Encontrarse con los sentimientos, a veces, no es tarea fácil. Cuando somos criaturas, sentimos sin saber poner nombre a nuestras emociones. Y, por lo que observo, en mi propia experiencia y en la de mis hijos, el no saber relacionar o nombrar las emociones puede resultar algo frustrante. Aprender a reconocer las emociones es básico para relacionarnos mejor con los demás. Y creo que las madres y los padres podemos hacer un buen trabajo, desde el principio, si no disimulamos ni ocultamos las nuestras ante nuestros hijos. Los tiempos no acompañan, es cierto. Somos esa generación que pasa más horas trabajando que viviendo. Algunas queremos salir de esa rueda y vamos dando pasos pequeñitos, esperando que se conviertan en pasos de gigante. Queremos tener tiempo de hablar con nuestros hijos, de explicarles cómo nos sentimos, por qué estamos tristes, o por qué no sonreímos tanto como ellos desearían. También por qué nos enfadamos o reaccionamos con rabia. De eso ellos también saben un rato largo. Hablamos de sentimientos y queremos hacerlo, también, a través de un precioso álbum ilustrado: se llama Sentimientos encontrados y está editado por Ediciones Modernas El Embudo. El pasado mes de octubre, la ilustradora donostiarra Elena Odriozola obtuvo el Gran Premio, máximo galardón de la Bienal Internacional de Bratislava, por las ilustraciones este libro que firma Gustavo Puerta Leisse. Para este libro, Odriozola trabajó durante casi diez años, recreando la vida en el interior de una casa y la interacción entre los siete personajes que la habitan, utilizando únicamente lápices de grafito. El resultado es un original a la vez que clásico cuaderno ilustrado de buen tamaño que es una invitación a compartir una lectura entre mayores y pequeños, con la que todos disfrutan y de la que todos aprenden.
Hemos hablado con Gustavo y Elena sobre el germen de este libro, sobre las tareas de ilustradora y de editor y sobre los críticos más mordaces y sinceros: los pequeños lectores.
ENTREVISTA A ELENA ODRIOZOLA
¿Cómo llegaste a la ilustración? ¿Dónde nació tu pasión por ella?
Hay un recuerdo en concreto que me da algo de vergüenza contar… no recuerdo cuántos años tendría, pero no muchos. Era Navidad y nos llevaron al cine a ver Cenicienta. Cuanto volví, me planté delante del árbol de Navidad y pedí: “quiero ser eso”. Eso, sin concretar. Me veo a mí misma envuelta en luz, aislada del resto, pidiendo “eso”. Sé que suena muy ridículo, pero me sigo viendo allí, delante de aquel árbol inmenso. Además, en casa siempre se fomentó el dibujo. Y mi tía abuela nos leía cuentos todas las noches, siempre tuvimos muchos cuentos. Supongo que todo eso algo tendrá que ver.
Cuando tuve que escoger qué estudiar, tuve claro que no era Bellas Artes. No sé por qué, pensaba que tendría que dedicarme a dar clases, cosa en la que no me veía en absoluto. Tampoco imaginaba que pudiera dedicarme a la ilustración, ni lo contemplaba. Así que estudié Arte y Decoración, por eliminación. Y cuando terminé me llamaron para trabajar en una agencia de publicidad. Total, que a los ocho años la agencia donde trabajaba cerró y, para entonces, ya había ilustrado un par de libros —la amiga de una compañera de trabajo era maquetadora en una editorial, vieron mis dibujos y empezaron a encargarme cosas—. Así que decidí no buscar trabajo, tenía claro lo que quería hacer. Y empecé a recibir llamadas.
Siempre ha sido así, el trabajo me ha buscado.
¿Cuáles son los trabajos que mayores satisfacciones te han traído?
Es difícil de contestar. En su momento estuve muy contenta con trabajos que ahora no me dicen nada. Pero he ido cambiando y me gustaría creer que también mejorando. Los libros que más me satisfacen son aquellos que superan el paso del tiempo, y hay muchos que no lo han superado. Mi mayor satisfacción sería que eso no volviera a suceder. Afortunadamente, los libros que he hecho de unos pocos años a esta parte me siguen valiendo. Podría destacar Frankenstein y Sentimientos encontrados. Sobre todo este último. Son dos libros que han supuesto un cambio importante en la forma de hacer. Y Aplastamiento de las gotas. Hay algunos más que también destacaría: UR y En el bosque.
¿Cómo surgió Sentimientos encontrados? ¿Qué recorrido vital ha tenido desde su publicación en 2019 hasta que ganaste el Gran Premio de la Bienal de Bratislava?
Surgió de un taller que impartían Gustavo Puerta y Javier Zabala. En realidad, me apunté para estar un rato con ellos (nunca he sido de ir a talleres). Gustavo me comentó que por qué no hacía una casa. Y así empecé. Por supuesto no terminé el ejercicio, pero Gustavo me animó a terminarlo con la intención primera de hacer un póster y luego un libro. Después, vinieron nueve largos años de dibujarlo de forma intermitente, cuando podía rascar uno o dos meses seguidos para dedicárselos. Fue complicado, ya que nunca he hecho un trabajo de esa forma, nunca me ha gustado, sobre todo teniendo en cuenta que se va cambiando la forma de hacer, pero cuando lo retomas hay que volver atrás, algo que nunca me ha gustado, salvo en este libro. Siempre lo volvía a coger con gusto. Por alguna razón, funcionó. Una vez publicado, recibimos una respuesta fantástica. Es el primer libro de nuestra editorial y nos ha dado muchas alegrías, siempre será muy especial para nosotros.
¿Cuál es el impacto real de los premios sobre tu carrera?
La verdad es que no lo sé. Supongo que habrán afectado en algo, pero no me he dado cuenta. Bueno, lo que sí recuerdo es que cuando me dieron el Premio Nacional apenas recibí llamadas de trabajo durante un tiempo, fue como si me hubieran echado un mal de ojo. Me resultó curioso. En cuanto a otros premios que me han dado, no he visto que supusiera un cambio. En cuanto al impacto personal, los premios hacen que no pueda flojear. Tampoco es que nunca haya tenido intención de hacerlo, nunca voy a hacer un trabajo por hacer, pero menos aun si he recibido un premio a mi carrera… porque es curioso, si tuviera 80 años tendría más sentido, pero si te lo dan con 47 ¿Qué haces?, ¿te jubilas? Creo que es una gran responsabilidad.
¿Sientes predilección por la ilustración dedicada al público más joven o prefieres ilustrar para un público adulto?
Me gusta ilustrar, en general. Y disfrutar contando una historia. Pero cuando empecé, y durante muchos años, ilustré para un público infantil. Y no fue una elección meditada: es lo que me salía de natural y me gustaba hacer, no me planteé otra cosa. Más adelante tuve la opción de ilustrar para adultos y lo acepté con las mismas ganas. Y lo disfruto mucho también. No hago distinciones.
ENTREVISTA A GUSTAVO PUERTA LEISSE
¿Cuál es la influencia de tu hija en tu trabajo?
Tener una hija me ha cambiado en muchos sentidos y, seguramente, seguirá haciéndolo. Me siento muy afortunado de tener la hija que tengo y he podido disfrutar su crecimiento. En cada etapa es mucho lo que me ha enseñado y lo que hemos compartido juntos, como familia. Su nacimiento, su paso de bebé a niña y de niña a adolescente me han marcado como padre y esposo, como persona y, también, como editor. Ahora Julia tiene 16 años y, como es natural, no se interesa mucho por lo que hago. Sin embargo, hace unos días aproveché que tenía las defensas bajas y estaba convaleciente para darle a leer el capítulo de un ensayo que estoy escribiendo. Sus comentarios fueron acertados, tenían el filo de un bisturí y me fueron de gran ayuda.
Meses atrás, durante el confinamiento, me propuse escribir un libro inspirado en un género muy popular en la primera mitad del s. XX, las Lecciones de cosas. Cada día escribía un texto sobre un objeto cotidiano que habitualmente pasa desapercibido, pero que si lo miramos con atención y cierta extrañeza, resulta fascinante: el botón, el volante, el frisbee, el paraguas, el florero… Inexorablemente, cada vez que le daba a leer a mi hija lo que acababa de terminar, ella dictaminaba: «Esto no lo va a entender un niño de diez años». Además, más de una vez sentenció: «Eres muy raro, papá». Confieso que, en este caso sus resistencias me confirmaron que andaba por buen camino.
Algo en lo que Julia me ha influido mucho ha sido en la necesidad de recuperar el vínculo con la tradición oral. Aún me sorprende cómo apenas la tuve en mis brazos, recién nacida, comenzaron a manar de algún lugar recóndito canciones de cunas y retahílas que permanecían olvidadas hasta entonces. Luego vinieron las canciones de corro, de palma, villancicos… Ellas no solo me conectaban con mi infancia, sino también con mis orígenes venezolanos.
Julia me ha permitido observar en la práctica cosas que conocía teóricamente de los procesos de aprendizaje infantil —por ejemplo, de la lectoescritura—; me cautivó a sus dos y tres años con su extraordinaria capacidad de memorización de poemas; también me sorprendió desde muy temprano su inventiva y necesidad de crear cosas y siempre me ha llamado la atención el modo como interpreta las cosas —tan distinto al mío como válido y enriquecedor—. Creo que todo esto ha influido mucho en mi trabajo como editor y en el propósito de hacer un tipo de libros que no se está haciendo y que pienso que hace falta hacer.
Vuestra editorial tiene un público claro: ¿cuál es la historia detrás de Ediciones Modernas El Embudo?
Antes de que siquiera pensáramos en montar una editorial, Elena y yo habíamos hecho varios libros. Desde hacía mucho tiempo veníamos trabajando en Sentimientos encontrados, pero por una razón u otra, a pesar de que varios editores mostraron interés por el proyecto, ninguno terminaba de animarse a publicarlo. También habíamos hecho libros que nos servían de ejemplos para los talleres que ofrecíamos a ilustradores. Es el origen, por ejemplo, de Ya sé vestirme sola y El huevito. Elena hizo ambos trabajos para el curso Hacer libros que merezcan ser lanzados, escupidos, mordidos e, incluso, leídos, dedicado a la concepción y creación de libros para pre-lectores. Y, por último, a menudo nos imaginábamos haciendo otros libros y embarcándonos en proyectos que difícilmente encuentran acomodo en el mundo editorial.
En buena medida, la decisión de crear la editorial se la debemos a Marta Ansón, la tercera persona que conforma Ediciones Modernas El Embudo, que fue quien nos animó a ponernos manos a la obra. Y una vez que por fin nos lanzamos, ha sido una experiencia fantástica. Nos encanta hacer lo que hacemos.
¿Qué conclusiones sacas de tu papel como director de la revista ¡La Leche!?
Mientras existió ¡La leche! fue la leche. Durante cuatro años y dieciséis números hicimos muy buen periodismo, tratamos temas que habitualmente no estaban al alcance de los niños, tuvimos la suerte de contar con la colaboración desinteresada de reconocidos especialistas y magníficos ilustradores y siempre jugamos y conseguimos mantener a raya el didactismo y los enfoques activistas, tan habituales a la hora de dirigirse al público infantil. La revista requería mucha dedicación y era muy estimulante. Cada tres meses nos metíamos de cabeza en investigar temas apasionantes: Afganistán y la historia de la alimentación, la basura espacial y los nacionalismos, el surf y la situación política venezolana, Corea del Norte y la inteligencia vegetal. Fue verdaderamente divertido publicar la primera traducción de Platero y yo a jeroglíficos egipcios, enterarnos de qué sueñan los indigentes, hacer el seguimiento y tratar de comprender el Brexit o explicar cómo le puedes hacer una máscara mortuoria a tu abuelita. Personalmente me siento muy satisfecho por el nivel alcanzado y, sobre todo, por la respuesta de nuestros lectores.
¿Qué conclusiones saco? Que se puede hablar de cualquier tema a un niño siempre que se consiga un enfoque atractivo, se sea riguroso y se corrija una y otra vez el manuscrito hasta llegar al resultado deseado. Que es necesario alimentar los intereses de los niños y no conformarse con lo poco que se les da, que generalmente los chavales no tienen los prejuicios adultos y que suelen responder motivados ante lo nuevo y lo diferente. Que los niños tienen el derecho a estar bien informados sobre lo que sucede en el día a día y que como sociedad no estamos garantizando este derecho.
¿Por qué acabó ese proyecto?
Básicamente porque no fuimos capaces de hacer que ¡La leche! fuera un proyecto económicamente viable. Nunca cobramos un céntimo por nuestro trabajo ni le pagamos a los colaboradores. Para poder dedicarle el tiempo y la energía que requería, hubiese sido necesario poder trabajar en exclusiva en la revista y, por supuesto, remunerar a todas las personas que colaboraban con nosotros.
Has trabajado mano a mano con Elena en Sentimientos encontrados. ¿Cómo ha sido el proceso de trabajo conjunto?
Trabajar con Elena siempre es muy estimulante. Le planteo una idea, ella se la apropia y la hace suya, yo le hago algún comentario, ella o no me hace caso o le da un giro inesperado. Siempre llegamos a resultados que nos sorprenden y, sobre todo, disfrutamos mucho del proceso creativo, que es muy lúdico, y solemos llegar a resultados que difícilmente alcanzaríamos trabajando solos o con otras personas.
¿Qué satisfacciones te ha dado este libro? ¿Y algún quebradero de cabeza?
Más allá de los premios y reconocimientos que ha recibido (Los Mejores del Banco del Libro, White Rave, Grand Prix de la Bienal de Bratislava) Sentimientos encontrados ha sido un libro que ha funcionado muy bien en el boca a boca y regularmente recibimos mensajes de lectores que nos cuentan las experiencias que ha propiciado, nos comentan, por ejemplo, que les acompañó durante el confinamiento, que han compartido su lectura en grupos de lectura, hospitales o cárceles o nos cuentan, por ejemplo, que su hijo de seis años coloreó las ilustraciones de Elena con rotuladores fosforitos.
¿Quebraderos? No ha sido fácil la venta de derechos. En buena parte por la cancelación de las Ferias. Pero ya vendrán.
Hace unos meses, hablabais en Radio 3 de la calidad de los libros dedicados a un público infantil. ¿Hay esperanzas en ese sentido? ¿Cómo definirías el panorama de literatura e ilustración para público infantil en la actualidad? ¿Desearías que fuera distinto? ¿Cuál sería el ideal?
Durante mucho tiempo trabajé como crítico de literatura infantil en medios como El cultural, Babelia, El Confidencial… y revistas especializadas. Entonces me dediqué a analizar las carencias del mercado editorial español, las tendencias actuales y los escritores e ilustradores que despuntaban. Mi visión era más bien pesimista y siempre manifesté mis críticas y cuestionamientos al estado de cosas. Desde que comencé mi trabajo como editor he optado por abandonar la perspectiva del crítico. Creo que no se puede estar al mismo tiempo en un lugar y otro. Para ser crítico hace falta apartarse y ver desde fuera. Para ser editor es necesario apartarse y crear.
Por otra parte, en este momento me interesa centrarme en las (pocas) cosas buenas que me encuentro aquí y allá, en apreciar lo que suele pasar desapercibido y apostar por lo que uno realmente cree y hacerlo lo mejor posible.