era ella. Y no me equivoqué. Cuando vi que Silvia se había hecho con el galardón con su novela Nada que decir lo celebré como si fuese mío. Como si fuese de todas, vamos. De todas las que la leemos y la sentimos.

Pensé también en aquel señor que, creo que ciertamente envidioso porque a él no le dan galardones —y está muy convencido de que los merece, de que el mundo está cometiendo una tremenda injusticia con su literatura—, no erró en decir que no toda la literatura escrita por mujeres es excelente, pues no lo es —también hay señoras que ganan jugosísimos galardones, más jugosos que el que ha ganado Silvia, con propuestas de bajísima calidad—. Pero resulta que las historias que cuenta esta sevillana, que es ingeniera y que, además, tiene el don de la escritura, no solo está bien escrita, sino que interpela y toca temas de esos que los hombres tocaron por nosotras y cuya soberanía debemos recuperar. Sobre todo, cuando tienen que ver con nuestros cuerpos. Cuando tienen que ver con nuestro deseo.

Converso con Silvia tomando un café en la cafetería del Hotel de las Letras, mientras a nuestro alrededor pulula la directora Isabel Coixet —otra gran retratante del deseo femenino—. Siento que no habrá señores envidiosos, ni en la literatura, ni en el cine, que puedan parar esta ola y sueño con que, si se meten, saldrá empañados y tristes. Con lo fácil que es leernos, con lo fácil que es vernos y celebrarnos.

¿Cómo fue el momento en el que te enteraste de que habías ganado el Premio Tusquets?

Estaba muy cansada, después de trabajar, y me había echado la siesta un rato. Apagué el móvil y, al encenderlo, tenía un montón de llamadas de números que desconocía. Cuando devolví la llamada, descubrí que era el editor Juan Cerezo, que estaba con el jurado esperando a poder comunicarme que había ganado el premio. Comencé a llorar. Juan dijo que me iba a pasar con los miembros del jurado y yo solo lloraba y les decía que no podía hablar. Vengo de un sitio tan lejano que conseguir algo así no es ni siquiera un sueño: es estar en otro mundo, en otro planeta. Cuando todo cuesta tanto, tanto esfuerzo, tanto entusiasmo. Cuando no decaes y crees plenamente en lo que estás haciendo, entonces entiendes que estabas en el camino adecuado. Sientes una sensación extraña para nosotras: el orgullo. No sé si en algún momento he sido tan feliz, de verdad.

Tienes tu trabajo de ingeniera informática que te da un sustento, pero, por otro lado, tu escritura parece inevitable.

He escrito desde siempre, aunque no fuera en papel. Para mí, el proceso de escribir una vez que te sientas es porque ya voy a materializar la escritura. Yo estoy todo el día escribiendo. Desde pequeña voy escribiendo la realidad para entenderla. Voy traduciendo lo que va pasando en mi cabeza con mi lenguaje. Me cuento a mí misma la narrativa de la vida. Para mí es algo muy natural, inherente a mi vida. Otra cosa es que después lo vuelque para que los demás también puedan entender cómo veo yo lo que veo a mi alrededor, cuál es mi mirada, aplicando la capa de ficción. Siempre he escrito y supongo que, cuando esté muriendo, estaré escribiendo mi muerte en mi cabeza.

Lo primero que supe de tu novela es que ahondaba en el deseo de la mujer, por hablar de la primera etiqueta. Sigue chocando que una mujer no solo sea objeto sino sujeto de deseo. Para mí, este libro habla mucho más de la desesperación, del desasosiego, del derecho a no estar triste, sino enfadada.

Especialmente quería ser más ambiciosa y abrir más la mirada. Quería hacer un retrato social del momento que estamos viviendo respecto a lo que comentabas: cómo vivimos el deseo no solo desde nosotras, sino cómo nos estamos relacionando a través de deseo, de las emociones, de las estructuras de poder. Quería ampliar la mirada y contar el momento actual. Claro: cada una tiene el suyo y la sociedad tiene muchas capas, pero el que atraviesa desde mi ventana, el que puedo ver o alcanzar con más honestidad es el que he querido escribir. Esta manera de relacionarnos y comunicarnos atraviesa a este personaje en particular. Cuando somos espectadores o lectores lo hacemos a través de la empatía humana. Este personaje, en concreto, tiene que pasar de la tristeza al enfado. Tiene que descubrir su propio deseo, puesto que también nos educan en el deseo y toda la educación que hemos recibido a este respecto es masculina. Ella tiene que descubrir su propia ambición, su propio deseo, su propio camino que, a veces, es muy oscuro y solitario. También hay que abrazar la soledad que vas a encontrar si te atreves a romper ciertas estructuras.

Nuestra adolescencia, en la mayoría de los casos y en relación con el deseo, no era algo propio: nuestra valía dependía, generalmente, de si despertábamos el deseo en los demás. Viniendo de una época en la que nuestro deseo estaba absolutamente capado, ¿hacia dónde vamos?

Nos hemos criado bajo esa doctrina, en la que el valor de la mujer no era propio, sino que estaba definido por los hombres a su alrededor. Muchas veces, simplemente basado en algo tan incontrolable como el aspecto o el atractivo físico. Esta pérdida de control absoluta de tu imagen también lo es sobre tu deseo. En el momento, incluso, en el que decides convertirte en sujeto, también te tienes que replantear muchas cosas. Creo que nuestro deseo también es aprendido. A la protagonista, en esa búsqueda de su propio deseo, descubre que el comportamiento que está teniendo no la está llevando en realidad a nada. Ella no quiere sentirse manipulada, quiere ser el sujeto, ser activa, pero solo sabe hacerlo de una manera. En este caso, solo sabe ser hombre o comportarse como un hombre en este tipo de relaciones, algo que tampoco le genera satisfacción.

Debemos replantearnos cómo nos convertimos en sujeto. A veces intentamos imitar comportamientos ya no nocivos, sino que tampoco nos aportan tanto, que no conectan con nosotras.

Creo que seguimos encontrándonos desubicadas. Somos mujeres a las que nos han hecho creer que tenemos opciones, que podemos estudiar una carrera en buenas condiciones, que podemos acceder a los mismos puestos de trabajo, pero nos topamos con un techo de cristal. En lo emocional, seguimos desubicadas. Pienso en ese cliché sobre las mujeres maltratadas como mujeres de bajo extracto, cuando el maltrato no entiende de educación ni de posición social.

La protagonista de Nada que decir está en el mundo, tiene capacidad intelectual, identifica las red flags… Pero da igual. Intelectualmente vamos muy por delante: estamos abrazando el feminismo, que va avanzando con nosotras. Nos escuchamos unas a otras, estamos aprendiendo mucho a un ritmo que, intelectualmente, somos capaces de asumir. Existen altavoces para las minorías. Nosotras, que queremos aprender, estamos haciendo ese trabajo intelectual. Y ese trabajo, poco a poco, va calando en nuestras emociones, en nuestras maneras de ser y relacionarnos. Pero va más lento: es muy difícil quitarnos de encima las cargas con las que nos criaron.

Al empoderamiento lo acompaña el Síndrome de la impostora. Con el feminismo y la heterosexualidad —supongo que también se da en relaciones no heterosexuales—, se da también el síndrome de mala feminista o el de mujer débil y frágil, porque te ves envuelta en relaciones que sabes que son nocivas. Y tú misma te juzgas desde un plano intelectual algo emocional, algo sobre lo que tampoco tienes de todo el control. Debemos ser compasivas. Menos mal que tenemos la sororidad, ese “amiga date cuenta”, pero si no eres capaz de resolver… Es como en un trabajo: puedes ser consciente de que te están tratando mal, que no te pagan lo que deben, pero a lo mejor no tienes, de momento, otra opción laboral. Con lo emocional nos pasa lo mismo.

No se puede ser coherente todo el rato.

Este libro habla de contradicciones que es imposible que no vivamos. Estamos en un momento de transición tan fuerte, tan importante, que es imposible. Sobre todo, viniendo de donde venimos. Tenemos que abrazar esas contradicciones que nos sacarán de ahí. Ya irán calando. Empiezas a fijarte en otro tipo de personas y ya hay cosas que incluso tu propio cuerpo rechaza por sí mismo. Tenemos que ser compasivas con nosotras mismas, porque venimos de un lugar muy oscuro.

La protagonista vive un duelo eterno con su padre perdido. También una relación con una madre que la acoge, pero que no le da ninguna herramienta para ser capaz de recomponerse.

La protagonista no se ve capaz de llevar todo adelante en ese momento emocional —separada, con una hija—. Además, todo el mundo le cuenta que lo mejor sería volver a esa jaula de oro en la que vivía de nuevo. No podemos culpar a la madre, que tampoco recibió una educación afectiva ni sabe darla. El mayor miedo de la protagonista, de hecho, cuando está embarazada, no sabe si va a saber cumplir con las expectativas que están puestas sobre ella. Ella sí sabe que la palabra “cuidados” es mucho más amplia que el que ella vivió como niña. La madre le pone un plato de comida y un techo, pero a nivel afectivo es incapaz de tener la más mínima empatía o cariño.

Poco a poco, conforme la niña va creciendo, ella va encontrando la manera de relacionarse con ella, venciendo esos miedos a no ser capaz de darle cariño. Venimos de muchas carencias emocionales, eran otros tiempos. Adoptamos términos como crianza o apego, pero a veces, también, te sientes frágil o impostora: no sabes si lo estás haciendo bien o mal, si te estás pasando. Por no cometer los errores de nuestros padres, ¿estamos cometiendo nuevos errores? Siempre tendremos ahí esos miedos.

Parece que todos los días estamos haciendo un ejercicio de auto-perdón.

Y eso es hacerlo bien, porque quien no se perdona vive en una frustración absoluta que, al final, paga con la gente que tiene alrededor. Vivimos en ese continuo ejercicio cuando lo estamos haciendo bien. Tu plan intelectual es uno, vienes de un sitio muy lejano, las cosas emocionales van más lentas, puedes pensar algo y sentir lo contrario y, bueno, eso es. Somos bichos un poco evolucionados, poco más. Cuando nos convertimos en madres somos conscientes de que somos mamíferas absolutas con la necesidad de dejar de juzgarnos en ese plano intelectual.

La protagonista es madre y su hija aparece en un discreto segundo plano, algo que no es frecuente. Me encanta que su maternidad esté en un segundo plano. Hablas del machismo en los entornos laborales, de las relaciones con los padres y las madres. Hablas de deseo, de amantes… 

La protagonista se encuentra en un momento en el que debe establecer sus relaciones de nuevo. Además, tiene miedo con su maternidad. Es una persona que proviene de un abandono emocional que ha tendido a ser una isla. Su matrimonio es poco profundo, un espacio en el que no se hablan las cosas y se mantienen las apariencias. Ella tiene muy pocos arraigos emocionales y es incapaz de mantenerlos con su hija. Sí: la cuida, pero como cuida al cachorro con el que se hace. Me interesaba escribir sobre que también, a veces, estas cosas suceden.

Hablando con Rosario Villajos en una de las presentaciones del libro, me decía que era una apuesta valiente escribir sobre que el deseo sexual surgiera mientras la protagonista está embarazada. No se permite el deseo en una mujer embarazada: es algo atroz, incluso pervertido, cuando estando embarazada eres más cuerpo que nunca y estás más en contacto con todos tus instintos más que nunca. Es muy normal que tu sexualidad se dispare durante tu embarazo y esto es algo que parece sucio. Poco se habla de esto.

 

silvia hidalgo

 

Una mujer aguarda en el interior de un coche a que su exmarido recoja a la hija de ambos, que llora en el asiento de atrás. Mientras cae la lluvia y las figuras se desdibujan iluminadas por los intermitentes, ella está pendiente de su móvil y de una cita con un desconocido. Como un animal desorientado y furioso, se deja llevar por su deseo crudo, sin tapujos, en el que la maternidad, la familia, el trabajo ocupan un lugar secundario. Quiere huir de los espejismos de una falsa felicidad, pero se sitúa ante el abismo de una relación enfermiza, desquiciada, con un directivo de la empresa de su exmarido, un «hombre tumor». Nada que decir confirma a Silvia Hidalgo como nuestra Marguerite Duras: escenas turbadoras, emociones inconfesables y una escritura tersa y brillante, que deja zarpazos. Nada que decir es el deslumbrante retrato psicológico de una mujer enfrentada a sus contradicciones y a la vorágine de la vida moderna, una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión, sobre cómo se sobrepone a la crisis de los cuarenta, la ansiedad por el éxito social, el desencanto del hogar, la atracción por lo prohibido.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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