Los nuevos polideportivos no tienen cancha porque la chavalada no paga: el odio al deporte de equipo y a los jóvenes.
En la ciudad donde vivo es muy difícil jugar una pachanga con amigos. No hay canchas. Ni al aire libre ni, tampoco, cubiertas. Recientemente, supimos que la Junta Municipal de Chamberí había decidido destruir la pista recién construida en el nuevo Centro Deportivo de Cea Bermúdez para construir en su lugar una sala de máquinas y otras de clases deportivas. Justo enfrente hay otro polideportivo de gestión privada que ya tiene este tipo de instalaciones. Solo un poco más al norte, se construirá otro de las mismas características… y las familias de mi cole dijimos “¡Basta!“. Ayudados por otras AMPAS organizamos una manifestación, una campaña de difusión y hablamos con los distintos grupos políticos municipales. Conseguimos paralizar la licitación, pero el Concejal Presidente del Distrito sigue en sus trece, por lo que hemos convocado otra concentración el próximo viernes, ahora junto con decenas de asociaciones y clubes deportivos del barrio.
Paro un momento a reflexionar sobre el tema y me pregunto: ¿por qué tanta obcecación en cargarse la pista? La excusa esgrimida por los políticos para cambiar canchas deportivas por máquinas de gimnasio —se ha hecho en más sitios— es la supuesta mayor demanda de estas últimas. Enseñan las listas de espera de las actividades en centros deportivos y encuestas de satisfacción de sus usuarios. Esgrimen, en definitiva, la opinión de aquellas personas a las que se la han pedido, que no son, por supuesto, los vecinos más jóvenes.
El último tercio del siglo XX supuso la eclosión de la juventud como valor, coincidiendo con el descubrimiento de un nuevo mercado de consumidores en ellos. Sin embargo, en el país con el paro juvenil más alto de Europa, ¿a quién narices le importa lo que tenga que decir la chavalada fuera de un selecto grupo de tik-tokers famosos?
Según he podido comprobar en Google, el odio a los adolescentes y jóvenes se denomina efebifobia. Un término poco conocido porque, imagino, nadie en su sano juicio declararía tener tal aversión. Uno los mira con miedo si están en un grupito, con desdén si sus gustos no coinciden con los de su generación, rijoso si conserva el alma de abusón de cuando perseguía a con los torpes en el cole… pero la actitud habitual es hablar por ellos, tapar su voz, no declararlos odiables. La palabra de los niños es (algo) escuchada a través de sus padres y madres. Siempre y cuando se trate de progenitores de clase media, por supuesto. Las clases medias son las mayores acaparadoras de fondos públicos, al contrario de lo que intuitivamente podríamos pensar. En España, el 20% más rico recibe el 25% del gasto social, mientras que el 20% más pobre se queda con el 10%, como recuerda con frecuencia el sociólogo César Rendueles.
Me di cuenta de ello cuando llevaba a mis hijos a clases de natación a una piscina municipal de mi barrio. Al principio, las familias con las que compartíamos el vestuario infantil eran una buena fotografía de la composición social del barrio, con muchos inmigrantes y familias españolas situadas en distintos puntos del gradiente social. Pero había un par de familias de un colegio bien. De repente, sus compañeros empezaron a colonizar las clases. Se pasaban información cuando quedaban plazas libres e iban a pedir excepciones a recepción, con la capacidad de persuasión que da ser personas seguras, con el perfecto castellano de quienes estamos acostumbrados a que nos hagan algo de caso. Un grupo de padres y madres con tiempo, el empoderamiento de serie del capital cultural y acceso a redes de influencia —prensa, representantes políticos, profesionales cualificados— tiene posibilidades de conseguir que se renueven los columpios de un parque infantil. Pero, ¿qué podrán conseguir esos mismos niños cuando rompan el cordón umbilical? Hoy en día, muy poco.
El polideportivo de Cuatro Caminos se construirá también sin la pista deportiva con que se había planificado. Como en otros cambios de proyecto similares (en Barajas, por ejemplo) se eliminó con la maldita excusa de la demanda. Sin embargo, cada día decenas de niños y adolescentes juegan al balón en la plaza contigua al solar donde se construirá el centro deportivo. ¿Alguien se acercó a preguntarles? ¿Su opinión aparece reflejada en alguna encuesta oficial? ¿Qué formulario de satisfacción pueden rellenar los usuarios de las pistas deportivas que no hay? ¿Qué listas de espera para practicar deportes de equipo puede haber si es imposible jugarlos? El actual gobierno municipal planificó para esta legislatura 14 dotaciones con piscina y gimnasio que serán adjudicadas en contratos de 25 a 40 años a empresas privadas. Si sales hoy de copas por el barrio de Huertas te encontrarás con las mismas personas que lo hacían hace veinte años. Lo mismo sucede con el cartel de cualquier festival musical veraniego. Porque la juventud real hoy no tiene un pavo.
El modelo de gestión privada de los centros deportivos municipales prioriza nuestros intereses también, los de treintañeros o cuarentones con ansias de mantener el cuerpo a punto. Los de aquellos que ya poblamos las decenas de gimnasios privados con escaparate a la calle que han brotado como champiñones. Tenemos una sociedad en la que los valores de la juventud solo son atendidos donde son nicho de negocio: en la necesidad de permanecer jóvenes de quienes aún podemos ser consumidores. Por eso los polideportivos tienen salas de máquinas para nosotros y piscinas infantiles para nuestros hijos pequeños. Y en un alarde de diseño acomodaticio hacia el cliente tipo, algunos han sido proyectados también con aparcamiento. El argumento que queda fuera del discurso de los rectores municipales en este caso es precisamente el más pertinente dada su naturaleza pública. El Ayuntamiento debería reforzar las infraestructuras que el mercado no provee y aquellas que incentivan el bien social de los ciudadanos, con independencia de su rentabilidad.
Los beneficios del deporte en equipo están estudiados desde hace muchos años. Bien llevado, sin las inercias tóxicas del deporte profesional (que bien podríamos ejemplificar en la silueta arrogante de un Cristiano Ronaldo celebrando desgañitado), son una magnífica escuela de cooperación social. Si está guiado por valores de igualdad de género, de respeto hacia los compañeros y compañeras, o de competencia noble, un equipo de baloncesto, fútbol o voleibol es un vehículo de educación integral además de una actividad saludable. Experiencias de gran valor social, como La canasta de la integración o la Liga Cooperativa de Baloncesto pueden desarrollarse gracias al uso comunitario de las pocas canchas de las que disponemos en esta ciudad.
Por todo ello, como familias de un colegio público; como vecinos y vecinas que creen en la utilidad social del deporte en equipo; como parte del tejido social de unas barriadas sin lugares para llevarlo a cabo; voz de nuestros niños sin voz y futuros padres de adolescentes a quien nadie hará caso en breve, volveremos a manifestarnos el viernes 10 de junio y a exigir que la cancha se quede.
LUIS DE LA CRUZ
Historiador escribiendo noticias. Fundador del primer y más leído periódico hiperlocal en España Somos Malasaña.