La lectura de Cuestión de límites, el libro de la terapeuta Nedra Glover sobre qué son los límites y cómo establecerlos me ha traído varias sorpresas. La primera, que los límites nos harán libres. La segunda, que ya hace un tiempo que, sin ser demasiado consciente, establecí límites. No parto de cero hacia mi libertad y eso es tranquilizador. Pero he pagado un precio más caro del que vale.
No nos han enseñado a poner límites, todo lo contrario: en mi caso y en el de muchas mujeres como yo, a lo que nos enseñaron es a dar el 110% en todo: en los cuidados, en los estudios, en los trabajos, en las amistades, en el amor. Debemos estar dispuestas para todo lo que se nos pida, ese es el mandato. Cuando llega el momento de ser madres, el mandato nos arrasa como una avalancha de nieve.
Para Nedra Glover, “los límites son las expectativas y las necesidades que te ayudan a sentirte seguro y cómodo en tus relaciones. En una relación, las expectativas te ayudan a mantenerte en un estado mental y emocional sano. Aprender cuándo decir que no y cuándo decir que sí también es una parte esencial para sentirse cómodo en el momento de interactuar con los demás”. Nedra es psicóloga y experta en relaciones. Lleva catorce años ejerciendo como terapeuta y es fundadora y propietaria del centro de terapia de grupo Kaleidoscope Counseling. Licenciada en la Universidad Wayne State de Detroit , su planteamiento se basa en que detrás de la mayoría de los problemas en las relaciones hay una falta de límites y de asertividad, y su don consiste en ayudar a las personas a crear relaciones saludables con los demás y consigo mismas.
Recuerdo la primera vez que di a luz. Mi madre vino a pasar unos días a mi casa para ayudarme con la bebé. Tengo una imagen clavada en la memoria: mi madre, mi hija y yo salíamos de casa para ir a hacer la compra al súper más cercano. En ese momento en el que nos metíamos en el coche, le dije: “¿Para qué se necesita una pareja en la crianza si esto lo hago yo sola?”. Acababa de dar a luz. Tenía puntos por una episiotomía. Daba el pecho a demanda. Seguía trabajando. Me encargaba de lo doméstico. Y no se me ocurrió que no pasaría nada por pedir ayuda.
La segunda vez que di a luz no fue muy distinto: confiando en mi experiencia y en ese “yo tengo que poder con todo” que mi madre me había grabado a fuego, me vine arriba e incluso le dije a mi pareja: “no te preocupes, yo me encargo de todo lo relativo a la crianza en mis meses de baja por maternidad. Tú, mientras, aprovecha para dar un empujón a tu tesis doctoral”. Dije esto delante de una amiga psicóloga y especialista en salud mental materna y perinatal. Se echó las manos a la cabeza, claro. Pero no me lo dijo hasta años más tarde, para que no me sintiese juzgada. Años más tarde, yo volvía a estar quemada con la crianza, espacio que había ocupado casi al completo. Años más tarde, la tesis doctoral de mi compañero sigue sin estar presentada. A ver si antes de que acabe el año…
Cuando me caí del guindo y empecé a ser consciente de que tenía que borrar cuanto antes ese “yo tengo que poder con todo” de mis entrañas, empecé a encontrarme mejor. No obstante, cuando acostumbras a todo el mundo a tu efectividad y, de repente, fallas, te llueven chuzos de punta. Aguanté el chaparrón y aprendí a decir “no”, a pedir ayuda, a repartir responsabilidades. A dejar un hueco libre para que otros asumieran su parte y dejé de sentirme culpable.
Cuando no hemos establecido límites saludables, corremos el riesgo de colocar a las personas que pensamos abusan de nuestra confianza en el lugar del olvido: no queremos contestar sus mensajes o llamadas, les rehuimos. Sin embargo, si somos capaces de establecer límites saludables, con educación y honestidad, será muy posible que nuestras relaciones con ellos mejoren: su comportamiento hacia nosotros cambiará y estaremos más abiertos y conectados. Establecer límites es una oportunidad de crear relaciones más sanas con nuestro entorno.
Deberíamos ser capaces de establecer límites antes de quemarnos. En ocasiones, el resentimiento, el enfado o la frustración pueden ser el detonante de nuevas situaciones, oportunidades y formas de relacionarnos. Lo importante es no sentirse culpable y hablar, hablar, hablar…
No tengas miedo si estás agobiada, resentida, cansada de recibir peticiones de ayuda por parte de tu entorno. Si crees que solo das y nunca recibes. Si estás cansada e incluso comprarías un billete de solo ida para huir del día a día… quizá haya llegado el momento de empezar a hablar de los límites y del autocuidado. Como dice Nedra Glover: “Antes de ponerme unos límites saludables, mi vida era agobiante y caótica. Yo también he luchado contra la codependencia, buscando la paz dentro y fuera del trabajo, y contra las relaciones insatisfactorias. Y resulta que establecer ciertas expectativas hacia mí misma y hacia los demás me da paz. Crear una vida con relaciones saludables es un proceso continuo, pero que se va dominando con el tiempo y con la práctica. En el momento en que dejé de fijar perímetros, mis antiguos problemas resurgieron. A causa de ello, he convertido los límites saludables en una parte de mi vida diaria. Practico la asertividad y la autodisciplina de manera sistemática, para así crear la vida que quiero tener. En el pasado, siempre llevaba conmigo un montón de resentimiento, y tenía la esperanza de que los demás adivinaran mi estado de ánimo y mis deseos. Después de un proceso de ensayo y error, aprendí que la gente no adivinaba mis necesidades: ellos se dedicaban a lo suyo, mientras yo sufría en silencio. Las cosas que antes me costaba mucho decir —como, por ejemplo, “no voy a poder ayudarte con la mudanza”— ahora me salen con mayor firmeza. Al principio me daba miedo, no quería enfadar ni molestar a nadie, y no sabía cómo elegir las palabras adecuadas. Temía que el hecho de no dejarme pisotear supusiera el fin de mis relaciones. Durante todo ese tiempo, el coste personal que tuve que pagar fue muchísimo más alto”.
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