Estoy buscando un título para este artículo y mirando libros en mi estantería encuentro este: La huella del pasado. Es el título de un libro de filosofía que mi marido ha publicado sobre temas incomprensibles para mí y que nada tienen que ver con lo que voy a tratar hoy, pero encaja. Es curioso cómo los títulos pueden referirse a tantas realidades. Mi huella del pasado tiene que ver con cómo las relaciones afectivas de la infancia nos marcan como futuros padres y madres.
Mucho antes de que nazcan nuestros hijos empezamos a “trabajar” con todo este mundo de la relación afectiva que se establecerá después. El problema es que no nos damos cuenta de casi nada. Como vimos en Más cerebro embarazado, la mayor parte de las mujeres pasan durante el embarazo por un momento de revisión personal, es decir, empiezan a preguntarse quiénes son y de dónde vienen. Esta revisión de la propia historia afectiva puede ser un momento muy positivo y feliz cuando las cosas han ido bien. También puede ser un momento difícil y desconcertante si las cosas no han ido tan bien. En muchos casos esta es la primera vez que la conciencia se asoma a este precipicio. El despertar viene provocado por la relación que se empieza a establecer con el bebé durante el embarazo. Este inicio de relación activa la idea que tenemos de nosotros mismos, de nuestras relaciones y de los demás. Como consecuencia, de una manera más o menos consciente, elaboramos una idea de cómo seremos siendo madres y comenzamos a construir la relación con el bebé. Un proceso muy similar puede ser vivido por el futuro padre.
Los estudios que han analizado esta actividad mental de las futuras madres y padres encuentran que el interés hacia el bebé y el tipo de relación que se empieza a generar durante el embarazo predice la calidad de la relación afectiva del adulto con el bebé y el tipo de apego del bebé a los 12 meses. Algunos padres y madres elaboran visiones equilibradas del bebé y hablan con facilidad de lo positivo y lo negativo que tendrá. Otros no hablan y transmiten básicamente desinterés hacia el bebé. Y otros se lo imaginan como una prolongación de sí mismos. Una de las variables que mejor predice el ajuste en la relación afectiva es la capacidad del adulto para atribuir al bebé una mente separada de la suya propia. Una mente con todas las consecuencias de la mente: deseos propios, creencias propias, emociones propias, intenciones propias. Los padres que no muestran interés por el bebé y los que generan intrusismo –por eso de creer que son una prolongación de sí mismos– tienen dificultades para imaginar al bebé como un ser con mente propia. Este es un factor muy señalado por la investigación actual y algunos programas de prevención trabajan durante el embarazo la conexión afectiva con el bebé y con su mente.
Sin embargo, parece que la variable que más afecta a esta actividad mental es la relación de la mujer embarazada y del futuro padre con sus propios progenitores. Este es el verdadero precipicio porque el tipo de vínculo generado con los padres constituye el primer marco que tenemos para relacionarnos con los demás y termina formando parte de nuestra personalidad. El apego marca nuestra sensación de valía –nuestra autoestima– y nuestras pautas de interacción social. Esta es la huella del pasado.
Ya sabemos que la mayor parte de la población –alrededor del 60 o 70%– tiene vínculos sanos con sus padres. Queda un 40 o 30% que lo tiene más complicado y que se enfrenta a la maternidad y la paternidad desde una posición más difícil. El embarazo constituye una oportunidad única en la vida para realizar un ejercicio consciente de revisión de la historia afectiva. Este ejercicio puede ayudar a fortalecer las relaciones, a cambiar patrones, a no reproducir sin darnos cuenta lo que no queremos que nuestros hijos sufran. Es la única manera de reducir ese porcentaje tan alto de vínculos desajustados y de proteger la salud mental. En efecto, aunque no sabemos con certeza cuál es su papel, el vínculo afectivo desajustado se encuentra en la mayor parte de los problemas de salud mental.
Si durante el embarazo te sientes desconectada o desconectado de tu bebé, si te genera ansiedad, si te produce sentimientos de ambivalencia, si dudas de tu capacidad como madre o padre o si tienes emociones negativas que te generan malestar, inicia un proceso de revisión o acude a un profesional que pueda ayudarte. La investigación muestra que las buenas intervenciones son eficaces y pueden conseguir superar la huella del pasado. Porque sí, en algunos casos es necesario superar la huella del pasado.
MARTA GIMÉNEZ-DASÍ
Es madre de dos niños y profesora de Psicología del Desarrollo en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. La maternidad y la universidad conjugan su principal interés vital: entender y promover el desarrollo sano en los primeros años de vida. Desde 2009 dirige un equipo de investigación centrado en el estudio del desarrollo emocional infantil. Como resultado de sus trabajos ha publicado los programas Pensando las emociones con atención plena y varios libros sobre desarrollo infantil en la editorial Pirámide.
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