Soledad Urquia (1983, General Deheza, Argentina) es escritora y editora en Chai. Es madre de una hija de 8 años y un hijo de 2. En 2008 viajó por primera vez a la India, experiencia que le sirvió de base para escribir Mamá India (2016), su primer libro. Actualmente reside en San Javier, en la provincia de Córdoba, desde donde prosigue su búsqueda vinculada a la filosofía, la literatura y la espiritualidad. Este lugar está también presente en la redacción de su nuevo libro: La luz y la montaña (Las afueras, 2023). Desde 2019 codirige Chai Editora, sello dedicado al descubrimiento y traducción de narrativa contemporánea, que desde hace un año imprime y distribuye en España. En su paso por Madrid para presentar este último libro pudimos charlar con ella sobre cómo la maternidad ha bañado su última propuesta literaria.
La luz y la montaña es un ejercicio de escritura diarística que comenzó siendo un pequeño diario de meditación, pero en el que lo materno comenzó a colarse por todas las rendijas. Con quietud y extrañeza, con la cabeza en los cielos y los pies en la tierra, Urquia desentraña una serie de reflexiones derivadas de la vivencia cotidiana aderezada por la búsqueda espiritual. Con su escritura Urquia, que vive en Traslasierra, un valle entre montañas y ríos, comparte búsquedas y dudas con el objetivo de alumbrar.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Siento que cuando tuve a mi primera hija, lo que me resultó más difícil fue ese cambio de posición en el que hay algo de una que se mueve totalmente. Con la maternidad es curioso que, de repente, siempre estés preocupada por algo, siempre hay una parte de mi cerebro que, de alguna manera, está con ellos. Ahora que estoy viajando sola y veo a otras madres, me doy cuenta de que no es posible hacer con un niño lo que hago: caminar mucho, mirar libros… Hay algo, no sé qué es, que siento que está muy relacionado con la vida. Siempre hay dos tensiones muy fuertes entre lo tanático y lo vital, como una búsqueda del vacío que, a veces, se puede volver un poco oscura y de la que ellos me sacan todo el tiempo. Reclaman una presencia que está buena en esta dimensión. Me da mucha alegría tener ser madre, que existan mis hijos.
A veces siento que el discurso del lado B de la maternidad, de mujer clase media-alta, se está agotando también. Si bien está bueno traer esos temas, las cosas que no se hablan o lo agotadora que puede ser la maternidad, a mí me agotan esos discursos tan extremos, desde ese punto de vista. Hay una parte muy importante que tiene que ver con la alegría si quisiste tener un hijo, más allá de situaciones concretas.
¿Cómo era tu trabajo antes y después de ser madre? ¿Sufrió cambios significativos?
Tuve trabajos muy diversos siempre. Cuando me quedé embarazada, trabajaba en una fundación en las afueras de Buenos Aires con adolescentes en situación de vulnerabilidad. Yo soy ingeniera de formación, trabajé un tiempo en eso, pero con mi primer embarazo decidí terminar mis estudios de psicología, algo que ahora pienso que no volvería a hacer. No entiendo bien en qué momento estudiaba, me acuerdo de ir a rendir con ella bebé. Eran situaciones que no hacían falta realmente y quizá, sin ellas, mi primer año y medio de maternidad hubiera sido más liviano.
Ahora trabajo también mucho, pero puedo hacer el trabajo en casa. He trabajado mucho en la compu con él encima, editando libros, pero no tiene nada que ver con esa sensación que tenía con mi primera maternidad, saliendo de casa.
Me hice un test de embarazo y me dio positivo. Sentí como si estuviera en un confesionario buscando mi redención.
Es gravísimo lo que me contás —dijo Mario—. Yo sentía que justo este año ibas a dar un salto, y ahora…
La luz y la montaña es un libro balsámico, que calma a la vez que te hace reflexionar con fuerza. Parece que estabas iniciando un camino que no era compatible con lo terrenal de la maternidad, con un hijo que te pega los pies a la tierra. ¿Es posible habitar lo espiritual y lo materno al mismo tiempo?
Lo que me dijo en ese momento condensaba un montón de cosas que me habían dicho antes o que yo misma me había creído. Si bien en el libro parece que eso disparó toda una serie de cosas, también podría ser una persona que dijera eso y fin. Siento que tiene que ver, también, con cómo era mi idea de espiritualidad, con una cierta radicalidad de esa sensación que requería una entrega muy total, que no había lugar para nada más. En el libro intento narrar cómo esas dos cosas, de alguna manera, puede convivir.
¿Qué mística has encontrado en la maternidad?
Desneurotiza mucho, o neurotiza de otra manera, el ser madre. Muchas veces los miedos o la ansiedad pasan por otro lado.
Mientras subía a la camilla en la que me iban a operar pensé en el parto orgásmico que había imaginado y sonreí. Sentí que el parto era de Aurora y no mío.
Tu hija nació mediante cesárea. Otro de los temas que abordas en tu novela son las expectativas ante la maternidad. Pocas veces el parto es un acontecimiento que sucede como imaginas.
Para mí las redes sociales, en ese sentido, hicieron mucho daño a algunas personas. Cuando quedé embarazada de mi segundo hijo volvieron a aparecer —no sé cómo el algoritmo supo que yo estaba embarazada antes que mi familia—, todo tipo de publicaciones sobre partos orgásmicos y temas de crianza que, como yo tenía una hija, podía mirar con mayor distancia. Casualmente, mi segundo hijo nació por parto natural y realmente me pareció que no era para tanto.
¿Cómo empezaste a imaginar este libro?
Hace pocos días hablaba con el escritor Federico Falco, que es muy amigo, y decía que, cuando yo le fui a contar la idea de que iba a escribir un diario de meditación y maternidad, aunque me animó, le parecía imposible. Él me animó a escribir un diario de meditación tiempo antes, pero enseguida apareció mi hija en la segunda oración del libro. Aunque escribí el libro muy rápido, siento que estuve escribiéndolo durante muchos años en mi cabeza. Lo que intenta condensar el libro sí es una experiencia de muchos años.
Agregó que la planta que voy a tomar crece en la montaña, en altura, siempre al borde de algún precipicio. No me animé a preguntarle si era una metáfora de mi ser.
Has llegado a lugares a los que no cualquiera llega en el camino de la espiritualidad.
En esa parte del libro me refería a esa sensación de vértigo que a veces tengo, una sensación que me acompaña desde hace muchos años de vivir en precariedad, de que todo puede caerse en cualquier minuto. Cuando tienes hijos es todavía peor, cada vez la realidad se presenta más precaria. Para mí es muy difícil vivir con esa sensación de culpa, siento que, muchas veces, es algo que solo arrastramos las mujeres. Ahora que vine sola de viaje —hacía diez años que no viajaba sola—, aunque Santiago, mi compañero, insistió mucho en que yo hiciese este viaje y está ahí, también está acompañado de su mamá y mi hermana, descubrí que hay una red ahí de la que yo no tenía mucha conciencia, que nos está acompañando. Descubrí que, muchas veces, esa sensación de que todo recae sobre mí es un poco ficticia en mi caso. Yo estoy ahí, pero si yo no estoy, hay otra gente atendiendo.
También me pregunto de dónde viene esa sensación moderna de que tenemos que sanar, como si estuviéramos esencialmente rotos. Incluso si fuera así, ¿no son esas grietas y lugares inacabados lo que constituye nuestra singularidad, lo que nos permite movernos?
En cualquier ámbito, pareciera que todos los mensajes que recibimos son de gente rota.
Siento que es una oferta no tan distinta a cualquier otra oferta que tiene que ver con el consumo. Sanar el cuerpo, sanar el espíritu, sanar la mente, sanar el aura… ¿Por qué, de repente, tenemos que sanar tantas cosas?
Como bien dices, en esa sociedad de consumo parece que todos tengamos que estar rotos en algún grado, que es algo que conviene cuando, en realidad, hay gente que realmente está rota. Asusta pensar que estos “yo también estoy rota” forme parte de este establishment.
Debemos dar visibilidad a gente que realmente necesite ayuda y contención de otro tipo. Es un discurso, el de limpiar y sanar, que realmente me hartó. Hay momentos en los que sí, claro. Siento que es un momento, no sé si tiene que ver que sea después de la pandemia, en la que todos y todas estamos más angustiados de lo normal.
La luz y la montaña es una novela en forma de diario que explora la dificultades que encuentra su protagonista, una mujer joven que acaba de mudarse con su familia a la sierra, para conjugar dos ámbitos en teoría incompatibles como son la maternidad y la búsqueda espiritual.
Las entradas se van sucediendo al compás de las estaciones, alternando actividades cotidianas como pasear por el valle, encender un fuego o cuidar de su hija con la práctica de la meditación y la formulación de preguntas que nos atraviesan y configuran como seres humanos.
Con una voz liviana y profunda a un mismo tiempo, Soledad Urquia ahonda en el aparente conflicto existente entre crianza y espiritualidad, pero también entre cuidados y escritura, como lo hicieron otra autoras como Tillie Olsen, Natalia Ginzburg o Jane Lazarre. Y es que la maternidad, al igual que el acto de escribir o la meditación, puede devenir también en un medio de autoconocimiento y aprendizaje.