Era un día de verano y acudía caminando desde mi casa a ponerme la primera dosis de la vacuna Covid. Pasé por el escaparate de una librería y vi que, en el centro, lucía Feria (Círculo de Tiza, 2021), el libro de Ana Iris Simón. Estaba cerrada la librería, era temprano. Durante mi paseo recibí la llamada de una amiga que me contó que tenía un libro que quería regalarme, que pensaba que era para mí. Me dio un par de frases y supuse que hablábamos del mismo libro. Me lo regaló esa misma tarde. Y era Feria. No me gusta leer demasiado sobre los libros, ni hacer caso a las fajas. Sabía que había cierta polémica con su autora, pues su discurso en el acto sobre “Pueblos con futuro” —proyecto integrado en el Plan España 2050 que plantea medidas para activar económica y socialmente las zonas rurales—, se convirtió en arma arrojadiza entre las derechas y las izquierdas: todos se lo apropiaban aunque, seguramente, ninguno había leído Feria. Yo no quise escuchar el discurso, ni leer las críticas, ni los tuits, ni las opiniones, quise mantenerme ajena para leer sin prejuicios. Me costó, pero lo hice y, al hacer esta lectura desprovista de prejuicios, no pude dejar de reflexionar sobre la sobrevalorada vida de las ciudades cuyos centros son los financieros. No pude dejar de mirar atrás, a mi propia infancia, para constatar que si soy feliz es porque tuve la suerte de pasar los veranos y fiestas de guardar en un pueblo donde era sobrina de todas las vecinas, aunque no lo fuera de ninguna. Merecemos una infancia de bicicletas, pandillas y tribus. Merecemos, también, que nos dejen leer tranquilas y afirmar sin vergüenza que nos ha gustado leer un libro, ¡un libro! La batalla campal creada alrededor de las vivencias de la infancia de Ana Iris es testigo del poder de los relatos y también de que, cuando pones un libro en el mundo, deja de ser tuyo para pasar por el filtro de cada persona que lo lea.
Ahora, Ana Iris vuelve al pueblo y a la infancia, al tren de la bruja y a las manzanas caramelizadas para reflexionar sobre qué pasaría si todos los días fueran feria. Y lo hace con el color de las ilustraciones de la polifacética artista Coco Dávez, nuestra Andy Warhol patria y creadora del pódcast Participantes para un delirio. Juntas han creado ¿Y si fuera feria cada día? (Lumen, 2023) un álbum ilustrado muy agudo, inteligente y luminoso que esconde lecturas muy necesarias tanto para las criaturas como para las personas adultas.
Ana Iris: En Participantes para un delirio, en el que Coco te entrevistó, contabas que te da mucha rabia la gente que se pone “madre” o “padre” como descripción en sus redes sociales, pero que si tuvieras que definirte ahora, te definirías como madre. ¿Por qué creéis que la maternidad es un tema tan poco interesante antes de convertirse en madre?
Coco: Creo que es un tema que tenía mala fama. Hasta los 30 años, yo decía que no quería ser madre porque me habían vendido que tenía que elegir entre ser buena madre o ser buena profesional. Y yo quería ser una mujer independiente y buena profesional. Hay cierto estigma todavía. ¿Por qué somos madres tan tarde? Para empezar, porque no se puede y, para seguir, porque nos han contado que, si queremos un futuro de independencia, al igual que los hombres, tendremos que dejar la maternidad para más tarde. Que tengas que posicionarte entre dos opciones te hace sentir que, si eliges ser madre, vas a perderte la vida. Yo he tenido padres muy jóvenes —de 18 y 19 años— y lo que he vivido es que ellos han tenido mucha suerte y también que han perdido su juventud. Mis padres se separaron con 29 años, con una hija de 10 y otra de 2 años. Y no habían viajado ni conocido a sus amigos.
Ana Iris: Me interesan mucho, ahora, los relatos de paternidad. Acabo de leer Literatura infantil de Alejandro Zambra y pienso en Irene y el aire de Alberto Olmos, y creo que lo que ocurre es una experiencia a la que es tan difícil ponerle palabras que es complicadísimo hacerle justicia y hacerlo interesante. No se llega a comprender esta dimensión. Una amiga mía que acaba de ser madre me cuenta que ahora lee de otra manera lo que yo he escrito sobre la maternidad. Hay algo inasible, que no se puede poner en palabras. Es tan incomunicable que es difícil, parece que una es Santa Teresa y está hablando de mística. Tanto en la parte que tiene que ver con lo luminoso como en la parte que tiene que ver con la soledad de la madre, es difícil escribir. Cuando estás amamantando a tu hijo, puedes estar rodeada de gente y sentirte sola. Es tan complicado explicar o escribir eso o que pueda resultar interesante…
Si lo que merece la pena es producir y consumir, si vivimos en una sociedad orientada a basar nuestra identidad en eso, todo lo que queda al margen no merece la pena. Y lo que queda al margen es la infancia, la familia y los cuidados.
C: Hay una cosa que me llama mucho la atención y que incluso me aterra: Estamos enfocadas en el consumismo, pero ya hemos comenzado a consumir personas. Tinder es la demostración de ello. Instagram no deja de ser otro escaparate en el que vendes tu imagen. He tenido muchas conversaciones con amigas y amigos donde, en el momento en que pasas a ser madre, se te retira del mercado, de la seducción. Dejas de ser interesante o atractiva y a mí eso me asusta. No es el miedo a no gustar lo que me preocupa, sino que, de repente, pasas a una categoría en la que el color se te apaga un poquito.
A. I.: Voy a una tertulia de la tele todas las semanas de la que vuelvo muy maquillada. A veces me han dicho algún piropo y, lo que pasa por mi cabeza es: “no saben que soy madre”, es algo rarísimo tener esto interiorizado.

¿Cómo os habéis encontrado?
A. I.: A través de Eva Serrano, la editora de Círculo de Tiza, una mujer extraordinaria. Era mi editora y casi mi maestra —todo lo que me dice Eva va a misa—, que se ha convertido, después de escribir Feria, en una mujer con la que hablo no solo de libros, sino de mi vida. Me habló de Coco, me dijo que teníamos que conocernos porque éramos ambas como duendes. Cuando quise hacer un cuento, pensé que tenía que ser con Coco.
Feria se convirtió en un arma arrojadiza.
A. I.: Feria me ha traído cosas preciosas y también cosas malas. Cuando te lee mucha gente, esto ocurre inevitablemente. Cuando abres una serie de debates, agradeces que se hable de ciertas cosas. Yo no esperaba ni en sueños toda la repercusión que tuvo: la primera tirada de Feria era de 1000 libros y, tras el discurso de Moncloa, ese fin de semana El País abrió con un reportaje en el que varios jóvenes hablaban de si vivíamos peor que nuestros padres. También hubo muchas críticas y una relectura del libro…
C: Yo lo llamo el “Fenómeno Ana Iris”: hay gente que lee el libro, luego le explican que el libro es fascista y reaccionario, vuelve al libro y opina que sí, que así es.
A. I.: Una amiga mía, en Bumble, se encontró a un chico que ponía en su descripción: “Me gusta ir de cañas, viajar y Feria de Ana Iris”. Han acabado siendo novios, lo cual es precioso. Mi pareja decía que eso era una red flag: hay que ser valiente para decir que te gusta mi libro. Ha habido mucha gente que simplemente lo ha leído y ha discrepado desde el respeto, y eso es precioso también, pero ha habido ataques contra gente real y eso ha sido muy duro. En general, la parte bonita ha sido mucho mayor. Es un libro que ha leído mucha gente que habitualmente no lee: una señora mayor se acercó a mí en la verbena de mi pueblo, me cogió y me dijo: “Hermosa, nunca me había acabado un libro entero hasta que leí el tuyo”. Después de esto, me da igual que me digan que es un manifiesto reaccionario.
¿Cómo es vuestra relación con las redes sociales?
A. I.: En Instagram, los comentarios solo los ve quien te sigue, pero en Twitter son públicos. Entonces, fomentan que utilices el zasca o el descrédito a los demás para conseguir likes y funciona muy bien. Cuando tienes haters en Twitter, que lo hace por sistema y no solo contigo, pienso en cómo será su vida, qué vida tienes que tener por dentro para pagarlo con el afuera. Justo ayer observaba que un hater mío recurrente contaba que tenía depresión y ansiedad, sin trabajo y viviendo con sus padres. También tienes que ser empático y entender lo que hay detrás del otro para que te diga cosas tan malas. Es algo que me ha costado mucho entender: al principio, no lo entiendes. Porque puedes criticar a alguien sin hacer bullying. Estamos muy preocupados por el bullying a los niños, pero no nos preocupamos por cómo nos tratamos entre nosotros. Las redes parecen algo separado de la vida, pero también son la vida: eres una esfera integrada y prueba de ello es que estás todo el día mirando el móvil en lugar de a los demás. Me ha costado más entender que hayan criticado a mi pareja o cuando he escrito sobre mis hijos que cuando se han metido conmigo directamente. Y la tentación es dejar de escribir sobre mi familia, sobre mis hijos, sobre lo que quiero, pero no creo que deba hacerlo. Cuando un problema desaparece apagando el móvil, no es un problema.
C: En Twitter, parece que el objetivo es que te bloqueen. Yo apenas me meto: solo para contar que hay nuevo capítulo del pódcast. Instagram es una red que he disfrutado mucho, pero durante dos años los likes me generaban inseguridad y me hacían valorar mis proyectos; proyectos con los que yo estaba entusiasmada de pronto me generaban dudas. Pero he conocido a tanta gente maravillosa, también, que ahora son grandes amigos…

¿Y cómo es vuestra relación con el aburrimiento?
A. I.: Soy un ser tremendamente rutinario. De pequeña me aburría mucho —Coco y yo fuimos hijas únicas hasta muy tarde—, mi infancia era aburrirme hasta que llegó mi hermano. De lo que más me acuerdo de cuando era niña es de mis propios pensamientos. Era una soledad bonita la mía, confortable, de niña con sus cosas. Ahora me ocurre que lo echo de menos: tengo una profesión en la que es difícil establecer rutinas y echo de menos hacer muchas veces la misma cosa y aburrirme de esa rutina. Mi relación con el aburrimiento es de añoranza.
C: Hemos perdido el saber descansar. Ahora voy a casa, tengo un finde libro y pienso en leer el último libro de no sé quién o ver tal serie para estar al tanto de todo. Tengo una mala relación con el aburrimiento: siento que mis padres fomentaron mucho esta cosa de “¿Te aburres? Invéntate algo” y me lo fui inventando. Y ahora me aburro con bastante facilidad, así que me invento un proyecto, un pódcast… Mi padre insiste en que aprenda a validarme desde el no hacer, y eso a mí me cuesta horrores. Mi gran tarea pendiente es valorarme desde no ser artista, porque me valoro y me defino mucho desde ahí.
A. I.: Es que nos definimos por lo que producimos y consumimos.
C: Eso me hace sentir muy culpable, porque siento que no termino de valorar nada, o que me siento muy caprichosa.
¿Cómo fue vuestra infancia?
C: Mis padres me llevaban todos los fines de semana, veranos y navidades en casa de mi abuela, así que todos mis recuerdos de infancia son de una urbanización en Las Rozas, en las que podía estar en la calle. He vivido las fiestas de los pueblos de alrededor. En Madrid no recuerdo haber salido a la calle. Igualmente, me puedo ver reflejada en este libro: no he vivido una vida de pueblo, pero he sido la nieta de Ricardo, el de la perfumería del barrio.
A. I.: Los barrios de Madrid operan muchas veces como pueblo, en muchos sentidos. He vivido muchos años en Malasaña y jugaba con mis vecinos Samuel y Nico, en la corrala. El de la farmacia era mi amigo, conocía a mi vecina de arriba… el tejido social es parecido al que puede haber en un pueblo. Cuando le digo a mi padre que me gustaría que mis hijos se criasen como yo, me contesta que es imposible y no por un motivo territorial: el cambio es social.
Carolina tenía siete años y vivía en un pueblo en el que nunca pasaba nada. El tiempo en La Sancha transcurría muy despacio, sobre todo en verano, por lo que los niños debían inventarse juegos para no aburrirse. Salvo durante la semana de la feria. Un año, Carolina llegó temprano, se subió al tren de la bruja y, por ser la primera, esta le concedió un deseo. Carolina lo tuvo claro: pidió que todos los días del año fueran feria. Porque ¿hay alguien al que no le guste vivir en una eterna fiesta?