Llegar a la escritura de Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) y hacerlo acercándote a Los escorpiones (Lumen, 2024) es apabullante: La novela tiene 816 páginas, pero la autora se deshizo de alrededor de 500 a lo largo del proceso de creación de los personajes y de las tramas. Doctora en Filosofía, a Barquinero le apasionan los relatos de largo aliento, las construcciones complejas de personajes, los desarrollos extensos de las tramas. En sus propias palabras, «se me da mal escribir corto. Cuando comencé a escribir la gente me recomendaba escribir relatos y creo que jamás he conseguido escribir uno. Por otra parte, me gusta pensar que también me resisto un poco al imperativo de hacer libros breves rápido para estar siempre ahí. Pero con honestidad creo que no es una decisión». Más allá de su obsesión por los foros de suicidio, Sara Barquinero frecuentó centenares de vídeos de YouTube en los que se analizan las teorías conspiranoicas que hay tras los videojuegos más icónicos de nuestras infancias, incluyendo las teorías sobre el Pueblo Lavanda de Pokémon o sobre Super Mario. Ella misma reconoce tener un pasado friki, en el que jugó mucho, pero en el que estudió más sobre los juegos que le interesaban, especialmente los categorizados como «malditos», y su lore explicado en Internet. A lo largo de su vida, ha tenido varias personalidades en dichos foros, ha frecuentado la deep web y acumula toneladas de anécdotas divertidas y alocadas sobre esas horas y horas invertidas en leer sobre conspiraciones.
Los Escorpiones es un thriller psicológico, una novela filosófica y una crónica del delirio colectivo resultado de la adicción a las redes sociales, a la creación de identidades falsas y avatares y a la peligrosa creencia de que los jóvenes solo podrán encontrar la amistad, el amor o el reconocimiento a través de Internet. Sara y Thomas son sus protagonistas, dos jóvenes muy diferentes que se unirán en la búsqueda de pistas alrededor de la secta de Los Escorpiones, que toma su nombre del de una de las pocas especies animales que prefiere matarse antes de seguir soportando el dolor.
¿Consumimos una realidad edulcorada en la era de las redes sociales?
No sé si diría que lo que consumimos es edulcorado, creo que puede que lo que se niegue sean preguntas existenciales profundas. En realidad, hay cosas muy poco edulcoradas: estoy pensando, por ejemplo, en el true crime, que está super de moda, o la dureza de las imágenes de series como El cuerpo en llamas. Estamos acostumbrados a ver imágenes muy duras, y en realidad se trata la muerte o los temas desagradables como un entretenimiento y no como una pregunta o duda existencial. Diría que esa es la diferencia, no tanto lo cruel que sea.
Tu novela despierta sentimientos muy ambivalentes. Puedes pensar una cosa, y la contraria de repente. Es un libro que te enfrenta a tus contradicciones. ¿Somos los humanos tan contradictorios y erráticos?
Es un problema que a mí me preocupa personalmente: la realidad es muy poliédrica y plural. Quizá tener una opinión muy clara sobre ella sería un error. Excepto en cosas muy puntuales, todas las situaciones tienen diferentes matices. La literatura es un buen lugar en el que plasmar esa sensación. En la mayor parte de situaciones es muy difícil decir que alguien es radicalmente bueno o malo. A veces, en nuestra vida común sentimos la necesidad de adherirnos claramente a una versión más blanca o más negra de la realidad desde cosas como apoyar a un amigo o amiga a adoptar una crítica política. La literatura te permite mostrar los grises que, en realidad, existen siempre y que, en ocasiones, es conveniente no ver.
Has pasado diez años escribiendo este libro, definido como “novela de novelas”. Todas las historias tienen entidad de manera independiente y crecen en su conjunto. ¿Cómo ha sido este proceso?
Tuve la idea aproximadamente hace diez años, mientras leía novelas americanas muy largas. Me gustó el ejercicio, me abría la posibilidad de crear un mundo, no solo una historia, algo que era muy llamativo para mi manera de ser. Cuando no has escrito prácticamente ni diez líneas en tu vida, no es tan sencillo. Lo dejé aparcado, escribí otras cosas y volví a esta historia de nuevo hace seis años.
¿Qué querías explorar con estas historias?
La pregunta de por qué, en ocasiones, ya sea a nivel individual o colectivo, los seres humanos preferimos pensar que no hay nada que podamos hacer antes que mirar, efectivamente, las cosas que sí podemos hacer. Esa es la pregunta de la novela, que se aplica tanto a la depresión como a las teorías de la conspiración. Sin banalizar la situación ni mucho menos, hay un momento en el que, si tú estás tremendamente deprimida por cosas que, en realidad, muchas veces son transitorias —siempre hay un componente de transitoriedad en el dolor—, prefieres pensar que no hay alternativa, que tu vida nunca será mejor, y te quedas ahí. Lo mismo sucede con las teorías de la conspiración: no se trata de si la Ley de Bienestar Animal no está completa, sino que nos estamos cargando el planeta y no hay nada que hacer para que esto suceda. ¿Por qué esa radicalidad?
Doy por hecho que has buceado largamente en las redes y en la deep web para documentarte para este trabajo. ¿Esta investigación te ha llevado a momentos en los que pensases que era demasiado, o que algo escapaba a tu control?
En la primera novela, es de las pocas cosas de mi vida que he escrito por la mañana, escribo mucho más por la noche. No me daba para meterme en un foro de gente contando cómo se iba a matar y luego irme a dormir tranquila. Sí que me afectaba. También, a veces, de manera muy estúpida, con algunas de las teorías de la conspiración, me he asustado a mí misma. Estuve investigando teorías de la conspiración que tenían que ver con que alguien llamaba a la puerta de tu casa o con llamadas raras al 911. Estando en ese mood, una vez me llamaron al timbre a una hora que no era lo adecuada y casi llamo yo a la policía. Era alguien que se había equivocado.
¿Cuál es tu relación actual con las redes sociales?
Más que las redes, lo que más me ha absorbido de internet son los foros, las páginas web raras e, incluso en redes, contenido que habla de eso. Por ejemplo, en Instagram, mi cuenta favorita es la de una mujer que recibe correos electrónicos de personas que han tenido experiencias paranormales y los lee en voz alta. Las redes sociales, obviamente, merecen una reflexión sobre sus límites, sus políticas, quién pone el dinero en ello o cómo afecta a los más jóvenes. Entiendo todos los problemas de las redes, pero decir que son malas me parece una tontería.
¿Qué opinas sobre la inteligencia artificial?
Me flipa la tecnología: me parece lo mejor que hay. La inteligencia artificial: a muerte con ella, me gusta. Vuelvo a lo de no ser radical. Los problemas de la tecnología no son intrínsecos a la tecnología, sino de los seres humanos que están a su alrededor. El mal uso de la tecnología no es problema de la herramienta. Si se utiliza una IA en un instituto para hacer una imagen pornográfica de una compañera y reírse de ella, ¿qué hubiera pasado en esa misma clase si no existiera la tecnología? Que le hubieran intentado hacer una foto igualmente, que la llamarían guarra… Las cosas negativas que son más específicas de la IA, la tecnología o las redes sociales podrían regularse como se han regulado todos los asuntos humanos: con leyes, protocolos y actuaciones.
Desde la Italia de los años veinte, pasando por el sur profundo de Estados Unidos a finales de los setenta hasta llegar a la época actual en Madrid, Barcelona, Bilbao, un pueblo perdido de la España rural y Nueva York. ¿Por qué este arco temporal, que no solo llega a la actualidad, sino que la sobrepasa y se sitúa en 2025?
Es algo que me ha salido de manera natural. Varios lugares, porque el mundo ya es global y las teorías de la conspiración siempre se entiende globalmente. Hay teorías concretas, como la del bar España, que está bastante acotada, pero en general son globales. Elegí escribir en varios tiempos porque cuando haces como yo, que veo una teoría de la conspiración nueva, normalmente no es concreta. Me parece interesante tener un arco temporal más amplio. De hecho, podría haber sido más amplio, hacer una escena medieval. Hay gente que encuentra ovnis y cree que los ovnis son los que nos hicieron seres inteligentes, nadie dice que los ovnis llegaron el año pasado: los ovnis pusieron aquí las pirámides.
Normalmente, los noticieros no son tan radicales, pero en programas como Al Rojo Vivo, la música es de película de guerra y en Espejo Público, el tratamiento de las noticias es de reality.
El tratamiento que hacen los medios sobre el suicidio ha cambiado en los últimos años. ¿Qué opinas sobre ello?
Está mejor que hace un tiempo, pero todavía queda mucho trabajo que hacer. Hemos renunciado a la pregunta de si una persona tiene derecho a acabar con su vida. Nos resulta muy ofensivo que alguien quiere acabar con su vida, supongo que eso abre el vacío de la pregunta de por qué no acabamos todos con la nuestra, pero tampoco hacemos nada porque la vida de las personas sea mejor.
¿Por qué crees que son tan atractivas las teorías de la conspiración?
Porque ofrecen una explicación y un sentido a la realidad, aunque sea malo. Y eso es mejor que pensar en el azar.
Los Escorpiones es una novela de novelas: una obra narrativa titánica y misteriosa. Los protagonistas, Sara y Thomas, se ven envueltos en el entramado de una teoría de la conspiración dirigida por los poderes políticos y económicos, que pretenden controlar a los individuos a través de la hipnosis y los mensajes subliminales en libros, videojuegos y música para inducirlos al suicidio. Ambos llevan a cuestas desequilibrios emocionales y, mientras se teje entre ellos una relación inclasificable y poderosa, deciden investigar sobre esta secta cuyo nombre es el de una de las pocas especies animales que prefiere matarse antes que seguir soportando el dolor.
Desde la Italia de los años veinte, pasando por el sur profundo de Estados Unidos en los ochenta, hasta llegar a la época actual en Madrid, Bilbao, un pueblo perdido de la España rural y Nueva York, esta es una historia sobre la angustia existencial, la soledad y la necesidad de creer en algo, sea lo que sea, para encontrar el sentido a la vida.