La escritora y editora Marta Barrio (New Haven, 1986), ganadora del XVII Premio Tusquets de Novela por Leña menuda, vuelve a la novela con una historia muy personal y familiar: No volverán tus ojos a mirarme (Tusquets, 2024). En esta historia, la autora peina una emotiva trenza literaria con tres partes: la correspondencia que su abuelo dedicaba a su abuela durante su noviazgo, la descripción de las postales y cartas que esta recibía y la escritura diarística de una joven que, durante un verano en Cádiz, descubrirá los mimbres con los que se teje su historia, los designios del deseo y también el dolor de la pérdida. En la búsqueda de su identidad, la joven estará acompañada de su tía abuela Mercedes, testigo de la historia que quiere rescatar para que nunca caiga en el olvido. El título del libro es un verso de La barca de oro, una ranchera de Pedro Infante, banda sonora de este precioso homenaje a la memoria familiar por parte de la escritora.
Has escrito una novela sobre la historia de amor de tus abuelos apoyada en las misivas que se enviaban durante su noviazgo. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de este libro?
Cuando murió mi abuelo, al desmontar la casa me llevé seis amuletos, seis pedazos de vida: una canción, un barómetro, un colgante de jade en forma de pez, una colección de cerilleros, otra de postales, y un fajo de cartas atadas con una lazada… Con ellos podría invocarle, y hacerle aparecer siempre que yo quisiera. En mi última novela, armada con dichos amuletos, conseguí resucitarle, y así él respira y habla de nuevo, al menos en el espacio entre la primera y la última página. Y quizás se escriba siempre, de una manera o de otra, en contra del común enemigo: la muerte.
«¡Qué invierno nos espera, hermosa! Para chuparse los dedos y menudo postre tenemos al final; la verdad es que esto es para poner optimista a cualquiera. Vamos a ser de esos pomposos novios de quinto, que se exhibían petulantes por todas partes»
¿Cuál es el germen de este libro? ¿Dónde encontraste esas cartas?
Las cartas de amor, fechadas entre 1949 y 1955, los años que duró su noviazgo, estaban en un cajón de un mueble antiguo. Al leerlas, era como si él siguiese vivo, a mi lado, y me hablase. Tardé meses en leerlas todas, y cuando acabé, pensé que esa era una historia que me gustaría contarles a mis hijas, porque ese amor es el tronco del árbol con muchas ramas que es mi familia, y me puse a escribir. Era una forma de luchar contra la muerte, pero también contra el olvido, pues esta novela se centra en recuperar los recuerdos que ha olvidado la abuela debido al alzhéimer, restableciendo así una memoria familiar que de otra manera podría haberse perdido.
Cuando nacemos, nuestros abuelos ya están ahí. Supongo que, como pasa con nuestros padres, no imaginamos que, una vez, también fueron adolescentes, como la protagonista de tu libro. ¿Qué es lo que más te ha sorprendido en esta faceta desconocida de tu abuelo?
Me ha divertido mucho descubrir esa faceta de pretendiente desdichado, de pimpollo inseguro que intenta cortejar a su amada. Yo siempre le conocí como un hombre muy irónico, muy seguro de sí mismo, orgulloso, y ese humor siempre se apunta en las misivas, pero teñido de un romanticismo exacerbado, que me conmovió especialmente.
¿Por qué decidiste dar una vuelta de tuerca al orden cronológico de las cartas?
«La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante», decía Søren Kierkegaard. En la novela se da el encuentro entre dos edades, la de la niña que tiene más futuro que pasado y la de sus abuelos que tienen más pasado que futuro. Ella se asoma al mundo de los adultos a través de la lectura de esas cartas, emplea el pasado como una brújula para su presente.
Por otra parte, en los cuentos de princesas siempre pasa muy poco tiempo entre el flechazo y la boda, y, en cambio, este fue un cortejo lento, con sus altibajos, ella le dio calabazas y él persistió, y me interesaba mostrar ese camino del sentimiento con todos sus matices.
¿Cuál ha sido la acogida que tu familia ha brindado a tu novela?
Todavía no lo sé, mi madre se la leyó la semana pasada y me llamó gritando cuatro veces en el mismo día, pero los demás todavía no la han leído. Espero que les guste. Todas las familias tienen sus mitos fundacionales, y en nuestro caso ese relato correspondería al del noviazgo de mis abuelos, y sobre todo, esa canción que él le cantó a ella el 24 de agosto de 1951, cuando ella le dijo que sí, que serían novios si es que no lo eran ya y que da título a la novela, esa canción que cantábamos todos en Nochebuena, él con la harmónica y mi tío Santi con el ukelele, y que no puedo escuchar sin llorar.
Y, ¿dónde están las cartas de respuesta de la abuela?
La abuela, yo creo que por censura, o porque no cayesen en manos de alguna nieta fisgona, debió de quemar las suyas. Pero también es cierto que ella le escribía menos, no había estudiado tanto como él, porque él hizo una ingeniería y a ella, en cambio, la sacaron prontísimo del colegio de monjas porque mis bisabuelos consideraban que gastar dinero en la educación de las niñas era un dispendio innecesario. A ella le daba vergüenza escribir, porque cometía faltas de ortografía y no redactaba bien, y se hacía de rogar para responder a su novio, que le mandaba cartas casi todos los días en los veranos en que él estuvo haciendo la mili en la Marina.
La parte de este trenzado que has hecho en la novela, la de la adolescente, está marcada por la pérdida y la relación con sus familiares —en especial, con su tía abuela Mercedes—. ¿Cómo la construiste? ¿Cuáles son los principales aprendizajes de la joven?
Mercedes es la única que me queda viva de esa generación de la familia, fui a visitarla para comprobar unos datos, y me salió el mejor personaje del libro, por el hedonismo y su gran libertad de pensamiento. Mis abuelos eran más clásicos, pero ella, a pesar de haber estudiado en un colegio de monjas y de haber hecho el servicio social de la Falange en Aranjuez, es de lo más moderno. La figura de esta tía abuela es esencial para dejar por escrito ciertos relatos orales que muestran la vivencia real de una generación de mujeres a las que no se les ha dado la palabra para contar sus propias historias más que en el terreno de la intimidad. Además, al narrar esa búsqueda del goce y de los pequeños placeres en medio de la represión, con esa picardía, su testimonio nos muestra una faceta poco vista de las mujeres bajo el franquismo, que contrasta con el estereotipo manido de la mujer callada y sumisa, que sufre en silencio, que se podría esperar. La joven aprende que aunque todo lo que se ama se pierde, merece la pena haber amado. También aprende el significado del deseo, de la muerte y de la nostalgia.
Una niña deja atrás su infancia el verano en el que descubre la enfermedad y la muerte, pero también el significado de la nostalgia y del deseo. Mientras pasea a su cachorro por las playas de Cádiz, y lo intenta domesticar sin mucho éxito, interroga a su tía Mercedes sobre su vida, desde la educación en un colegio de monjas, el servicio social de la Sección Femenina o la puesta de largo hasta el matrimonio o el cáncer de mama. Porque esa niña tiene un proyecto que aún no ha explicado a nadie: ha conseguido unas cartas de amor, y quiere reconstruir, a su manera, la historia de su familia, al tiempo que el alzhéimer de su abuela arrasa los mismos recuerdos que ella procura desenterrar. En esos fragmentos del pasado, y con las notas de fondo de una antigua ranchera, la protagonista encontrará una imprevista brújula para su recién estrenada adolescencia.