© M. Velasco - A. Montero

UNA CONVERSACIÓN CON ÁNGELES CASO

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Mi madre era una gran lectora y supongo de que aquellos polvos, estos lodos. La recuerdo leyendo en el sofá de casa y aseverando que no había mejor plan que despertarse por la mañana, desayunar y volver a la cama con un buen libro. Ella me introdujo en los placeres de la lectura y quizá mi primera adicción fuera a los libros: recuerdo ir a Cosuenda, el pueblo de mis tíos los fines de semana, pasar por la librería de Cariñena y querer un libro nuevo cada semana. A veces se podía, a veces, no.

Recuerdo a mi madre leyendo a autoras y compartiendo impresiones con ese anárquico e incipiente club de lectura que formaba con sus amigas. Recuerdo ver con ella las clásicas películas de Sissi, la emperatriz de Austria-Hungría y recuerdo ver en sus manos y, más tarde, en las mías, Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría, la biografía que la escritora Ángeles Caso (Gijón, 1959) le dedicó en 1993. Su lectura derribó muchos de los mitos que nos bebimos con la trilogía de sus películas y nos descubrió a una mujer rebelde, insatisfecha, culta y que no se doblegaba con facilidad. Quizá sin saberlo, Sissi fuera feminista. Recuerdo leer bien jovencita El peso de las sombras, finalista del Premio Planeta en 1994. Mi madre y yo siempre decíamos que, de los Premios Planeta, valían más los finalistas que los ganadores. Creo que todavía es así.

No he dejado de leer a Ángeles caso desde mi adolescencia, ya fuera por los libros que mi madre me prestaba, ya fuera por los que yo le regalaba y que sabía que, en algún momento, volverían a mí. La leí en El mundo visto desde el cielo, una historia bellísima; volví a ella en su relato incluido en Hijas y padres y, entre otras muchas de sus obras, me fascinó Las olvidadas, una historia de mujeres creadoras. Ángeles, que se sabía escritora desde que supo escribir, es una autora prolífica y culta, pero, sobre todo, valiente: no ha dudado en poner en marcha proyectos de financiación colectiva cuando las editoriales no apostaron por sus títulos. No apostaron por ella: una mujer que fue finalista del Planeta, pero que también lo ganó años más tarde. Que se hizo con el Fernando Lara. Que no ha dejado de empujar la piedra ladera arriba esperando, por fin, que las cosas no sean tan difíciles para las mujeres que quieren hacer de este mundo un lugar más amable con el pico y la pala de la cultura, con la experiencia misma de la vida como armadura. El día en el que se produjo esta conversación era especial para mí: era la víspera de la festividad de El Pilar, que era el día grande del año cuando mi madre habitaba esta tierra. Llegué a la entrevista emocionada y comencé confesando a la entrevistada que para mí no era una cita cualquiera: la escritura de Ángeles me conecta directa y muy satisfactoriamente con mi madre, con mis lecturas, con mis intereses, con las invisibilizadas, con mi vida.

Las desheredadas (Lumen, 2023) es una historia de mujeres creadoras de los siglos XVIII y XIX, las «heroínas de la genealogía cultural femenina, las artistas, dramaturgas, pensadoras, novelistas, músicas, poetas, fotógrafas y científicas —sí, la ciencia también es cultura y creación— que nos precedieron, alzándose sobre el pantano gris y amorfo en el que deberían haberse resignado a ahogarse, para levantar muy altas la cabeza y la voz», como reza la introducción de esta bellísima obra. Son más de veinte años de estudio en la misma senda que inició con Las olvidadas y que ponen cuerpo y nombre a las primeras albañilas, las primeras pintoras, las intelectuales, las mujeres que escribían bajo seudónimo, las borradas por la historia de la medicina… Escrito de manera amena, curiosa y sesuda, Las desheredadas incluye páginas centrales con imágenes de antiguas pinturas y algunas imágenes fotográficas como las de la escultora estadoundense Harriet Hosmer rodeada de veinticuatro hombres, sus ayudantes, en el patio de su estudio en Roma o el curioso retrato de Concepción Arenal, con la mano metida en el pecho como pose napoleónica, de la que primero se dice que es viuda de carrasco para después definirla como «eminente pensadora y poetisa». Un dato curioso: La Junta de Damas, que comenzó a funcionar en 1787, fue la primera asociación femenina de la historia de España al margen de la Iglesia.

Ángeles, además de ser una de las escritoras más prolíficas e interesantes que conozco, es madre de Celia, de 32 años. En esta conversación sobre las mujeres injustamente silenciadas por el relato del patriarcado sobre cómo acontecieron los hechos de la historia y qué nombres dejaron de mirarse hablamos de los orígenes de su oficio como escritora, que coincidió con los primeros compases de su maternidad.

¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?

Sí, en mi caso para bien, porque yo  llevaba toda la vida, desde chiquitita diciendo que iba a ser escritora, pero no encontraba el momento de decir bueno, ya: me pongo, escribo y publico. Y lo encontré cuando nació mi hija. Recuerdo el primer año de mi hija como el mejor año de mi vida. Tuve un embarazo maravilloso, un parto del que no me enteré y fui feliz criando, dando la teta, queriéndola, jugando… Estaba exultante y ahí fue cuando me dije que ya era hora, ¡fíjate si influyó! También influyó en el otro sentido, que podemos verlo como negativo o no, que es que mi primer libro lo empecé con ella recién nacida. Me pasé muchísimos años escribiendo y cuidándola al mismo tiempo; escribiendo en medio del salón, con la tele puesta para que ella viera los dibujitos, interrumpiéndome cada dos por tres: «mamá, caca», «mamá no sé qué», «mamá, los deberes», «mamá…». Tuve que hacer buena parte de mi carrera, hasta que ella tuvo 14 o 15 años —además estaba yo sola con ella— muy pendiente de ella, viviendo ese momento típico de estar en mitad de una frase, que crees es la frase de la historia de la literatura y de verme interrumpida. Yo me quejaba a veces de eso porque yo veía a mis amigos-hombres-escritores, irse un mes a escribir a una isla griega porque no conseguían arrancar una novela. Y yo decía «ay, que envidia, yo quiero también irme a una isla griega». Y un día, hablando de esto, en una charla, alguien desde el público me dijo que no me quejase, porque todo eso estaba en mis libros. Y pensé que tenía toda la razón. Es decir: todo lo que yo he podido dar y recibir como madre, como hermana, como amiga, como hija; todo el tiempo que le he dedicado a eso y que no he dedicado a la escritura, es bienvenido. También forma parte de mi escritura, y para bien. A partir de ahí hice una reflexión sobre este tema: nosotras casi nunca —hay mujeres que sí, pero pocas— podemos encerrarnos en nuestro despacho a escribir en silencio y con alguien a la puerta que diga «no entres, que a mamá no se la molesta». Casi nunca tenemos a un señor fuera del estudio, ocupándose de que tengamos la comida preparada, de coger el teléfono, de organizarnos la vida mientras escribimos. Conozco a muchos escritores muy relevantes que han tenido esta figura a su lado de esposa, secretaria, administradora, banquera, madre de sus hijos, cocinera, enfermera, todo, para que el genio pudiera escribir. Nosotras nunca vamos a tener eso, muy difícilmente. Escribiremos menos. A lo mejor escribiremos peor, en el sentido de la perfección, pero la vida se nos cuela en la obra y eso me parece maravilloso. 

No escribiremos peor, pero de manera menos grata.

Será menos grata la tarea, pero al final, con el tiempo, si llegamos a viejas y revisamos todo eso, diremos lo que me dijo aquella señora: «todo eso late en nuestros trabajos». Y a lo mejor, en los trabajos de la mayoría de los hombres, no late. Es mucho más difícil, pero vale la pena.

¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?

Pues no le veo nada peor, la verdad. Lo mejor es que es lo que es, que hay un ser —en  mi caso, mi hija— con el que tienes una relación íntima y que te acompaña el resto de tu vida, que siempre está ahí. Cuento con ella para todo y cuenta conmigo para todo. Además, es mi colega. Somos muy colegas y, a estas alturas de nuestras vidas, siempre le digo «es que eres tú mayor que yo», es ella la que me hace de madre a mí.

La respuesta más común a esta pregunta es que lo peor es el miedo.

Yo no he sido nada miedosa. Al revés: me esforcé desde que era muy pequeña para no tener miedo y dejarla muy libre, me daba miedo convertirme en una madre hiperprotectora porque éramos ella y yo solas. Hice el esfuerzo, desde que era muy chiquitina, de mandarla con mis padres a Asturias; de mandarla de campamentos y dejar que aprendiéramos las dos a vivir independientes la una de la otra, que aprendiera a ser libre de mí. Yo no quería que surgiera entre nosotras una relación de dependencia, que no fuésemos capaces de vivir alejadas. Me parecía que iba a ser malo para las dos. He confiado mucho en ella y supongo que confiaba en la vida, aun sabiendo que la vida es como es y que algo malo siempre puede pasar. No sé a quién leí una vez una frase que me grabé a fuego: «a los hijos hay que darles raíces muy profundas y alas muy largas». Es lo único que puedes hacer por ellos.

¿En qué momento te definiste como escritora?

Desde muy pequeñita. Mi padre era catedrático de Literatura en la Universidad de Oviedo y era un padre muy poco común: yo nací en 1959 y mi padre estuvo presente en el parto. El ginecólogo, que era amigo suyo le dejó pasar. Nos llevaba al parque los fines de semana, jugaba mucho con nosotros y todas las tardes nos contaba un cuento: las historias del Quijote, las historias de Ulises, los poemas del Romancero… era maravilloso. Yo era una niña enamorada de su papá, con cuatro o cinco años, y yo pensaba, no sabía cómo lo haría, pero de mayor quería provocar en los demás las mismas emociones que eso estaba provocando en mí. Esa era la idea. Empecé a escribir a los ocho años mis primeros cuentos y desde entonces siempre supe que algún día escribiría, que era mi vocación. Y luego estudié Historia del Arte, que también me gustaba muchísimo. 

Acabé trabajando en televisión de una manera muy estúpida. Ahí como que me alejé de todo eso porque no me daba tiempo. Y hubo un momento en el que me paré y me dije que no iba a seguir por ese camino y me fui a trabajar a la radio, a un programa pequeñito que me dejaba mucho tiempo para escribir. 

Tardé mucho en encontrar la voz. El primer libro lo publiqué ya con 32 años, pero creo que está bien, que es una buena edad para empezar a publicar. Me alegro de no haber publicado antes. La literatura es una actividad muy solitaria: te obliga a encerrarte en tu casa, no ver a nadie, no hablar con nadie, y yo me alegro de haberme pasado muchos años viviendo mucho, saliendo mucho y pasándomelo muy bien. 

¿Cuándo empezaste a fijarte en las mujeres olvidadas, desheredadas, invisibilizadas?

Desde que estudié. Terminé la carrera en el 81 con una especie de malestar, porque no nos habían hablado de mujeres en el mundo del arte. Justo en ese momento empezaban a salir los primeros estudios de género de Historia del Arte que se están haciendo en Estados Unidos y, poco después, en Francia. Yo, que tengo la suerte de hablar idiomas, cada viaje que hacía o si alguien viajaba, por ejemplo, a Nueva York, pedía que me trajeran libros o me venía con las maletas cargadas de libros. Iba a los museos y compraba todo lo que estaba saliendo de estudios de género. Ese fue un territorio que me interesó mucho, pero nunca pensé que iba a acabar escribiendo sobre eso. 

Es curioso cómo muchas de nosotras hemos pasado nuestra infancia y juventud acudiendo a museos sin extrañarnos de que las mujeres no firmasen obra. 

Es lo normal: absorbes el discurso dominante, el relato que te están contando en el colegio, en los libros, en los documentales, en las películas. Si te dicen que la historia ha sido así, ¿cómo vas a dudar? Yo tuve la suerte, aparte de la familia especialmente inquieta intelectualmente en la que crecí, de que tenía amigas feministas que eran mayores que yo y que me alertaban mucho. Ya a finales de los 70 estaban ahí, muy peleonas. Eran igual diez años mayores que yo, las primeras feministas organizadas en Oviedo. Yo no formaba parte de la asociación feminista, pero les tenía mucho cariño y ellas a mí; nos tomábamos muchos cafés y entonces ellas me alertaban: «tienes que leer a fulanita, tienes que descubrir a esta mujer, investiga esto…». Ellas me fueron abriendo un poco los ojos a no creerme todo lo que me estaban contando. 

Este abrir los ojos del que hablas me conecta con un concepto que he leído en Las desheredadas y me ha encantado: «El problema es que la mirada casi nunca es ecuánime, y la de aquellos hombres —que en muchos sentidos, reconozcámoslo, hicieron una tarea colosal— no lo fue en absoluto. Es más, padeció de un tipo de miopía particular, la miopía patriarcal y androcéntrica tan característica de su tiempo». ¡Pues claro!

Es que es tremendo. Una de las cosas que está ocurriendo en toda esta investigación de género es la reconstrucción de la historia que estamos haciendo no es que no es que estemos descubriendo documentos nuevos: es que los documentos ya estaban ahí. Los cuadros estaban ahí. Los contratos de las albañilas que trabajaron en las catedrales estaban ahí. Los nombres de las médicas de la Corte de Aragón estaban ahí, e infinidad de cosas.  Todos esos documentos ya habían sido estudiados, analizados, sintetizados, transcritos, contados y explicados. Y no habían mirado donde había un nombre de mujer. Eso no lo miraban, salía el nombre de una médica en un documento medieval y ese nombre no aparecía. ¿Cómo es posible? 

Desde la perspectiva feminista, se me tambalea la historia de la Filosofía. Toda la Filosofía clásica, todo lo que se estudia en la secundaria, es una historia en la que no existen apenas las filósofas. Ni parece que la filosofía tenga en cuenta a las mujeres ni se escriba para ellas. 

Es que es así, es el relato histórico que hemos recibido: un relato absolutamente androcéntrico en todo. En la historia en general, y en las historias en particular: medicina, filosofía, arte, música… mires hacia donde mires, las mujeres no existen. Mirando hacia atrás y siguiendo este relato, veo un mundo lleno de hombres enarbolando la espada, conquistando territorios, construyendo poder, mirando por microscopios, mirando por telescopios, con un pincel, pintando; con una pluma, escribiendo… veo hombres y, después, otro mundo que es una masa gris amorfa en la que no ocurre nada más que gestar, parir y revolver los garbanzos para que no se quemen. Es que eso es lo que nos han contado. 

La literatura de la guerra, la información de la guerra… la importancia de la guerra. Es difícil, como mujer, sentirse partícipe de este orden mundial.

Yo veo muchos documentales de historia en los canales especializados y están todo el día con las grandes pirámides, con las grandes tumbas de los faraones, con las grandes guerras. Es todo el rato un alarde de testosterona, de masculinidad… Todo el tiempo señores horribles que crearon un sufrimiento atroz. Hombres que esclavizaron a gente, que decapitaron, que mataron por miles, que violaron. ¡Y todavía los estamos ensalzando a día de hoy porque hicieron las pirámides! Cuesta mucho revolver todo esto, deshacerlo y volver a construir un relato nuevo con otra mirada. 

Ayer estaba viendo un documental sobre Genghis Khan y contaban que hay una estatua suya de 40 metros. Eso es el patriarcado. Yo reclamo una estatua a una mujer con una aguja en la mano. ¿Es más importante una espada que mata que una diminuta aguja que salva vidas?

Otra frase maravillosa que he descubierto en tu libro, esta vez es de Émilie du Châtelet: «Si nos atreviésemos a pedirle algo a Dios, deberían ser pasiones».

¡Me encanta! Es que la adoro. Hay que ser atrevida, ¿eh? Eso solo lo podía decir una dama del XVIII francesa. Científica, filósofa, amante de Voltaire durante 13 años… una mujer muy relevante, espectacular.

No podemos olvidar que estas mujeres que pudieron crear pertenecieron a un entorno socioeconómico privilegiado.

Eso es importante recordarlo siempre: el relato histórico siempre nos habla de las clases altas. Cuando tenemos esta idea de la mujer decimonónica maravillosa, con su vestuario maravilloso, nos olvidamos de que eran un porcentaje muy pequeño de la población. La mayoría de las mujeres no vivían así, ni sabían escribir. He intentado que aparezcan ahí todo el tiempo, que no se nos olvide que incluso las que lo pasaron muy mal, eran unas privilegiadas. Las otras eran la escoria de la escoria, como decía Flora Tristán, «las proletarias del proletario». Que no se nos olvide nunca.

En tu libro hablas de que las mujeres en entornos socioeconómicos privilegiados se vieron obligadas a ceder la crianza de sus bebés a las amas de cría. Les negaron el vínculo inicial con sus criaturas.

Escribí sobre Sissi en mi primer libro. Cuando nació su primer bebé, Sofía, quería criarla y no se lo permitieron. Ella sufrió una depresión por este motivo. Las mujeres de clase alta tenían que estar libres para seguir procreando, dedicarse a la vida social y no estar pendientes de cuándo dar el pecho a sus bebés. Por otro lado, existen estudios que afirman que las clases populares usaban el dar de mamar de manera prolongada como método anticonceptivo.

En la última parte de Las desheredadas hablas del primer feminismo español. ¿En cuál estamos ahora?

Nunca ha habido un único feminismo, hay diferentes maneras de abordar el feminismo. A veces, peleadas entre sí, algo que es una pena porque, al final, lo que nos une es la lucha por derechos humanos básicos, ese acuerdo de mínimos que debería estar siempre presente. Espero que lleguemos a superar esta escisión en breve. El feminismo español, con el retraso que ha sufrido España respecto a otros países, con la presión gigante del catolicismo sobre la mujer española —hasta los años 80—, aparte de estas fracturas de los últimos tiempos, en las últimas décadas, está en un punto extraordinario respecto a los países de su entorno. Tenemos un movimiento feminista muy potente, muy bien representado en los partidos políticos, en los sindicatos, en los actores sociales “oficiales”. Por supuesto, todavía queda muchísima lucha, pero aun así, hemos pegado un buen acelerón, viendo de donde venían las pobres —da mucha pena la situación de las mujeres en España a mediados del siglo XX—.

 

ángeles caso

Hace casi dos décadas Ángeles Caso iniciaba con Las olvidadas un proyecto único: la reconstrucción de una genealogía cultural femenina formada por todas las mujeres que rompieron con lo que la sociedad pretendía imponerles y se atrevieron a vivir a contracorriente, a crear y pensar un mundo mejor, aunque solo recibieran a cambio el desprecio de la crítica y el canon.

Las desheredadas aborda los siglos XVIII y XIX, una época crucial en la historia de Occidente, germen de la que vivimos hoy. Es el tiempo de pintoras como Élisabeth Vigée Le Brun o Adélaïde Labille-Guiard; de las ilustradas lady Mary Montagu o la duquesa de Osuna; de científicas como la marquesa de Châtelet y Ada Lovelace; de las revolucionarias traicionadas como Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft; de escritoras como Mary Shelley, las Brontë o Emilia Pardo Bazán; de las primeras feministas como Flora Tristan, Concepción Arenal o Rosario de Acuña; de las impresionistas como Berthe Morisot o Camille Claudel… Se dedicaron a las artes, al pensamiento, lucharon por la libertad y los derechos de los más desfavorecidos, pero la burguesía ilustrada y liberal acabó imponiendo el relato oficial. Y en él no hubo cabida para ellas. De ese rechazo nacería el feminismo, que iniciaba entonces su carrera imparable.

Ángeles Caso funde géneros literarios y nos entrega una obra emocionante, reivindicativa y profundamente rigurosa sobre las heroínas que osaron alzar la voz y la cabeza. Este libro ilumina por un momento las vidas de algunas de ellas para que nos permitan sentir el deseo de iluminar las de las demás.

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Un comentario

  1. He leído todos sus libros, este último aún no, pero estoy deseando leerlo, en Youtube he seguido todas sus intervenciones, he aprendido mucho de ella.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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