(c) Noelia Olbés

BRENDA NAVARRO: “PARA QUE SEAS ALGUIEN EN LA VIDA, SIEMPRE TIENE QUE HABER QUE TE CUIDE, QUE TE ESTÉ SIRVIENDO”

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Llegué impuntual a la cita. No llegué tarde, sino pronto. Y ella ya estaba allí. Nunca nos habíamos encontrado en persona, pero la reconocí al instante. Lo primero en lo que me fijé de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) fue en sus grandes ojos.  Grandes, vivos, rotundos. Lo segundo, en la dulzura y el tono reposado de su voz. Y pienso en que Brenda es una mujer menuda, físicamente, que pelea y hace la guerra en las trincheras desde su escritura. Ya lo demostró con Casas Vacías (Sexto Piso, 2018), un debut arriesgado y exitoso, una novela que habla de las maternidades cuestionándolas, y lo ha vuelto a hacer con Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), un segundo título en el que también se habla de maternidad, desde un punto de vista distinto a Casas Vacías —el de los hijos hacia los padres y, especialmente, hacia las madres—; en el que se habla, también, de suicidio, de culpas, de racismo y de crítica social.

Tenía muchas ganas de leerlo, la verdad. Muchas. Pero sentí que el libro me abofeteaba en sus primeras páginas. Aquí hace falta contexto para explicarlo. ¿Conoces el macro-festival Mad Cool, que se celebra en Madrid desde 2016? Yo estuve en él en 2016. Y volví en 2017. Y ya no pude volver más. No sé si podré hacerlo en el futuro, de hecho. Yo fui una de las personas que presenció en directo la fatal caída del acróbata Pedro Aunión. Y qué raro es enfrentarse a la muerte, aun cuando has visto a una persona caer al vacío. Lo primero que piensas es que se habrá hecho mucho daño, pero no entra en tu cabeza que alguien acabe de morir delante de ti. Comenté esta desafortunada anécdota con Brenda, que se quedó pensativa antes de decirme: “acabas de hacerme recordar que, cuando yo tenía como 8 o 9 años, yo también vi a una persona caer y no lo recordaba, hasta ahora que me lo dices. Ni siquiera lo recordé escribiendo este libro. Lo había olvidado hasta este momento”.

Ceniza en la boca arranca con la muerte de Diego, un adolescente migrante que termina con su vida tirándose por una ventana. Esta imagen, que su hermana nunca vio, es el motivo para que ella relate la vida de los dos hermanos, desde su México natal hasta España, donde su madre emigró años antes para poder sostenerles; y de vuelta a México portando las cenizas de su hermano. Es una pregunta como un puñetazo en el estómago: qué vida es la que merece la pena vivir. Qué vida te prometieron, qué vida te espera. Qué vida te trazas y hasta dónde te dejan llegar tus circunstancias. 

Brenda tiene dos hijas: una de 17 años y otra de 6: “es como vivir dos etapas de la vida en distintos momentos… y los dos son muy duros. Exigen mucho de ti como persona. La misma rutina de la vida no te permite ser una buena madre, pero creo tengo asumido que soy la mamá que soy. Entonces, en ese momento en el que digo “esto es lo que soy y esto es lo que puedo darles”, ya no me quedo en frustración y les hago saber que esto es lo que soy y que, como lo que puedo ofrecer, podemos negociar de qué forma nos llevamos. Y me funciona bien. Tengo muy claro que no puedo ser otra mamá aunque ellas quieran”. Y es que este es otro de los puntos fuertes de Ceniza en la boca: ¿Qué se le pide a una madre? ¿Se le pide amor, dinero, estructura? ¿Se le pide lo que tiene o lo que no puede dar? ¿Por qué se le pide tanto a ella y tan poco al resto? ¿Y si entramos a valorar lo que recibe o no recibe?

En Casas Vacías el tema de la maternidad está muy presente. También lo está en Ceniza en la boca, aunque desde un punto de vista distinto. ¿Dejan tus hijas huella o influyen en tu trabajo?

Ser mamá te implica ser responsable de otras vidas, no solamente de la tuya y eso es una gran responsabilidad que nadie te dice. Te venden una maternidad en la que hay un bebé al que tú vas a cuidar y todo va a ser felicidad, pero nadie te dice que eres responsable de que ellas puedan tener las herramientas para enfrentarse a una vida que no es nada fácil. Incluso aunque no tuvieras una vida precaria, no es fácil. Pero cuando, además, es precaria, tienes que decirles: “aspira a subir muy alto, pero entiende cuáles son tus herramientas”. Y estas herramientas no son las mismas que tiene alguien en otro contexto. Aspira a ser presidenta del mundo… pero entiende que, probablemente serás presidenta de tu comunidad. Y hay que entenderlo, no para no sueñes, sino para que no vivas una frustración toda tu vida. Creo que es la forma en la que yo quiero decirles que la podría pasar mejor, pero con lo que estoy haciendo, quiero que sepan que yo aspiraba a ser otra cosas, que soy lo que soy y con estas herramientas trato de hacerme la vida más vivible posible. Quiero que sean valientes, me importa que sean mujeres autónomas.

¿Qué es lo mejor y lo peor de la maternidad?

Lo mejor, literalmente, es que estás viendo unas vidas formarse. Aunque en diferentes momentos de la vida pueden cuestionarte o no quererte, es un amor incondicional. Me quieren por el simple hecho de que las he cuidado y, a lo mejor me odiarán pero, en el fondo, me quieren. Que dos seres humanos te quieran por el simple hecho de existir es la cosa más hermosa del mundo. Y la más difícil es asumir, sin arrepentimientos, que pude haberlo hecho de otra forma para ellas. Pude haber encontrado una mejor manera de que ellas vinieran al mundo, que estaba en mis manos y que, por creer que yo iba a poder con todo, tal vez les estoy afectando. Esto es culpa, lo peor es la culpa. Porque siempre pudiste hacerlo mejor y, probablemente, esto sea más social que personal.

Una de las cosas que me ha llamado la atención es que la estela de maternidad continúa pero no hacia abajo, sino hacia arriba: de los hijos hacia a los padres, hacia los abuelos… ¿estaba previsto o surgió con la escritura?

Esto es algo que suelo comentar y bromear: que siempre he estado en contra de la familia. Me parece que es la cosa más dura para las mujeres, pero también para los hombres. No es un rol fácil el de querer convivir con una persona. Estoy en contra de la familia porque te lleva directamente a entender que la maternidad es la familia; aunque exista el padre, aunque tenga todas estas aristas, en realidad la familia es la madre. Además, no existe esa maternidad que nos cuentan. En el caso de las mujeres migrantes está este atenuante de que ellas se vuelven una especie de figura materna para quienes cuidan y dejan su propia maternidad aparcada. Pienso que, si socialmente no hubiera familia, entonces no habría culpa ni este peso tan grande que supone tener que mantener a las personas unidas. Esto es lo que hace la madre de Ceniza en la boca: se da cuenta de que la vida en la que ha crecido y lo que le prometieron no era verdad. Mandó todo a la mierda para cuidar a sus hijos, y no los iba a cuidar por buena persona, sino económicamente. Creo que se asume esto: soy esta madre y me toca alimentar. Todo lo demás es pura faramalla, mucha paja, algo que no sirve de nada.

Ya discutí lo que significa la maternidad: ahora queda claro que está ahí y que ahora mismo, en este tiempo, lo que importa a las madres es sobrevivir. Todo lo demás existe, pero eso es lo importante.

Me llama la atención la crítica a las madres migrantes que dejan atrás a sus familias para venir a trabajar a España y poder enviarles dinero, como si los dejasen atrás por gusto. Ahí hay otra crítica a la madre que no está.

Creo que el discurso podría ser similar al que se hace con los hombres. Cuando se van a trabajar a otros lugares que no están cerca del hogar, están haciendo todo lo posible por dar lo mejor a sus familias. En México hay generaciones de personas que se ha ido a EE.UU. y es muy normal que los padres estén trabajando allí, enviando dinero, todo está bien. Para las mujeres es muy distinto: se considera que ellas han abandonado a sus hijos, que no son responsables y que, además, no son capaces de dar amor. No hay mayor muestra de amor que ayudar a que los hijos subsistan. Los hombres, en México, pueden irse y dejar de pasar dinero a sus hijos y no se les quita la licencia. Siguen siendo padres y pueden haber sido violentadores, pero tienen que ser respetados, mientras las mujeres siguen siendo vapuleadas, incluso por los hijos. La protagonista es así en el inicio con su madre: está enojada con ella, le reclama muchas cosas y se aprovecha de la situación de culpa que sufre la madre. Es muy duro porque, además, es fomentado por la familia.

¿Cuál es el germen de esta historia? ¿Qué te inspiró?

Creo que fue en 2019 cuando conocí la historia de un chico en el sur de Madrid, no recuerdo ahora el barrio, que se aventó de un quinto piso con 16 años. Un vecino, como dice en la novela, había visto, había tratado de llamar a la Policía pero lo vio caer. Me dejó muy impactada porque es un chico de 16 años, simplemente por eso. Me costó entender qué pasó ahí. Además, volví a la información para tener más contexto y me llamó mucho la atención que lo quería llevar directamente al bullying ejercido por un chico al que llamaban El Bolivia. En el libro, El Bolivia es un chico español, el otro es un chico migrante y no va de esto: va de otra cosa. Lo tuve mucho tiempo en la cabeza porque, de pronto, me pregunté: ¿qué es lo que te hizo ruido? ¿que se aventara?, ¿que tuviera 16 años?, ¿que, de pronto, la noticia desapareció y no la he vuelto a encontrar? Una colega tuya me contó que no se permite dar muchos datos en noticias sobre suicidios. ¿Qué está pasando para que los chicos sientan que la vida no vale la pena? Y tú, como adulto, ¿cómo le haces ver la belleza de la vida entre guerras, pandemias, falta de trabajo? Yo no sé cómo hacérselo ver y eso es lo que me motivó a escribir esto.

Por eso quise crear ese contraste entre Diego en la primera parte y la segunda parte, que sucede en Barcelona. El personaje claramente lo dice: “Dios se ha olvidado de mí. Sigo viva, pero yo ya no quiero vivir”. Ella tampoco tiene esa fuerza de decir: “hasta aquí”. Una persona mayor no la tiene. Un adolescente no la tiene. El adolescente, por arrebatado tal vez, se la toma. Pero si aquí hay personas que se están cuestionando “hasta dónde”, quizá deberíamos empezar a preguntarnos hasta dónde vale la pena. Y, cuando nos demos cuenta de que debería ser “siempre vale la pena”, a lo mejor ese es un cuestionamiento más como las estructuras físicas. Y no es una enfermedad mental: es la propia rutina, la propia lógica la que nos hace estar así. No es que no queramos vivir, es que, como dice la canción, “no quiero vivir así, pero no me quiero morir”.

¿Cuál es tu opinión sobre cómo los medios de comunicación abordan el suicidio?

Creo que, por un lado, no presentan el tema de los suicidios como un asunto social, en el que tenemos que estar analizando muchas cosas y, por el otro lado, vienen a enseñarte cómo una actriz se ha suicidado y escudriñan en su vida privada de una manera atroz. Dentro de este contexto, una mujer que parecía tener una buena vida ha sido machacada incluso muerta, pero no vamos a hablar de la gente porque, dentro de este contexto, una mujer que ha tenido una buena vida. Imagina quienes no la han tenido. Ocultarnos esta realidad humana me parece sumamente atroz. Como dice Jean-Paul Sartre, es la pregunta filosófica más importante que se hace el ser humano: ¿me quito yo la vida?, ¿en qué momento tengo ese derecho? Yo soy pro-muerte digna, podría entender por qué una persona no quiere seguir viviendo, pero también creo que, cuando una persona se suicida, también arrebata un poco de vida a quienes tienen cerca. Justo esta conversación es la que a mí me interesa: alguien que se va, descuadra tu vida.

Leí un libro buenísimo llamado Los suicidas del fin del mundo de Leila Guerriero. Es un pueblo en Argentina, en el culo del mundo, donde a nadie le importa, en el que, de pronto, explotó una epidemia de suicidios. Nadie se explica por qué pasó esto, pero sucedió entre los jóvenes. Te das cuenta de que incluso ellos viven en una negación continua y es imposible saber qué pasó. Es un libro muy interesante, que recomiendo.

En tu libro está muy presente, también, el racismo. Las jerarquías no acaban nunca. ¿Hay remedio?

Hay un podcast de comida mexicana que está triunfando en EE.UU. y que escucho porque me gusta. Dentro de ese contexto, la madre un día dice bromeando en inglés: “En México tiene criada hasta la que es criada”. Es una estructura casi colonial de menosprecio hacia el trabajo de los cuidados, el trabajo doméstico, que existe desde hace siglos y que está normalizada. Vengo pensando que aquí se percibe distinto, pero de pronto me entero que les parece bien que una mujer, por 300 euros, les cuide tres niños y, además, les limpie la casa. Y sin prestaciones laborales. El sistema en el que creemos que hay alguien que tiene que servir lo hemos fomentado en trabajadoras domésticas, de cuidados y en todos los sentidos: siempre debe haber alguien que te cuide, que te esté sirviendo, para que tú seas alguien en la vida.

En la novela hablamos de los casos de las trabajadoras y las limpiadoras, pero lo veo en el trato a las dependientas, a las camareras. Este comportamiento es fomentado por la sociedad, por el mercado. En todos lugares está el jefe que te maltrata y exige más de ti. Lo vivimos peor las personas racializadas, pero estaría bueno que nos diéramos cuenta de que se vive a todos los niveles. Y que no es normal, aunque esté súper normalizado. Yo, de pronto, digo: “¡A quemar todo!”. Diego quema todo y manda al demonio a todos. No digo que todo el mundo se suicide, pero sí creo que tendríamos que dejar de creer que todo lo que nos están contando es tan horrible, que esto es lo único. Porque no sé si es planeado por las personas que mueven el mundo, pero sí tiene una lógica: mientras más bombardeada se sienta la gente, más se paraliza. Y una sociedad paralizada no exige cambios, porque tiene miedo de perder lo poco que tiene. Y esto conviene a las grandes corporaciones, a los gobiernos, que pueden seguir abusando.

Pensamos que la familia es el lugar donde te vas a refugiar siempre pero, muchas veces, es una pandilla de desconocidos que carga sus frustraciones en los que les rodean. Parecen cheques en blanco.¿Acabamos con las familias?

Llevo mucho tiempo pensando en tratar de abolir la figura de maternidad y paternidad. No vamos a negar que somos personas capaces de parir y crear vida. Para mí es una cosa preciosa, dar una vida me parece increíble. Pero sí creo que, en el momento en que empecemos a cuestionar qué es ser madre, qué es ser padre, y empecemos a pensar más en las infancias, tendremos un panorama bien distinto. En vez de pensar en una ley de corresponsabilidad, de cuántas semanas le dan al padre para que se haga cargo, de cuánto trabajo tiene que aceptar una mujer porque tiene que cuidar, yo partiría de qué vamos a hacer con todos estos niños que están naciendo. En el momento en que pensemos en la infancia y en sus necesidades de cuidados, de desarrollo, de educación, de cultura, porque son la inversión de nuestro futuro —y mira cómo te lo digo—, en ese momento nos quitamos de un montón de problemas, de conflictos entre géneros, porque estamos hablando de personas que van a ser la sociedad del futuro.

Tengo un poco de miedo, porque cuando dices que quieres abolir el concepto de maternidad, van a venir estas personas que están comprando niños a invisibilizar todo lo que significa parir un hijo. Tengo un poco de miedo porque puede parecer que quiero que se acabe la maternidad, que paramos y que los niños se vuelvan una mercancía. Antes de que se vuelvan una mercancía, que se vuelvan ciudadanos. Y esto tiene que ver con Diego: tiene la oportunidad de que se le respete como un ser humano, como es. Inmediatamente le dices que es menor de edad, no tienes capacidad de pensamiento o decisión… subestimamos, incluso, si quiere tener o no el cabello largo. Esta tutela que tenemos sobre la infancia es la que deberíamos revertir.

Hablar de este libro me resulta muy complicado porque me hace llorar una cosa que yo he escrito. De hecho, mi hija mayor tiene esta anécdota: cuando terminé de escribir el tercer capítulo, fui a su cuarto y le dije: “me voy a sentar un ratito contigo, estoy triste”. Me preguntó por qué y yo le contesté que era porque se había muerto un personaje de la novela. Y me dijo: “Mamá, ¡pero si tú lo has matado!”. Siento que quiero mucho a Diego porque creo que nos representa a todos. Hablo un poco de nosotras, que fuimos niñas, pero también hablo de los niños ahora.

 

CENIZA EN LA BOCA, BRENDA NAVARRO

Diego salta desde un quinto piso y desde entonces esa imagen no deja de taladrarle la cabeza a su hermana: seis segundos y un cuerpo estrellándose contra el suelo. Es ella quien echa la vista atrás y cuenta la historia de los dos hermanos. Su llegada al mundo en un hogar en el que la vida nunca fue justa. Los años que pasaron en México con sus abuelos, mientras su madre se buscaba la vida en España, y era ella, aún niña, quien se hacía cargo de Diego. La etapa en Madrid, una ciudad que no entendían y que tampoco los entendía a ellos. La primera separación, cuando ella se marchó a Barcelona a abrirse camino y su hermano se quedó en el lugar que más odiaba. Y el regreso de ella, cargando las cenizas de Diego, a un México muy distinto al que recordaba. Esta novela narra el viaje emocional de una joven que intuye las razones del suicidio de su hermano adolescente y protagoniza su propio síndrome de Ulises, en el que ni la ida ni la vuelta son realmente destino. Una historia de separaciones y abandonos, de anhelo y de rabia, de pérdida e iniciación a la vida, en la que Brenda Navarro aborda con enorme valentía cuestiones esquivas como la desigualdad, la xenofobia o el desarraigo, y que la confirma como una de las narradoras más potentes y audaces de nuestra literatura. Intenso, visceral y demoledor, Ceniza en la boca es un libro que quema y plantea la dolorosa pregunta de qué vida merece la pena ser vivida.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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