Hace pocos días me senté, junto a mi cómplice la actriz e ilustradora Elena Sánchez Escandell, en una butaca de La Badabadoc en Barcelona. Primera fila, para que todo nos empape siempre. Delante de nosotras, a pocos centímetros, un colgante de techo con bisturíes y unos fórceps. Debajo, un capazo de bebé iluminado. Por delante, hora y media de Malparida, comedia dramática de la compañía La maièutica que denuncia la violencia obstétrica. Sobre el escenario, Lis Moreno, Martí Costa y Carla Torres Danés intentan arrojar luz ante un hecho demasiado frecuente: que las mujeres no sepamos poner nombre a lo que nos pasa después de un parto traumático. A veces nos llaman locas o nos juzgan de malas madres: simplemente, se les ha olvidado explicarnos cuáles son las consecuencias de una mala práctica obstétrica. También se les olvida que la violencia no debería ejercerse en nuestros cuerpos y que cómo nacemos, importa.
Yo misma me vi reflejada en la Maniobra de Hamilton que me practicaron en mi primer parto, sin mi consentimiento, sin explicarme nada más que “vamos a simular una contracción” y sin necesidad: mi hija nació con menos de 39 semanas y poco más de dos kilos y medio de peso. Como llegué al hospital una noche en la que no había mucho lío, y para no enviarme a casa de vuelta, ya que andaba por ahí, me rompieron la bolsa, me pusieron un enema, me inyectaron tanta epidural y terminaron sacando a mi hija con una ventosa. Mi segundo parto no fue un camino de rosas: por resumir, diré que entre mis dos partos llevo encima el 90% de lo que la OMS considera que es violencia obstétrica. Pero yo no lo sabía, y no lo supe hasta años más tarde, cuando mi amiga y psicóloga Marta Giménez-Dasí puso en mis manos Parir, el libro de Ibone Olza.

Entré en la sala con miedo y, aunque lo intenté fuerte, no pude evitar que la ansiedad se me agarrase a la boca del estómago. En el escenario vi a una pareja que me recordó en muchos momentos a la mía propia. Ojalá yo hubiera tenido una amiga, en cualquiera de mis dos partos, que me hubiera hecho las preguntas adecuadas. Ojalá antes de parir hubiese tenido la oportunidad de ver esta obra. Supongo que otro gallo hubiera cantado y yo no arrastraría el dolor y la frustración que me han acompañado durante años.
Carla Torres Danés es productora y actriz. Ella es Isabel, madre de un bebé de seis meses con el que no ha desarrollado el vínculo que esperaba. Carla, en la vida real, es madre Simona, una niña de nueve meses: «Para mí lo mejor de la maternidad es la transformación de tu mundo, de todo tu ser y el descubrir que sí existe un amor incondicional que todo lo puede, absolutamente todo. Lo peor, sin duda, el sueño y el sistema social en que vivimos, que no contempla maternar como la vivencia más importante para una misma y para la sociedad, y que estamos criando a las futuras personas del mundo que habitamos». Su maternidad tiene mucho que ver con el nacimiento de Malparida: «El germen de Malparida como proyecto que se hizo realidad, se creó una noche postfunción de la anterior producción de La maièutica —Nyotaimori, espines del sistema—, cuando Laura Verazzi vino a ver la función. Cenando me contó lo que estaba empezando a escribir yo estaba embarazada de 4 meses y le rogué que me mandara la obra a medida que la fuera teniendo».
A Carla la violencia obstétrica le resuena cerca: «Mi primer contacto real con la violencia obstétrica fue este texto, a pesar de que ahora sé que seguro había sufrido antes de alguna forma u otra. Meses más tarde, en mi parto, sufrí violencia obstétrica por parte de una comadrona y gracias a haber leído y trabajado ya un poco la obra (aún no habíamos empezado proceso de creación) pude decir “no” a esas manos que ya me habían dañado, así que el resto de mi parto fue gestionado por profesionales amorosos y delicados. Decidimos subirla al escenario porque era una obra muy “maieuticable”, es decir, muy en la línea de lo que es el arte que creamos, con mensajes que creemos que deben llegar al público y sacudirle. Con Malparida tenemos grandes ilusiones que es hacerla llegar a muchísimas personas y públicos, pueblos, ciudades, concursos, convocatorias e incluso países. ¡Todo será bienvenido y muy muy deseado!»
Laura Verazzi habla del germen de Malparida desde este lugar: «Mientras escribía la obra me junté con Carla a cenar, en plan amigas, para charlar de la vida. Entre otras cosas, le conté que estaba escribiendo Malparida, que aún no se llamaba así. Solo sabía que era una obra para encarar la problemática de la violencia obstétrica y que sería una obra “seria-seria” pero un poco comedia y que, además, yo quería que fuera agradable de ver. Que diera ganas. Como una especie de “caballo de Troya” para introducir un debate que no estamos teniendo. Ese era el plan. Carla, que en ese momento estaba embarazada, se interesó. Recuerdo este momento y me hace mucha gracia. Le empecé a contar las primeras dos escenas de la obra, en plan “entonces está Isabel que se pelea con Amador y le cae Blanca a la casa de sorpresa y entonces esto, y entonces aquello, y esta parte es muy graciosa…”. Y Blanca, que es argentina, decidió hacer tal cosa. Esos personajes ya habían nacido. Carla me dijo que quería leerla cuando la tuviese, y ahí empezó todo».

Aunque Laura no es madre, no era ajena a esta problemática: «Yo venía recolectando en mi cabeza un montón de mini relatos. Cosas que se velaban en charlas de café o de sobremesa, que me hacían ruido. Pero eran temas que salían en el plano de los titulares, en los que no se profundizaba nunca. No era un “algo” consolidado, sino tan solo ideas sueltas. Hasta que, un día de verano, leyendo el libro Mamá desobediente de Esther Vivas, me topé con el capítulo que se llama “Mi parto es mío”. Ahí terminé de conectar todos los cables. Algo está pasando y no estamos realmente hablando de ello, me dije. Además, cuando me propuse escribir una obra que abordara la violencia obstétrica, terminé de constatar que mucha de la gente a la que se lo comentaba no sabía —pero de no haber escuchado ni una palabra— de qué se trataba y, cuando lo charlábamos, siempre se terminaba la conversación en un “tienes que hacerlo”. Y lo hice. No tengo claro qué va a pasar, pero algo pasará seguro. Las cosas que nos dicen al salir del teatro son increíbles. Las personas conectan con sus historias personales. Se ven reflejados en los personajes. Que esto pase, es todo. Las personas conectan porque, según dicen, le estamos dando visibilidad a sus propias historias. Y yo creo que, también, porque Malparida es una historia de sanación, de luz. Y quienes han vivido situaciones feas, también pueden ver esta luz. Los mensajes que recibimos son preciosos, ¡es muy bonito lo que está pasando!»
Malparida no es una obra cualquiera. Tampoco La maièutica es una compañía cualquiera: es una compañía especializada en construir retratos de realidades contemporáneas que despiertan la inquietud de repensarnos como individuos y como sociedad. «Creemos en el arte como herramienta de transformación», cuenta Carla. «El germen de La maièutica somos Mireia Isal y yo misma, trabajando juntas en Bambú Cia. de teatre, la compañía predecesora de lo que somos ahora, una compañía integrada por actores con y sin diversidad funcional y con audiodescripción y lengua de signos integradas en las obras. Decidimos, durante el confinamiento, abrir horizontes con un nuevo nombre y una nueva configuración, las dos como socias y equipo nuclear, y seguir creando piezas escénicas que nos transformaran».