Confieso, que, hasta hoy, no sabía que se celebraba el día de la mujer rural.
Y, cuando pienso en un ejemplo de mujer rural, la primera persona que pasa por mi cabeza y por mi corazón es mi tía Elvira. Mi tía vive en Cosuenda, un pequeño pueblo de la ciudad de Zaragoza, situado en las faldas de la Sierra de Algairén, en la comarca de Cariñena. Mi tía me decía de pequeña que el nombre de Cosuenda proviene de “casa honda”, pues el pueblo está escondido, en un pequeño valle. Su pueblo, que también es el mío aunque yo no naciera allí, es un pueblo pequeñito, con su río, con su balsa con peces de colores. Con su Torreón de la Lisalta en lo alto, recientemente restaurado. Con su iglesia, con su San Bernabé. Con sus mujeres cuidando de la parroquia. Con su mercadillo semanal. Con sus calles en cuesta. Con el bar del pabellón, con las piscinas, con las pistas donde, de jóvenes, nos tumbábamos en las noches de verano a ver el cielo repleto de estrellas. Con sus estrellas fugaces. Con sus peñas, con sus bodegas. Con su camino a la Fontanilla -el merendero-. Con su figura de San Cristóbal en un cruce de caminos. Con su Raso de la Cruz, con su fuente de agua cristalina. Con sus escuelas. Con su horno. Pero, sobre todo, con sus vecinos. Entre ellos, mi tía Elvira y mi tío Domingo.
Mi tía ha sido mi segunda madre. Me llevaba con ella todos los veranos, cuando mis padres trabajaban a turnos. Cuando nos dejaban a mi hermano y a mí en el pueblo, se iban llorando. Cuando nos recogían para volver al cole en septiembre, la que lloraba era mi tía. Mi tía me acostaba en un colchón al lado de su cama cuando yo era pequeñita, para que no me cayese si me daba la vuelta dormida. Mi tía cuidó de mi hermano y de mí como si fuéramos sus propios hijos, los que no pudo tener ella, por tener, como nos contó una vez, el “útero infantil”. Qué buena madre fue mi tía, aunque no de sus propios hijos.
Mi tía nos sacaba a pasear todos los días de verano, después de comer. Con ella, cogíamos hierbas aromáticas, flores silvestres, moras. Con ella hacíamos conservas de verduras de la huerta: tomates, pimientos, melocotón en almíbar, cerezas. Con ella y su buena amiga Marina, que en paz descanse, hacíamos rosquillas en el garaje de su casa. Qué ricas las rosquillas con la receta de la abuela Marina.
Mi tía hacía la sopa más buena del mundo. Con manzana, cebolla y “carne de mayor” (de cordero). Cocinaba genial. Y cocinaba para complacernos. Si lo que más nos gustaba eran los espaguetis con tomate y la pechuga empanada… eso nos hacía prácticamente a diario.
Con mi tía íbamos al antiguo lavadero, a lavar las sábanas con alguna que otra vecina que nos encontrábamos. Ahora nadie lava en el lavadero que, hace años, era la red social por excelencia.
Mi tía, como todas las mujeres de los pueblos, sabía hacer cosas con sus manos. Cosas realmente útiles. Cosas a las que ahora, quizá, no damos el valor que tienen.
Cuando llegaban las fiestas patronales, a mi tía le encantaba ir a las vaquillas. No se perdía ni una sesión. El encierro de la mañana (luego, la asociación de amas de casa invitaba a chocolate), las vaquillas de la tarde (con sus pasodobles), el toro de ronda de la noche. Nos llevaba a los antiguos cafés-concierto, donde alguna teta y algún culo vimos, porque había strip-tease a las cuatro de la tarde.
Hablo de ella en pasado, pero mi tía Elvira está viva. Está viva, pero ya no es ella. Hace unos cinco años, tras la boda de mi hermano (su niño bonito, qué feliz fue cuando se casó, se hizo dos vestidos para la ocasión, estaba pletórica), dejó de tomarse su medicación para el párkinson y sufrió una descompensación que la dejó a medio gas. O a menos de medio gas. Ese fin de semana, cuando salió del hospital, viajé con mi hijo lactante y mi padre al pueblo para cuidarla y estar con ella. Estaba medio grogui. Ese día, se me cayó el mundo encima. Ese día, el mundo, tal y como lo conocía, terminó para siempre. Mi cuidadora ya no me iba a poder cuidar más. Ya no iba a ser la misma persona, Elvira, la Pinchelas, la mujer de fuerte carácter, alegría inmensa, folclórica a su manera. La que valió para todos. Y por la que poco podemos hacer ahora, que no valemos para ella.
Pero tiene a su lado al amor de su vida, a mi tío Domingo. Con ochenta y muchos años, todavía la llama “pequeña”, o “cariño”. Ha insistido en cuidarla personalmente. Ha renunciado a la vida en una residencia. Porque no quiere estar sin ella. Porque, si uno desaparece, estoy convencida de que el otro le seguirá enseguida.
Podría contar una y mil historias de mi mujer rural favorita. La amo tanto… si soy como soy, lo bueno que tenga, es gracias a ella también. A sus cuidados y a su amor. Ahora, por desgracia, estamos lejos y no puedo verla tanto como me gustaría. A veces, hablamos por teléfono pero no sé si realmente sabe bien quién soy.
Entre lágrimas, aquí va mi homenaje a todas las mujeres rurales. Y también a los hombres. Y, sobre todo, a mi pueblo, a Cosuenda. Gracias a este pueblo, a todo lo que he vivido en él, soy tan feliz. Mi felicidad se apellida Elvira. Se apellida Domingo. Se apellida Cosuenda. Se apellida amor.
9 respuestas
Me acuerdo de como era Elvira perfectamente. Era una señora muy “zalamera” y encantadora. Me entristece saber que este enfermita.No recuerdo quien eres, pero tu tía si estuviese con sus 5 sentidos estaría súperorgullosa de ti.
Solo darte la enhorabuena por tus bonitas palabras hacia tus tíos y tu pueblo que también es el mío. Besicos
Muchas gracias, Begoña. Somos afortunadas por disfrutar de Cosuenda y sus gentes.
Un abrazo,
Victoria
Soy Susana acabo de leer el homenaje a tu tio Domingo que ha entrado a tomar cafe al bar parroquial. Me costaba leerlo por que me emocionaba. Tu tio pobresico llorando escuchaba tan bonito homenaje, te manda muchos besos y abrazos
Muchas gracias, Susana. Yo sé lo leí por teléfono y me costó muchísimo también… ojalá pudiera estar cerca de ellos. Echo tanto de menos estar con ellos en nuestro pueblo precioso…
Mil gracias.
Victoria me ha encantado tu homenaje a tu tía Elvira, no lo conocía, solo decirte que me emocionan tus palabras.
Un abrazó
Muchísimas gracias. Hoy he vuelto a leerlo con emoción y también con melancolía. Mil besos