relatos de partos
(c) Barbara Ribeiro (Unsplash)

TAN FALTAS DE RELATOS DE PARTOS

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Treinta y nueve años tenía cuando me quedé embarazada. Muchas de mis amigas ya habían sido madres; obviamente no fui de las primeras, ni mucho menos. A pesar de ello, como no puedo evitar decir, yo me presenté al parto como si fuera a comprar el pan: como si no tuviera nada que hacer o, lo que es peor aún, como si lo que iba a ocurrir no fuera conmigo. ¿Acaso es que el tema no me interesaba? Pues no sé, supongo que lo normal cuando no tienes ni idea de sobre qué va esto. Sí que me recuerdo preguntando —con un vago “¿cómo fue?”—, pero más allá de las horas que había durado, las intervenciones médicas que les habían hecho o algún que otro chascarrillo de los profesionales sanitarios, poca información recibía. Así que a mi supuesta falta de interés se le sumó que de esto se habla más bien poco y siempre en términos superficiales.

Durante el embarazo leí algo sobre parto, pero no mucho y vi algún vídeo, pero los podría contar con los dedos de una mano. Lo que sí tuve es la gran suerte de que el padre de mi hijo me invitara a salir de turismo obstétrico. Y yo, como no tenía ni la más remota idea de que algo así existiera, me vi haciéndolo sin entender la profundidad de un fenómeno como este. El caso es que ahí fue cuando, yendo a las puertas abiertas de algún hospital, paseándome por la entrada de otro, haciendo llamadas de teléfono y navegando por Internet, entendí que el lugar influye y mucho. Seguía viéndolo como ir a recoger algo que otros me darían, pero al menos sentí que el establecimiento a donde fuera, y, por lo tanto, quienes lo regentasen, tendría un papel importante.

Entonces me tocó el turno y la vivencia del parto fue tan intensa que me descolocó por completo. No fue una experiencia fácil y no estuvo exenta de retos, pero, sin duda, fue lo más increíble que he vivido jamás. ¿Y en qué sentido afectó a mi vida? Pues en tantos, que algunos de ellos aún hoy se siguen colocando… Uno de los efectos secundarios es la necesidad de hablar de ello con otras mujeres, ¡siempre estoy deseando contar mi experiencia a todas las que me cruzo! Y si están embarazadas, ¡mejor que mejor! 

—¿Cuánto duró? 

—No lo sé, pero yo sentí que… 

Por sorprendente que parezca, nunca he querido saberlo. El tiempo es relativo, pero el contenido de lo que en él se viva es lo que lo llena o lo vacía de sentido.

—¿Por qué no quisiste ponerte la epidural? 

—Tampoco lo sé, pero fue maravilloso cuando… 

Aunque resulte increíble, yo no tenía claro por qué no la quería, ni tan siquiera creía que fuera a ser capaz de hacerlo sin pedirla a gritos. Aquí siento que lo importante no fue la decisión en sí, sino el proceso vivido para tomarla.

El caso es que todas esas primeras veces en las que sacaba el tema del parto —del mío o del de otras—, parecía que la gente solo quisiera datos: “¿Te dieron puntos?” “¿Cuántos?” “¿Se enganchó al pecho inmediatamente?”. Como si la parte emocional, el cómo nosotras lo vivamos, no fuera para nada relevante. 

Así que, como parecía que de esto no se pudiera hablar en voz muy alta, me lancé a buscar relatos. Visité por primera vez, porque debo reconocer que antes no me había atrevido a hacerlo, la web de El Parto Es Nuestro. Como también me gusta admitir, no sé qué me asustaba más, si el sustantivo o el pronombre posesivo. Entonces descubrí esa especie de refugio clandestino donde las mujeres podemos compartir nuestras experiencias sobre un momento tan trascendental. Resulta que el parto es equiparable al nacimiento y a la muerte y, teniendo en cuenta que solo en el primero de ellos podemos contar lo experimentado, ¿cómo puede ser que no se le haya dado más importancia a nuestro relato?  El caso es que mi parto había sido una experiencia positiva y no parecía que fuera a tener más, ¡pero allí estaba pasando mi escaso tiempo de puérpera bebiéndome esas historias, como si estuviera completamente necesitada de ello! Porque realmente eso era lo que me ocurría —¡lo que nos ocurre prácticamente al cien por cien de nosotras!—, ya que estamos tan faltas que vivimos necesitadas tanto de leer lo experimentado por otras como de poder elaborar nuestra propia vivencia.

Así que, cuando mi hijo cumplió dos años, finalmente decidí a sentarme a escribir mi propia experiencia, abriéndome en canal para, por un lado, entenderme y, por otro, entregarme al mundo. También sentí la necesidad de saber algo más sobre qué ocurre, técnicamente, en un momento así. Era como si quisiera que la razón me dijera algo más de qué había pasado en mis entrañas. El primer día de la formación en Salud Mental Perinatal, con Ibone Olza, no podía parar de llorar. Ahí entendí lo faltas que estamos de un adecuado acompañamiento emocional de la experiencia más brutal que podamos vivir. Algo tan intenso psicológicamente, pero que apenas tengamos ocasiones para crear nuestra propia narrativa, es incomprensible. “¡Así que por eso llevo yo tantos meses aquí sentada delante del ordenador intentando hilar la mía!”, me dije. “Pues qué alivio saber que, en lugar de estar como un cencerro, resulta que estoy cuidándome”.

Apenas tenemos oportunidades para elaborar lo vivido, sea como sea que haya ocurrido, tanto si fue la mejor experiencia de tu vida, como si la recuerdas con dificultad. Apenas tenemos oportunidades de empaparnos de las historias de otras, como para saber las mil y una posibilidades que pueden darse. Un evento por el que llevamos pasando millones de mujeres a lo largo de la historia y del que apenas se ha dicho o escrito en primera persona, ¡qué sinsentido! Mujeres, ¡tenemos que sentarnos a escribir y a leer más sobre este evento tan trascendental para la humanidad! ¿Quién nos habrá hecho creer que esto es algo insignificante y banal, de lo que no merezca la pena hablar? 

“Pero, ¿no tendremos ya demasiado de esto, con tanto bombo que se le está dando últimamente a la maternidad?”, puede que alguien te diga. Y tú, ahí, puedes darle la contestación que escuchó Victoria Gabaldón en la presentación de Maternidades precarias, el libro de Diana Oliver, en el Espacio Fundación Telefónica: “¿Hay demasiada novela negra? ¿Hay demasiados libros sobre la Guerra Civil? ¿O sobre cocina?”. Y es que incluso aunque consideráramos que de maternidad ya hay mucho escrito —solo porque a unas pocas les ha dado por escribir sobre ello en los últimos años, vaya—, te puedo asegurar que de parto hay muy poco. Prácticamente nada si lo comparamos con el número de mujeres que hemos pasado por ahí y con las que están por llegar, hasta me atrevería a decir. Así que si te sientas a escribir sobre el tuyo y te cuesta, quizás sea el momento de buscar ayuda y contactar con una psicóloga perinatal. Nunca es tarde para cuidarse y en este aspecto lo necesitamos aún más. Emocionalmente, pocas situaciones hay comparables a ese evento de traer vida, como para no poner algo más de luz en él.

Si ni ganas tienes de sentarte a escribir sobre ello, porque solo el leer esto te ha removido, busca con quien poder expresarlo. Una amiga, un foro de maternidad, etc., pero busca cómo sacarlo fuera, porque te lo está pidiendo a gritos.

Si al final te animas a compartir tu experiencia, sabiendo que cientos de mujeres estarán deseosas de leerla, recuerda que puedes publicarla en la web de El Parto Es Nuestro. Si solo lo quieres para guardarlo en tu intimidad, imagina qué puede suceder cuando tu criatura quiera saber cómo llegó a este mundo y tú se lo puedas enseñar. Imagina también qué puede suceder si tu criatura es una mujer y quizás ella ya esté acostumbrada a hablar de estas cosas con total naturalidad.

Relatos de partos, relatos de vida; tan faltas de ellos y con tanta necesidad de alzar juntas nuestras voces. 

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Es psicóloga, docente, escritora y madre. Ha publicado PARtIR y Mamas.

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