moda y otras neurosis
(c) Christian Werner

MODA Y OTRAS NEUROSIS

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Cuenta la fotógrafa, cineasta y escritora Katja Eichinger (Kassel, 1971) en su libro Moda y otras neurosis (Plankton Press, 2022) que sus primeros recuerdos de infancia la llevan al cuarto de costura en el que su abuela cosía con su Singer. “En aquel entonces la moda para mí era algo que uno mismo hacía y elegía. No comprendería hasta mucho más tarde que hay una industria global detrás”, escribe Eichinger. Lo que no intuyó quizá, en esos momentos en los que la costura y la moda eran algo tan familiar, era que podría relacionarlas con el pensamiento y la filosofía. Y esto es lo que plasma en este conjunto de ensayos en cuyas páginas hay más nombres de pensadores que de casas de moda. Ilustrado por las fotografías de Christian Werner, este libro es una demostración de que hasta cómo nos vestimos es un acto político.

Además de pensamiento, Eichinger cuenta anécdotas como la de la cesta de paja de Jane Birkin que, inesperadamente, dio lugar a uno de los objetos de deseo más lujosos de la moda: el Birkin de Hermès. Durante años, la icónica intérprete usó como bolso una sencilla cesta de paja. En 1983, según cuenta la leyenda, voló de París a Londres. Junto a ella, Jean-Louis Dumas, director creativo de Hermès. Cuando Jane fue a colocar su cesta en el compartimento de las maletas, todo su contenido cayó al suelo del avión. Fue entonces cuando Dumas le preguntó por qué no llevaba un bolso normal —por ejemplo, un modelo de Hermès y ella le contestó que no había encontrado uno con suficiente espacio de almacenamiento que le gustara. Un año más tarde, Dumas creó un bolso de piel suave, con solapas y correas de cierre, especialmente para ella: así nacía el Birkin. El modelo más asequible no baja de los 40.000 dólares y el más caro, el Himalaya Birkin, se vendió por medio millón.

Moda y otras neurosis arroja datos no sorprendentes, pero sí ciertamente preocupantes, sobre el incremento de las intervenciones de cirugía plástica. Por ejemplo, entre 2000 y 2008 las inyecciones de bótox en Estados Unidos han crecido un 845%. Junto a Brasil, Estados Unidos es líder en este mercado, pero Corea del Sur alcanza el primer puesto de intervenciones per cápita: más de la mitad de las mujeres coreanas entre 19 y 29 años se han sometido a alguna intervención de este tipo. Son los padres quienes regalan a sus hijas operaciones de doble párpado al aprobar el bachillerato.

Las mujeres no son las únicas rendidas a la dictadura de las modas. ¿Hablamos de barbas? Hablemos, por ejemplo, de que el Príncipe Harry tuvo que pedir permiso a su abuela, la recientemente fallecida reina, para poder llevar barba con su uniforme del ejército durante la ceremonia. O de que Tom Ford encabezara la revolución de la belleza de lujo vendiendo productos para el cuidado de la barba: una forma de hacer que los hombres se gasten los cuartos en el cuidado de su vello facial.

Escalofriantes son las cifras de consumo de fast fashion, sin entrar a valorar los impactos sobre el medio ambiente que, como sabemos, son muchos y muy negativos: en la actualidad, los británicos consumen un promedio de 27,6 kilos de ropa al año. Una tercera parte de las jóvenes británicas considera que una prenda de ropa es “vieja” si se ha utilizado más de dos veces.

Hemos hablado con Eichinger sobre esta relación entre moda, emociones, hábitos de consumo y pensamiento.

En el primer capítulo hablas de la Singer de tu abuela, pero el libro está dedicado a tu madre. ¿Cómo se asocian esos primeros recuerdos de la moda con la figura de su madre?

Mi abuela me enseñó a coser. Cuando era pequeña, me encantaba sentarme en el suelo bajo su Singer mientras cosía. Me daba la sensación de que la ropa tenía que ver con las emociones: la ropa que me hacía era una expresión de su amor. Pero fue mi madre quien me introdujo en la moda. A la idea de que la ropa tiene que ver con el placer y con jugar con diferentes identidades. Me encantaba la magia de verla vestirse para ir a un baile o a la ópera o el sonido de la seda cuando me rozaba. Pasé muchas horas yendo con ella de compras. Mi madre trabajaba mucho y podía ser muy severa, pero la moda la transformaba en una criatura de placer. Y como regalo, me dejaba jugar a disfrazarme con su ropa y sus joyas. Era mi juego favorito. La moda tiene mucho que ver con el inconsciente, con el deseo y con hacernos deseables. Nuestras madres y figuras maternas nos introducen en el reino de lo simbólico, que es como comunicamos nuestros placeres y deseos. Así que para mí, mi madre y el mundo maravillosamente misterioso y divertido de la moda están absolutamente relacionados.

Hablas de la libertad de elección como tema principal de la moda urbana. ¿Somos tan libres como creemos al vestirnos? ¿Se ha convertido la libertad en un bien de consumo?

La moda urbana —zapatillas, pantalones de chándal, sudaderas— sugiere libertad. La libertad de movimiento, de las restricciones de los uniformes o la ropa formal. Está relacionada con el ocio, es decir, la libertad de no tener que trabajar. Hoy en día, la moda urbana está omnipresente. La mayoría de los diseñadores de moda incluyen alguna versión del streetwear en sus colecciones. Esto plantea una pregunta: ¿Qué entendemos exactamente por libertad? ¿Somos libres porque podemos elegir entre varios tipos de zapatillas? ¿O todas las opciones de consumo que se nos ofrecen no son más que una distracción para que no nos cuestionemos la naturaleza de nuestra libertad? El consumismo sugiere que nuestra libertad no tiene límites. Y, sin embargo, vivimos en un mundo en el que la democracia y la libertad democrática están amenazadas por el populismo de derechas, la manipulación masiva a través de las redes sociales y las teorías de la conspiración que suenan a Harry Potter puesto de coca. Por no hablar de la vigilancia online. Resulta irónico que todos vistamos ropa de calle, es decir, prendas que simbolizan la libertad, en un momento en el que nuestra libertad se encuentra bajo una amenaza tan inminente. Además, tenemos que preguntarnos: ¿cómo podemos ser libres cuando personas de otras partes del mundo, como Bangladesh, Pakistán o África central, tienen que pagar por la libertad de nuestras elecciones de consumo?

¿Es la moda un lenguaje, una forma de comunicación?

Puede ser un lenguaje, pero a menudo no conocemos el significado de las palabras que utilizamos. A menos que llevemos uniformes o la ropa que nos dicten, vestirse rara vez es una actividad totalmente consciente. A través de cómo decoramos nuestros cuerpos revelamos —consciente o inconscientemente— nuestras aspiraciones, nuestros deseos, lo que creemos que nos hará deseables, admirables o aceptables para los demás, o revelamos nuestra comprensión —o falta de ella—de las normas y códigos culturales. La moda pertenece al ámbito de lo simbólico. Y un símbolo es siempre ambas cosas: obvio en su significado y, al mismo tiempo, totalmente misterioso. Siempre puede malinterpretarse. Por eso es tan fascinante. No existe un google translate para la moda.

También escribes sobre la relación entre el bolso y la vagina. ¿Podrías contarnos algo más sobre ello?

Bueno, estaba pensando en este fenómeno extraño y bastante reciente del bolso de diseño. En los últimos 15 años ha habido una explosión del mercado de artículos de piel de lujo. Y se me ocurrió que estos bolsos, que pueden costar decenas de miles de euros, son símbolos de estatus para las mujeres. La mayoría de los hombres no se fijan en ellos, no conocen los códigos. Porque los bolsos tienen que ver con las mujeres. A través de ellos, las mujeres comunican su estatus a otras mujeres. Llevan su bolso Birkin, Chanel o Dior como si fuera una custodia en una procesión católica, para demostrar que no pueden ser ignoradas. Que su existencia tiene importancia. Estos objetos de piel son baluartes que les protegen del sinsentido general de la vida. Como tales, funcionan igual que los símbolos de estatus típicamente masculinos, como los coches deportivos, los yates o los puros habanos. Sin embargo, los símbolos de estatus masculino suelen ser fálicos por naturaleza. Y, como tales, tienen que ver con la penetración. Los bolsos, en cambio, son recipientes, contenedores. Lo que, según Sigmund Freud, los convierte en símbolos de la vagina. Y habla de cierto conservadurismo o de una visión anticuada de la sexualidad femenina el hecho de que suelan estar relacionados con la impenetrabilidad. La mayoría de las veces, los bolsos caros son de cuero duro y rígido y están cubiertos de cierres y herrajes metálicos. Lo que sugiere que la sexualidad femenina solo puede ser de alto estatus cuando es impenetrable. Si mi teoría es cierta, la sexualidad femenina que se nos vende en forma de bolsos de lujo no es muy táctil. Se puede saber mucho de un hombre mirando sus zapatos. La elección del calzado de un hombre lo dice todo. Y yo diría que lo mismo ocurre con las mujeres y sus bolsos.

¿Y el selfie como reflejo del narcisismo?

Se ha hablado mucho de la epidemia de narcisismo que ha desencadenado el auge de las redes sociales. También podría decirse que es una epidemia de inseguridad, porque las redes sociales y el fenómeno selfie han provocado un enorme aumento de la cirugía plástica. Pero yo diría que el selfie es algo más que narcisismo. Vivimos tiempos de gran agitación social y cultural. La revolución digital de 1989, cuando se inventó la World Wide Web, pero también el lanzamiento del primer teléfono inteligente a principios de la década de 2000, han provocado enormes cambios tectónicos en la forma en que percibimos el mundo y a nosotros mismos en él. El auge de las redes sociales ha sido muy confuso. De repente, hay muchas versiones diferentes de nosotros. En general, ser humano significa ser inverosímil por naturaleza. Nuestras identidades están siempre fragmentadas y cambian constantemente. Pero los medios de comunicación en línea han hecho que el acto de ser nosotros mismos sea mucho más complicado. Todo cambia tan deprisa que ya no hay nada seguro: es como lo describió Marx en el Manifiesto Comunista: “Todo lo que es sólido se funde en el aire”. En esta niebla de píxeles y datos, a veces parece que no existimos. Que podríamos ser borrados, eliminados como cualquier otra persona que encontramos en Internet. Nos hacemos selfies para recordarnos que somos reales, que estamos vivos. Cada selfie es un testimonio de que no nos pueden borrar, aunque el acto de borrar un selfie nos recuerde que nuestra existencia es frágil y fácilmente erradicable.

¿Cuáles son las prendas de tu armario que más usas? ¿Cuáles te definen?

Desde 1990 hasta 2006 viví en Londres, en Camden Town, y me gustaban mucho el punk, el gótico y el indie rock. Y aunque mi ropa se ha vuelto más refinada, todavía se nota. Puedes salir de Camden, pero nunca te puedes ir. Tengo algunas piezas vintage de Yves Saint Laurent y trajes de Chanel que me gustan mucho, pero mis diseñadores actuales favoritos siguen teniendo ese aire punk-rock: The Vampire’s Wife de Susi Cave (la mujer de Nick Cave), Preen Thornton-Bregazzi, Bella Freud, Katherine Hamnett o Hades Wool.

 

En 10 ensayos, Katja Eichinger analiza las zapatillas blancas que nunca se quita el filósofo Jürgen Habernas, explica cómo un vestido puede ser un sedativo contra la ansiedad social y salta con ligereza de Kim Kardashian a Shakespeare. Más allá de la estética, la autora defiende el poder de la moda como acto político y como símbolo de nuestras propias aspiraciones. Un libro escrito desde el humor y la reconocida obsesión de Eichinger por todo lo que tiene que ver con el mundo de la moda.

 

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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