La violencia obstétrica. Y yo no lo sabía.
Sábado 13h. Hora del aperitivo.
Mi pareja, mis hijos y yo entramos a un bar a tomar un aperitivo. Pedimos dos cañas y dos zumos. Nos acomodamos en la barra.
Acabo de leer el libro de Ibone Olza, Parir, que me regaló una buena amiga, psicóloga, para mi cumpleaños. Me regaló ese libro y también el cómic Lo que más me gustan son los monstruos. Al entregármelos, en otro día de cañas en taberna castiza, me avisó de que me estaba entregando material brutal y salvaje. Así fue.
Mientras mis hijos jugaban, entretenidos, comencé a hablar con mi pareja.
– Jo, pues la verdad es que el libro de Ibone Olza me ha dado la vuelta completamente. Creo que es el libro que las mujeres deberían leer antes de parir, no después, como me ha pasado a mí. Me da mucha pena, haberme dado cuenta años más tarde, que he sido víctima de violencia obstétrica en mis dos partos.
– ¿En tus dos partos? ¿Por qué dices eso?
– Pues mira: una semana antes de dar a luz a mi hija (tiene 9 años), en una sesión de control rutinaria de ginecología, me pidieron tumbarme para hacerme un tacto. Me dijeron que, como estaba cercana ya la fecha del parto, me iban a provocar una contracción para que supiera lo que era. Total, que el médico en prácticas que acompañaba a la ginecóloga, metió sus dedos en mi vagina y me dio un pellizco inexplicable. Pensé que, si eso era una contracción, podría aguantar el parto sin anestesia. Me dijeron que me lo pensara mejor. A los dos días, expulsé el tapón mucoso. Al día siguiente, fui a Urgencias al encontrar algo de sangre en mi ropa interior. Todavía faltaban 9 días para la fecha probable de parto y mi hija apenas pesaba 2 kilos y medio. Llegué por la tarde. Me dijeron que estaba comenzando a dilatar y que mejor me quedase, que podrían enviarme a casa, pero que volvería a las pocas horas. Entré en el paritorio. Me rompieron la bolsa de líquido amniótico, sin preguntarme, claro. Me pusieron un enema. Me enchufaron un gotero de oxitocina. Al cabo de un rato, me pusieron la anestesia epidural. Se lateralizó. Volvieron a chutarme anestesia. Absolutamente inerte de cintura para abajo. Horas más tarde, comenzó a desfilar gente por el paritorio. “¡Empuja! ¡Empuja!”. El residente que me atendió, al menos, era guapísimo. En plan Anatomía de Grey. Yo empujaba… pero mi hija terminó saliendo tras una episiotomía y una ventosa en su cabeza. Ni yo supe si empujaba como debía. Pero mi hija nació sin dolor para mí y con muy buen color. Así que todo bien. Un éxito. El médico guapo me cosió. Las enfermeras se preguntaban si era pariente mío, porque me había hecho una “sutura de recomendada”.
– Bueno, entonces no fue todo tan mal, porque volviste a elegir el mismo centro para dar a luz de nuevo.
– Pues yo pensaba que no había ido mal… pero después me di cuenta de que había pasado por muchas de las cosas que la OMS no recomienda: maniobra de Hamilton, que me hicieron sin preguntar y sin mi consentimiento, rotura artificial de la bolsa, oxitocina para acelerar el parto, episiotomía y ventosa. Eso no es tener un parto respetado. Y yo no lo sabía. Creo que en la sanidad española se ha instrumentalizado el parto en exceso: no dejan a la mujer intervenir, ni estar cómoda. Acuérdate del nacimiento del segundo…
– Bueno, es que fue una situación límite.
– ¿Límite? No, no fue una situación límite. Mi hijo estaba bien. La que no estaba bien era yo. Nada justifica lo que pasó. Las horas que pasé sola, dilatando muy dolorida en el cuarto de monitores. El celador sentía pena por mí… me daba la mano para que no estuviera sola. Nada justifica cómo me hablaron. Incluso me ataron las piernas (creo que fue para que no pegase una patada a la matrona), me pedían que empujase y yo les pedía, por favor, que dejasen que me incorporase. Por supuesto, eso no pasó. No tuvieron en cuenta mi dolor. Me escuchaban gritar, claro, dos paritorios más allá. Nadie tuvo en cuenta el cansancio extremo que supuso mi dolor tras horas y horas de dilatación en una sala de espera, perdiendo líquido y mi dignidad. Me trataron como a una niña -“hazlo por tu hijo, bonita… empuja…”´. Nos asustaron. A ti más que a mí. Yo entré en un estado de hibernación entre contracción y contracción, oía voces pero no quería escucharlas. Tú estabas lívido. Al final, en 30 minutos dentro del paritorio, me llevé de recuerdo una matrona subida en mi tripa –maniobra de Kristeller–, empujando y haciéndome daño y una ginecóloga, bisturí en mano, firmando mi segunda episiotomía. Eso es violencia obstétrica. Y yo no lo sabía.
– Pues yo creo que hicieron lo que tenían que hacer para que el niño naciera sano. Se ha reducido muchísimo la mortalidad de recién nacidos desde que los niños nacen en los hospitales, no me lo negarás.
– Que sí, que los hospitales son necesarios. ¡Pero es que un parto no es una enfermedad! Esta forma de parir es obsoleta. Me da mucha rabia haber perdido la oportunidad de hacer de mis partos uno de los momentos más bonitos de mi vida… ¡siento que me los han robado!
– …
– ¿Te imaginas tumbado en una camilla, con las piernas en sendos asideros, atadas con correas, intentando –y perdona la expresión– cagar un melón? Suma a esto que estás rodeado de gente que no conoces. ¡No te están operando! ¡No es una situación de vida o muerte! Yo era una embarazada normal, sin problemas, sana. ¿Puedes ponerte en esa situación? Hablo con muchas mujeres, muchas. Y encuentro ejemplos de mujeres que, durante sus partos, se sintieron empoderadas, valientes, capaces, fuertes y felices. Mi sensación fue absolutamente contraria a esta: me sentí pequeña, culpable, incapaz, cansada, triste, dolorida e incomprendida. Me han quitado la oportunidad de elegir. Han elegido por mí cosas que no hubiera permitido que hiciesen, de haberlo sabido. Me siento muy frustrada por esto.
– Pues creo que quizá estés exagerando. Y creo que hay una corriente muy radical ahora y que hay que hacer lo que sea para evitar que mueran niños.
– ¿Pero no es importante igualmente, pensando en la salud de las madres y de los hijos, que ambos puedan disfrutar de un parto decente, respetado? ¿Por qué no te lees tú el libro de Ibone Olza?
– Tengo muy poco tiempo y muchas cosas que leer antes.
– ¡Entiendo! Como tú nunca vas a sufrir un parto, no te importa demasiado. ¡Pues a mí me angustia mucho! ¡Me llena de rabia, además, la incomprensión!
– No, si lo te comprendo, aunque no comparta tu opinión…
Las cañas acabaron ahí. Salimos del bar cabreados y sin hablarnos.
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La violencia obstétrica no tenía nombre, pero existía. Al igual que existe la violencia de género. La que has sufrido y sigues sufriendo, pensando en que eso era lo normal. ¿Quieres saber más? Lee este nuevo testimonio de nuestras Anónimas y dinos si te sientes retratada en él.
7 respuestas
Brutal. Yo tampoco lo sabía y leyendo me doy cuenta de momentos y sensaciones parecidas. Ojalá acabe pronto ha violencia obstétrica y todas las demás, hay martronas maravillosas que deberían acompañar todos los partos.