El nacimiento y la muerte son, para mí, los misterios más inexplicables y menos comprensibles. He parido dos veces, la primera hace más de diez años, y todavía me cuesta trabajo asumir que soy madre, que hay dos seres que dependen de mí y que han salido de mis entrañas. Como en mi primer parto me tuvieron que poner varios chutes de epidural, no me enteré de nada: no sé si empujaba, si no… solo sé que, en un momento dado, algo apareció entre mis piernas. Pero si me hubieran dicho que ese ser precioso, de ojos vivos y abiertos, había salido de debajo de la camilla, me hubiera parecido igual de creíble.
Tengo la suerte de no haber perdido a mucha gente, pero también la desgracia de haber perdido a mis padres en menos de un año y medio. Mi padre se fue en 2019 y aún me cuesta asumirlo. De hecho, meses después de su pérdida, me sorprendí a mí misma marcando su teléfono y llamándole: tras el primer toque, me di cuenta de que nadie iba a contestar. Lo que no he entendido, todavía, es por qué no me di cuenta antes de hacerlo.
La pérdida de mi madre, por coronavirus, tiñó todo mi mundo, me empapó entera. Una tarde estaba hablando con ella por teléfono, diciéndole que al día siguiente íbamos a vernos y la mañana siguiente ya nadie volvió a contestar. Se fue en silencio. A veces sueño que me habla y me despierto porque la voz es tan vívida…
Un día antes de que mi madre se fuese, comencé una terapia: visité por primera vez a una psicóloga. Un par de meses más tarde, vi que, en ese momento de mi vida, no me servía de nada, no me aportaba nada. Me suponía una carga más que una liberación. Ella era maravillosa, pero no era el momento.
Donde, sin embargo, encontré consuelo, fue en los libros. Empecé a comprar compulsivamente libros de autoras (esto no fue premeditado) en el que se hablase de pérdidas. Los devoré. Lloré. Enlacé uno tras otro sin descanso. Antes de ese momento ya me estaba preparando, también a base de libros y conversaciones con otras personas que habían experimentado pérdidas dolorosas, por trágicas, por injustas y/o por la importancia vital de las personas de las que debían desprenderse. De fundamental ayuda, para mí, fue la lectura y la posterior conversación de Silvia Melero y su libro Luto en colores.
Los libros que te recomendamos abordan el duelo desde distintos puntos de vista: desde el canónico Diario de duelo de Roland Barthes hasta la mordacidad y obsesión de X ha muerto, todos me han servido y ayudado. De hecho, me siguen ayudando: sigo leyendo sobre el duelo, sobre la pérdida. Sobre lo inexplicable, sobre ese pedazo de corazón que te arrancan del pecho y que no vuelve. Pero qué bueno que el corazón sea capaz, también, de regenerarse. Qué bien que los ojos sigan fijándose en la belleza. Qué bien que las palabras sigan consolando y dando aliento y calor los abrazos. Qué bien que estemos vivos y sigamos añorando a nuestros muertos.
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