María José Solano (Sevilla, 1975) es historiadora del arte, escritora y gestora cultural. También es cofundadora de la revista literaria Zenda, coeditora de la colección de novelas clásicas del sello Zenda-Edhasa y columnista en el diario ABC, donde también conduce el pódcast Casa de Fieras. Además es la madre de Arturo, de 17 años, y la amante platónica del desaparecido autor británico sir Patrick Leigh Fermor. Es platónica porque ella lo conoció tarde, a través de las páginas de una biografía sobre Fermor —a quien sus amigos llamaban Paddy— escrita por Artemis Cooper y que desencadenó su flechazo. Esta es la historia de un amor platónico por lo imposible: él falleció diez años antes del momento en el que María José emprendió un viaje para seguir las huellas de su paso por Grecia. Yo, como el librero de Kardamili con el que la autora conversó en un momento de su viaje y tras nuestra conversación, opino firmemente que, si la hubiera conocido en vida, Paddy también se habría enamorado de ella.
Con poco equipaje, varias libretas y muchas ganas, María José llegó al aeropuerto de Atenas y alquiló un coche para emprender este viaje iniciático. Caminó por las calles que años atrás anduvo Paddy, comió y bebió en las mismas tabernas y buscó la complicidad de los vecinos para arañar más datos a su biografía. Así, recorrió Atenas, Hidra, Corinto, Epidauro, Micenas y Creta —entre otras localidades— hasta llegar a Kardamili, donde Paddy y su mujer, Joan, levantaron una preciosa mansión de piedra con vistas al mar —hogar que cedieron al Museo Benaki de Atenas para que entre sus muros continuase sucediendo la magia, pero que hoy es posible alquilar por unos cuantos miles de euros la noche, convertido en un lujoso alojamiento—.
Entre las páginas de Una aventura griega. Tras los pasos de Patrick Leigh Fermor (Debate, 2023), María José da buena cuenta de lo mucho que amó Paddy y también de su faceta como héroe de guerra, pero, sobre todas las cosas, da cuenta del privilegio de poder amar sin censuras desde las páginas de un libro. María José ama con las palabras porque en ellas encuentra todo lo que hay que saber sobre las pasiones y, desde luego, sabe bien que existe una manera de viajar sin apartar la vista de las letras contenidas en un buen relato.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?
Yo daba clases de Historia del Arte en una universidad privada en Sevilla. Cuando me quedé embarazada y lo comuniqué al director de la universidad, no le gustó. Cuando me di de baja para parir hablé con él y me dijo que, cuando me incorporase, ya veríamos qué plaza habría disponible para mí, que podría ser desde docente hasta comercial. Valoré la situación que me ofrecían después del parto y el tiempo que podría dedicar a mi hijo, que era muy poco. Decidí quedarme al lado de mi hijo y estuve siete años dedicada a su crianza y educación hasta que volví a incorporarme al mundo laboral. Hice el curso de doctorado al poco de nacer Arturo. A los dos años, cuando entró en la guardería, hice mi tesina. Vinimos a vivir a Madrid e hice un máster de Gestión Cultural que me abrió las puertas de la Real Academia Española, donde he estado diez años. Lo que nunca hice fue dejar de formarme mientras cuidaba a mi hijo.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
La maternidad es tener un hijo. Yo no la entiendo como una nueva forma de vida: para mí la maternidad es algo es normal. Una persona lectora—y yo lo soy— lo que hace es comprender al ser humano y la maternidad es una faceta del ser humano. Igual que comprendes la muerte, la enfermedad, los celos, la pasión, el sexo o el amor, comprendes la maternidad. Para mí no fue el descubrimiento de un cuerpo nuevo, de un amor especial: simplemente es una fase más de mi vida. Lo interesante del nacimiento de Arturo fue conocer a un ser humano desde su origen, comprender la complejidad del ser humano de cerca. La comprendía desde la literatura: ahora la veo encarnada en alguien muy amado. El amor te ayuda a comprender las cosas. Entendiendo la maternidad como ser madre de un hijo me ayudó a mirar el mundo comprendiendo su complejidad.
No se habla de la maternidad: se habla del concepto clásico de la maternidad. Así como hemos revisado todos los conceptos, no hemos revisado el de maternidad. La modernidad en la maternidad es, o bien descubrirte el cuerpo a ti misma, lo que es ridículo, o hablar de la maternidad como si fuera la revolución industrial. Ni una cosa ni la otra: hablemos de la maternidad en el siglo XXI, la que nos ha tocado vivir a nosotras.
Hay una maternidad que estamos intentando encajar. Las mujeres, en este sentido y en este momento vamos a otra velocidad.
Absolutamente de acuerdo. Vamos a una velocidad biológica y el mundo a una velocidad tecnológica que nos arrastra. Nosotras seguimos en el neolítico con todo lo que implican los cambios hormonales, el embarazo, el cuerpo, la relación de pareja…
La maternidad es un temazo para la literatura, pero es curioso que parece no despertar interés hasta que no llegas a ella.
Hemos sublimado la maternidad. Antes era una cosa normal, nadie construía literatura sobre ella. La maternidad no era un hecho narrable. De hecho, los grandes momentos maternales de la historia que uno pueda recordar se relacionan con niños que se crían en estado salvaje —Rómulo y Remo con una loba, por ejemplo—. No hay una narrativa de sublimación de la maternidad porque no le correspondía. Nos corresponde ahora cuando la maternidad es tan difícil, cuando somos madres muy mayores, cuando los hijos se convierten en el centro de un universo singular que hemos creado para ellos. Antes no había razones para sublimarla, como no había razones para sublimar la noche de bodas.
A las madres se nos da por hecho.
Ahora lo tomamos como una revancha, pero la historia del ser humano es una historia de partos, muertes, partos, muertes y así, sucesivamente. Es cierto que ahora nos corresponde, desde la perspectiva que cada una tenga, movernos en ese conflicto. Pero esto es un problema del primer mundo. Mi madre parió siete hijos, tuvo tres abortos, tuvo a los hijos que quiso tener. Quizá por haber sido hija de esa madre me parece la cosa más normal del mundo parir, enfermar, enterrar a los hijos, hablar de abortos…
Esta “aventura griega” tiene una historia que contar, incluso desde su portada. ¿Cómo surgió esta fotografía?
Todo es fruto del azar en este libro, del feliz azar del lector. La primera portada iba a contener una foto de Paddy a los 21 años, una foto en la que aparece guapo, sonriente, con sus rizos en Ítaca. Era julio, el libro tenía que entrar a imprenta para que saliese en septiembre. Yo estaba en Mallorca dando un curso de la UNED. De repente, recibo una llamada de mi editora, Paloma, que me dice que un organismo regulador de las fotografías de Paddy impide que usemos esta foto. Solo se pueden usar fotos suyas para libros escritos por él, no sobre él. En pleno julio comenzamos a hacer pruebas para una nueva portada, pero aunque había trabajos estupendos, no era lo que quería. Pedí permiso para hacer la foto que yo tenía en mente. Elegí a Jeosm para hacer esta foto y le dije que quería que la imagen narrase la historia de una chica que busca a un chico al que nunca encontrará, porque está muerto. Son dos cuerpos que nunca van a llegar a tocarse. Es una especie de infierno de Dante, una maldición de los amantes. En la vida de Paddy, el agua está muy presente: cruzó nadando el Helesponto cuando tenía 69 años, tenía una sirena tatuada…
Jeosm supo qué foto hacer, pero necesitábamos una piscina. Todo el mundo estaba de vacaciones menos David Summers, que es muy amigo nuestro y nos prestó su piscina. Llegamos con bocadillos de jamón, champán y vino de Jerez a meternos en la piscina para la foto. Como no había nadie más, ahí estoy yo en bikini y a mi lado aparece mi amigo Guillermo Garabito.
¿Cuál fue tu primer flechazo?
Mi primer flechazo fue Ulises, y esto tiene mucho que ver con Paddy. Leí una biografía de Artemis Cooper sobre él. Todo lo bueno que me ha pasado me ha pasado siempre en torno a una biblioteca o un libro. Arturo Pérez Reverte siempre dice que hay un azar del escritor, pero yo creo que el azar es del lector. Los psicólogos lo llaman “afinidades electivas”: uno va buscando cosas que no sabe que busca, pero se produce ese encuentro. Y tú vas predispuesto a que ese encuentro se produzca.
Este libro acababa de ser traducido al español y llamó mi atención. Al leerlo descubrí un personaje que entroncaba directamente con mi ideal del héroe clásico mediterráneo y complejo. Me parece increíble que ese héroe, siglos después, se hubiera encarnado de Paddy de manera tan perfecta. Me lancé a leer todo lo que había sobre él y escrito por él. La mejor manera de cerrar este círculo de pasión era ir a buscarlo. Quería saber dónde había vivido, quería ver la luz de los lugares, la tierra que había pisado. Por eso puse mis ahorros para viajar veinte días a Grecia. Llegué a Atenas, alquilé un coche y llegué hasta el fondo del Peloponeso, donde estaba su casa.
Ahora, alojarse en la casa de Patrick Lee Fermor en Kardamili cuesta unos cinco mil euros la noche.
Hubo un acuerdo entre el Museo Benaki de Atenas y un gestor de hoteles de lujo. Cuando yo llegué estaba en obras.
Uno de los protagonistas es el retsina, ese vino que te acompaña a lo largo de todo el trayecto.
Es un vino sencillo, de mesa, que se toma frío. Me recuerda a los vinos blancos de mi infancia andaluza, a los vinos sevillanos baratos que te ponían en cualquier tasca, ese vino fresco que es un poquito amargo. La resina del barril le da ese sabor áspero que se queda en el retrogusto. Es como un agua de colonia que se puede beber.
El libro es parte del viaje como el viaje es parte del libro.
Fue algo muy singular: fui a Grecia con mis libretas para apuntar cosas. Pérez Reverte me animó a escribir este viaje por entregas en Zenda y así lo hice. Utilizando mis recuerdos, el diario y otros fragmentos, lo escribí. La editorial me pidió que lo ecualizase, que le diese una espina dorsal sólida y lo que hice, varios años después, fue revivir este viaje. Una aventura griega viene a revisar todo aquello. En parte, es algo que también me conecta con Paddy, que escribió sus libros de viaje treinta años después de haber viajado, por lo que la conexión todavía estaba más en carne viva, el escribir más con la imaginación que con el deslumbramiento del viaje.
Paddy tuvo relaciones con varias mujeres estando en pareja y así lo reflejas también en el libro, sin prejuicios.
Parece que estamos descubriendo ahora el amor, pero cuando uno lee se da cuenta de que lo que nosotros llamamos ahora “poliamor” era un tema clásico. Sobre ello escribieron Aristófanes, Ovidio, entroncando con Shakespeare, Lope, por supuesto Cervantes… La complejidad del ser humano, mirada con la lucidez del que lee, es la literatura. Tener una relación, estar enamorado, tener relaciones sexuales con muchas mujeres, abandonarlas, amarlas, que ellas te amen a ti, que te dejen, que lloren, que te quieras matar, que intenten asesinarte, que duermas con ellas, que tu mujer te lo perdone, que no quieras perdonar… todo ese universo complejo de sentimientos que genera el ser humano en torno a él es así desde siempre, desde la noche de los tiempos. Cambiamos los escenarios y las herramientas, y perdemos la memoria, pero la estructura es la misma porque el ser humano es así. Las bibliotecas están ahí para recordarlo, pero la gran desgracia es que nadie las consulta.
Paddy y Joan, su mujer, eran grandes lectores. No te digo que ella aceptase a Paddy tal como era porque había leído, pero, en parte, si uno lee, acepta cosas que a otras personas le parecen abominables. La lectura te da el conocimiento del ser humano y, si conoces al ser humano, sabes que eso forma parte de la estructura básica del comportamiento. Leer es conocer. Ella lo amaba sobre todas las cosas, tenían una relación en la que él era un gamberro, un ligón, un aventurero. Era muchas cosas, también un niño pequeño y un romántico, todas las cosas que puede ser un hombre complejo.
Después de leer este libro y charlar contigo, estoy segura de que Paddy se habría enamorado de ti de haberte conocido.
Eso decía el librero de Kardamili con el que charlé. Con su inglés pobre, primero decía “You love Mihalis”. Yo le contestaba que sí, claro, y luego él me decía: «No, no: The love is for you”. Paddy se llamaba Patrick Michael y muchos le llamaban Mihalis —Miguel en griego—.
¿Has tenido algún momento de duda en tu amor por Paddy?
Yo amo a muchos héroes, pero a este lo he escrito. Mis grandes amores son los héroes literarios: todo lo pasional que hay en mí nace de una biblioteca. Conozco mejor a los héroes ficticios que a muchos hombres. De alguna manera, quizá eso también me lleva a conocer al ser humano a través de ellos. Al fin y al cabo, los héroes ficticios no son más que el resultado de la experiencia de una persona que pone su cabeza, su pluma, su corazón y su mirada. En todos los libros siempre hay vidas. No hay ninguna duda de mi amor por él: lo sigo amando. Me hizo el gran regalo de morir antes de que pudiera conocerle, por lo que mi amor permanecerá intacto. Jacinto Antón me echa la bronca desde el prólogo porque lo idealizo, pero lo hago porque es mío, es mi personaje y lo idealizo porque me gusta así. Para eso está la literatura: para hacer lo que uno quiere hacer. También soy consciente de que existen sombras, pero es de primero de arte que las sombras acentúan la luz. Que, sin sombras, no hay luz posible con lo cual, claro que sí. Conozco sus sombras y me gusta cómo es. Y como soy una entusiasta y una fetichista, así lo cuento.
Solo aquellos que hayan vivido los ardientes fuegos de un amor irrefrenable podrán comprender las razones que llevaron a María José Solano a dejarlo todo y emprender en solitario Una aventura griega. Acompañada únicamente de una maleta de mano y los libros del objeto de su pasión, el héroe de guerra y cronista viajero Patrick Leigh Fermor (1915-2011), la escritora abraza los restos de su legado en el país de los olivos.
Camina por las mismas calles en las que él, célebre por aventuras épicas en el país heleno, había vivido mil correrías y affaires secretos; brinda con uzo y retsina en las tabernas en las que él se embriagó con su círculo bohemio y, acaso igual que él, sueña con la posibilidad de encapsular el pasado mágico de un país rebosante de tesoros arqueológicos.
En este singular trayecto, que se puede leer casi como un romance con la obra fermoriana, Solano hace escala en lugares legendarios como Corinto, Micenas, Epidauro, Esparta o la isla de Hydra, donde Leigh Fermor (Paddy, para los amigos) pasó una larga temporada en una mansión ahora -cómo no- declarada en ruinas. Desde cada uno de esos enclaves, capitales para entender la figura del aventurero, la escritora sevillana declara su amor eterno a un personaje tan singular como enigmático, con sus luces y sus sombras, siempre impetuoso y, hasta su último aliento, impulsado por un hambre insaciable de acción y conocimiento.