Arranca el último libro de Sara Desirée Ruiz (Granollers, 1979) con la rotunda respuesta de la gimnasta Simone Biles cuando le preguntaron, en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro celebrados en 2016 si esperaba convertirse en la próxima Usain Bolt o en la nueva Michael Phelps: «No voy a ser la próxima Usain Bolt o la nueva Michael Phelps, voy a ser la primera Simone Biles». Este libro se llama Te necesita aunque no lo parezca (Grijalbo, 2023) y ofrece recursos para acompañar a las personas adolescentes durante este periodo de encuentro y descubrimiento de su identidad. El ejemplo de Biles es muy oportuno, pues es una figura reconocida y admirada tanto para adultos como para adolescentes. Es muy curiosa esta etapa y más curioso todavía que nos olvidemos de ella, de cómo nos sentimos y de lo que buscamos cuando nos tocó transitarla. Muchas veces, miramos a nuestras hijas e hijos adolescentes desde la incomprensión, pero quizá sea tan sencillo como echar la vista atrás para comprender. En este libro la autora, que lleva más de veinticinco años trabajando con adolescentes desde la intervención social, propone bajar la teoría a la tierra: «esta es mi intención con mis libros. Una de las cosas que llevo años observando es que las familias, muchas veces, se quejan porque les cuesta entender el lenguaje más técnico o científico que utilizan algunas personas cuando escriben, algo que es natural cuando quienes escriben se dedican a la investigación. Cuesta un poco bajarlo a la realidad de casa, a la realidad del día a día. Esto es lo que intento hacer».
Te necesita aunque no lo parezca aterriza conceptos y los explica de manera clara, siempre con el hilo conductor de Biles, en cuatro partes diferenciadas: el calentamiento, los entrenamientos, las pruebas y la competición. De esta manera, y aunque el éxito del acompañamiento a las personas adolescentes de nuestras vidas no resida en las lecturas, sí podremos comprender conceptos que quizá no formen parte de la retórica de nuestro día a día, pero que es necesario comprender para ofrecer esta compañía sin que nuestras hijas e hijos nos desquicien. Cuenta Sara que, en su primer libro, El día que mi hija me llamó zorra (Almuzara, 2022), el hilo conductor era la historia de una madre y una hija «porque me encuentro con más madres que piden ayuda que padres. Me ha costado mucho más en todo este tiempo llegar a los padres porque tienen muchas más resistencias».
Sigue llamando mi atención que la carga de la mayoría de los traumas y problemas de las hijas e hijos recaiga sobre la madre. ¿Se tiene más tolerancia con los padres?
Esto tiene que ver con cómo hemos empezado a construir nuestro sistema de apego. Cuando nacemos, yendo muy atrás, normalmente las madres son las que están más implicadas, en general, en los primeros años de vida por causas biológicas. Las madres suelen adoptar muchas de las funciones que tienen que ver con los cuidados —esto es algo muy cultural—. Si en estos primeros años esta función la ejerciera un hombre en vez de una mujer, también se produciría esta relación más intensa, cercana o sólida. Biológicamente, las mujeres estamos programadas para el cuidado de las criaturas. Pero cada vez más estamos aprendiendo, investigando y descubriendo cómo funcionamos y es importante, sobre todo en esta etapa, que todas las personas que forman parte de la familia estemos implicadas. Todas las personas —abuelas, tías, primas— pueden tener mucho impacto en su desarrollo. Es importante que estemos todas ahí.
Cuentas que «la misión de la familia en esta etapa es proveer de ese apoyo, sostén y comprensión para mejorar el estado de ánimo, la conducta, la adaptación al sistema educativo, la mejora del rendimiento académico y la estabilidad de sus relaciones». En estos momentos, muchas psicólogas y psiquiatras cercanas alertan de cómo se está deteriorando la salud mental de las personas adolescentes, quizá porque se les ha arrebatado, en los periodos de confinamiento asociados a la pandemia del coronavirus, ese “salir afuera” que nos define a todas cuando somos adolescentes. También creo que madres y padres pasamos tanto tiempo dedicados a interminables jornadas laborales que, si nos reclaman poco porque está en su ser no hacerlo quizá, cuando nos reclamen, no nos encuentren porque no podemos estar presentes.
No es que las familias no quieran acompañar o no les importe: es que tenemos un problema de estructura social. Nos lo hemos montado fatal y no podemos dar la atención necesaria a este periodo de desarrollo. Lo tenemos muy claro cuando son peques, aunque veamos claro que no son suficientes ni los permisos de maternidad-paternidad. Cuando nos desarrollamos está clarísimo que a las familias se las acaba culpabilizando y responsabilizando de muchas cosas de las que no tienen la responsabilidad. Hay cosas que no dependen de las familias: que los trabajos sean precarios, que haya que hacer tantas cosas en el día a día con tan pocos apoyos… Tengo muy claro esto y mi mensaje es de confort: intento confortar un poco a las familias, porque no solo ellas tienen la responsabilidad. Esto es una responsabilidad compartida por toda la sociedad: de los centros educativos, de las vecinas, de todas las personas que formamos parte. Tenemos responsabilidad, como comunidad, con las nuevas personas que nacen y crecen en ella. Por eso es importante que entendamos que las familias pueden hacer lo que pueden hacer, pero no más. Lo que no se puede hacer no se puede reprochar. Tenemos que aportar para que las familias lo hagan lo mejor posible. Hay que mejorar muchas más cosas, no todo depende de que te leas un libro para aprender a acompañar la adolescencia o la infancia. Es un problema muy serio.
«Dejar de reaccionar ante lo que vemos en las personas adolescentes de nuestra vida es un reto en sí mismo». Estos días estoy viendo Doctor en Alaska. Uno de los personajes, Shelly, recibe la visita de su madre, quela trata como si fuera su hermana mayor, lo que origina problemas y malentendidos. En un momento dado, la madre se rinde y se pregunta cómo salir de ese bucle, si lleva toda la vida haciéndolo mal con ella. Nos esforzamos mucho como madres, quizá sea la tarea más titánica de todas liberarnos de la culpa, porque pareciera que no hay manera de hacerlo bien.
Siempre recomiendo que no nos agobiemos buscando la perfección, porque no existe. Tenemos que ser referentes para las adolescentes y para las peques suficientemente buenas. Este concepto no es nada nuevo y quiere decir que debemos ir cubriendo las necesidades y atendiendo las demandas de desarrollo que vaya apareciendo sin necesidad de buscar la perfección, porque no hay nadie perfecto. Es muy importante que nos concentremos en el día a día, en atender lo que está pasando y, sobre todo, evitar reaccionar y dar una respuesta más que una reacción, que es algo que cuesta muchísimo porque nuestras emociones también están implicadas. Si nos informamos sobre cómo es esta etapa, si somos conscientes de que lo que les pasa está dentro “de lo normal”, podemos relajarnos y ofrecer mejor atención. Si no sabemos nada de lo que sucede, si no entendemos que algunas de sus reacciones son normales en esta etapa, podemos malinterpretarlo y obstaculizar su desarrollo. No es necesario saber hacerlo todo. Lo importante es cubrir esas necesidades. Hay una necesidad muy importante, que es la de afecto, reconocimiento y validación, muy importante en esta etapa en la que hablamos de construcción de autoestima e identidad. Hay que ofrecer atención, saber poner límites y tener muy claro cuál es nuestro rol. La madre es la madre, el padre es el padre y sus funciones están muy claras e incluyen establecimiento de límites. Las personas adolescentes necesitan seguridad, rutinas y entender dónde están los límites. No somos “coleguis” de nuestras hijas: debemos ser cómplices, transmitirles que las entendemos y que las valoramos. Que las apreciamos y que las queremos, que estamos ahí para decirles las cosas que nos encantan y las que no.
La vida de las personas adolescentes está llena de situaciones y momentos que nos sacan de quicio; la mayoría de esas circunstancias tienen que ver con la necesidad de encontrar un sentido a su vida, de alzar la voz y que se las reconozca y acepte como personas singulares. Buscan sin cesar nuevas experiencias para crear una definición de sí mismas que les permita encajar en el mundo y llegar a la vida adulta sabiendo cuál es su lugar. En ese proceso de desarrollo del autoconcepto, la autoestima y la identidad, es primordial que sientan el apoyo de quienes más les importan. Y para eso las personas que las rodean tienen una misión importante: darles espacio, estimularlas y sostenerlas.
Acompañar a adolescentes a descubrirse y construir su identidad no es tarea sencilla y tu papel es esencial. En este libro aprenderás pautas prácticas para cuando no sepas cómo actuar; encontrarás consejos sencillos y efectivos para que las personas adolescentes de tu vida aumenten su autoestima y la confianza en ellas mismas de forma progresiva, y entenderás el importante papel de sus amistades y cómo afecta el malestar emocional en su desarrollo. Aunque no siempre comprendas lo que hacen, podrás aprovechar el potencial de esa etapa y disfrutar de ella aprendiendo a darles lo que necesitan: comprensión y seguridad.