Todo el mundo hemos vivido de cerca o de lejos esa situación: un peque llorando a grito pelado y pataleando en el parque o en el supermercado, rodeado de miradas atónitas y a veces aderezado por comentarios que más que ayudar consiguen hacer sentir a los padres de la criatura culpa y vergüenza. Eso es deporte nacional: siempre resolvemos mucho mejor las rabietas cuando no son de nuestros propios hijos.
Pero empecemos por el principio: ¿Qué son las rabietas? Son desbordes emocionales que se dan con mayor frecuencia en niños y niñas a partir de los 2 años, aunque no es extraño que algunos comiencen alrededor del año y medio. En torno a esa edad, los niños y niñas comienzan a sentir frustración ante un deseo que no se puede cumplir o expresar una necesidad que no está siendo atendida y esa manifestación de ese enfado da lugar a esa explosión emocional. Una vez superado los 2 años, no desaparecen, pero según acompañemos esa emoción y gestionemos los adultos la situación, su frecuencia e intensidad podrá disminuir o aumentar. Es esencial conocer que ni a tu hijo le pasa nada, ni es un malcriado, ni las rabietas de tu hijo son resultado de tu eficacia como madre o padre: las rabietas son normales. Son normales porque el cerebro de los niños está en pleno desarrollo y la última parte del cerebro que se desarrolla es la corteza prefrontal, encargada de las funciones ejecutivas cerebrales como la planificación, el control inhibitorio, resolución de problemas, autorregulación, entre otras funciones y habilidades, y esta parte tan importante que se encuentra en el lóbulo frontal no termina de desarrollarse hasta los 25 o 30 años aproximadamente. Además de la gestión, los más pequeños tienen dificultades para contar y comunicar de forma efectiva cómo se sienten, porque para ponerle palabras a las emociones, primero deben haber aprendido a ponerle nombre a lo que sienten.
Igual que no le pedimos a un bebé recién nacido que camine, no podemos pedirle a un niño de 2 años en plena rabieta que se calme, porque no puede hacerlo, no es capaz. Ni te está manipulando, ni está malcriado, ni te está montando una escenita. Así que una vez que conocemos estos datos, sería escalofriante gritarles, castigarles o chantajearles en esta situación, aun sabiendo que no están preparados para ello. Nuestra misión como familias y profesionales del sector educativo es acompañar y validar las emociones, todas, aunque algunas nos incomoden. Y es importante no confundir la expresión de esas emociones con el comportamiento de los más pequeños.
Y, ¿cómo podemos comenzar a gestionar esos desbordes emocionales desde el respeto mutuo? Es importante reconocer que todas las emociones son válidas y legítimas. No hay emociones buenas o malas, incluso las que nos producen sensaciones desagradables en el cuerpo deben ser validadas y aceptadas como el miedo, la ira, el enfado. La rabia y el enfado no solo puede llegar a desbordar a los más pequeños, sino que esta explosión emocional es más contagiosa que un virus, y los mayores no debemos sumarnos al carro, sino que debemos ser espejo de calma y ayudar a los más pequeños a reconocer esa emoción y canalizar esa energía. Cuando tenemos hijos o somos profesionales del sector educativo y trabajamos de cerca con la infancia, surgen muchas emociones. Y no hay que educarlas o asustarse, sino que tenemos que enseñar a vivirlas y transitarlas de forma consciente y presente. No se necesita un chupete emocional ni intentar evitarlas: se trata de ver las rabietas como oportunidades de crecimiento y transformación para el adulto a cargo y para el niño acompañado.
Es sumamente importante que aprendamos a distinguir la emoción del comportamiento. La emoción es válida siempre, pero el comportamiento que en ocasiones deriva de esos desbordes o explosiones emocionales no siempre lo son. Por ello debemos mostrarle a los más pequeños diferentes herramientas y medios para canalizar, y gestionar esa emoción. Actuando desde la consciencia y el respeto mutuo no solo le ayudaremos a transitar la emoción del enfado, la frustración o la rabieta en sí: estaremos enseñando a los más pequeños muchas más cosas que ahora mismo no son tangibles, pero que a largo plazo nos allanarán el camino en la adolescencia. Por ejemplo, les estaremos enseñando a establecer relaciones emocionalmente sanas, fuertes y duraderas. Seremos ejemplo de comunicación abierta y positiva y le mostraremos empatía.
Es vital educar en la empatía desde la primera infancia. El desarrollo del cerebro del niño dependerá del tipo de experiencias emocionales que tengamos, y estos primeros intercambios nos ayudarán a entender el mundo. Desde el nacimiento hasta los 6 años, se forma el 90% de nuestro cerebro, siendo los primeros años de vida los responsables de asentar las bases del cerebro adulto a través de las emociones, formando una red que influirá en su desarrollo para siempre. Es un objetivo primordial en la crianza y educación, y conseguir estos propósitos tienen resultados beneficiosos a largo plazo, por ello debemos comenzar cuanto antes. Sin embargo, el ajetreo y la rutina, hace que a veces perdamos de vista las verdaderas metas educativas, absorbidos por la necesidad de resolver desafíos que se nos presentan a diario.
Muchas veces estamos más pendientes de que por ejemplo los hermanos no se peleen o compartan, que de ofrecerles recursos para que ellos mismos resuelvan sus conflictos de forma pacífica. Por ello, de vez en cuando los adultos debemos parar y hacer una pausa, para dedicar un momento a recordar qué habilidades o herramientas queremos que tengan esos niños y niñas que serán los adultos del mañana para crecer emocionalmente equilibrados. El respeto mutuo y el amor sin condiciones ni chantajes son imprescindibles para formar una sociedad adulta emocionalmente sana, ya que la salud no solo debe ser física, sino también mental y por supuesto emocional. Pero no es el único pilar. Fomentando estos valores en nuestros peques, les ayudaremos también a fortalecer su propio desarrollo personal, facilitando la evolución positiva de su autoestima y autoconcepto, favoreciendo la capacidad de escucha, atención, mejorando la resiliencia, la sororidad, la resolución de conflictos…
Para que todas las familias y profesionales del sector educativo tengan todas las herramientas y estrategias prácticas a su alcance para aprender a gestionar las rabietas y conflictos en los más pequeños desde el respeto mutuo y el amor incondicional, he creado un evento online y gratuito que se podrá disfrutar el fin de semana del 4 y 5 de noviembre de 2023 desde el proyecto Educación Incondicional. En este evento, se reúnen referentes en educación positiva y crianza transformativa a nivel internacional. Las familias y profesionales asistentes a este congreso aprenderán a gestionar estas explosiones emocionales sin perder los nervios, sin chantajes, ni castigos, cambiando los gritos por conexión, calma y respeto mutuo. A través de las clases con los expertos, será posible aprender herramientas prácticas y estrategias efectivas para que la educación de los más pequeños no sea constantemente una fuente de agotamiento, estrés y conflictos. Si quieres ser semilla y motor de cambio por una infancia respetada, esta es tu oportunidad.
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