Hay dos cosas que son así y que han sido así hasta ahora. Y que, seguramente, hasta que sepamos un poquito más, seguirán siendo igual. Una de ellas es que la depresión existe, pero se niega como enfermedad. Otra de ellas es la buena intención de quien está cercano a una persona que sufre: esa persona —yo misma he sido esa persona— cree que, con su actitud y sus palabras, puede aliviar o solucionar los problemas a los que se enfrenta una persona deprimida. Esos problemas son problemas de salud. Ni más ni menos problemas que los que acarrea una gastroenteritis o una rotura ósea. Y las enfermedades, hasta ahora, no se han curado nunca con buenas intenciones.
Como va a ser inevitable que nuestro instinto, nuestro aprendizaje y nuestra forma de socializar nos hagan meter la pata con las personas que sufren una enfermedad tan común como es la depresión, el abogado y periodista colombiano Juan Carlos Rincón Escalante (Cúcuta, 1991), enfermo de depresión, ha escrito una guía muy útil para que sepamos qué funciona y qué no en nuestra relación con ellos. Se llama La depresión (no) existe y en él, además de contarnos su situación con gran fluidez, sencillez y empatía, nos propone formas de lenguaje y de relación dirigidas a intentar hacer más cómodas las situaciones cotidianas a las personas enfermas que nos rodean. Es una invitación a olvidar el manido “¡No estés triste!” y una mano tendida a la empatía, la comprensión y el respeto hacia la salud mental. El libro, además, cuenta con la coautoría y las ilustraciones de Cecilia Ramos (La Ché), que aportan franqueza, simplicidad y naturalidad a los textos.
La depresión es una enfermedad que afecta al 6,7 % de la población española. Más de dos millones de personas en España toman ansiolíticos y su consumo por parte de mujeres dobla al de los hombres. Sorprende que, a día de hoy, sigamos teniendo tan pocos psicólogos por número de pacientes (6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, tres veces menos que la media europea) y tantos medicamentos recetados.
Charlamos con Juan Carlos sobre su depresión, sobre tabúes y sobre esperanzas.
¿Cómo te encuentras?
Gracias por la pregunta. Han sido días difíciles en meses difíciles. Los confinamientos son especialmente dañinos para la salud mental y más aún cuando de por sí tienes una mente propensa a sentirse atrapada. Entonces, si te soy sincero, no ando muy bien. Respondo a eso con terapia, ejercicio, comida y tomándome mis medicamentos, pero han sido días complejos. Algo que sí me emociona es poder llegar a España con este libro. Lo que decimos con Cecilia, la ilustradora y coautora, es que por lo menos a tanto dolor tenemos que sacarle algo a cambio. En nuestro caso, es este aporte para hablar mejor de depresión.
La depresión y la salud mental siguen siendo tabúes hoy en día. La enfermedad mental está estigmatizada. ¿Cómo acabar con esta negación que tanto daño hace a nuestra salud mental y a nuestra sociedad?
Un primer paso es aprender de otros movimientos sociales y salir del clóset. Las raíces del tabú contra la salud mental son muchas, pero todas alimentadas por lo mismo: que se trata de situaciones invisibles. Si tu ves a alguien con el brazo roto pues no se te pasaría por la cabeza decirle: oye, te estás inventando ese dolor. Pero como no vemos la ansiedad, la depresión y todos los trastornos de ánimo, pues nos cuesta empatizar con lo invisible. Entonces necesitamos hablar abiertamente de esto. Ayudados en la ciencia y en los testimonios personales de las millones de personas que padecemos problemas de salud mental, podemos tener conversaciones mucho más sinceras y productivas. También podemos, espero, construir una sociedad mucho menos hostil. Que entendamos que todos por dentro cargamos dolores y vulnerabilidades que no deberíamos tener que esconder.
¿Cuánto tiempo hace que sufres depresión?
Es difícil señalar el momento en el que empezó la depresión, porque es un proceso invisible y complejo. No es como si un día la tuviera y al otro me despierto la tengo. Pero lo que hemos pensado con mis terapeutas es que hace unos 11 años tengo síntomas. El diagnóstico llegó hace siete años y es una lucha constante.

¿Cómo pueden, familiares y amigos, acompañar mejor al enfermo con depresión?
Esta es una gran pregunta que, además, me llena de esperanza. Porque esa es precisamente la actitud que debemos tener. En el libro hacemos una apología a la empatía radical. Es decir, dejar a un lado prejuicios, abandonar la idea de que tenemos que “salvar” a la persona deprimida, y más bien comprender, con humildad, que estamos ante una situación muy compleja. La mejor manera de acompañar a alguien con depresión es guardar silencio y escuchar. Escuchar de verdad. Decirle: no puedo sentir lo que sientes, pero no importa, aquí estoy contigo y te voy a acompañar. Si no juzgamos, si no presionamos, si no nos sentimos frustrados, ya estamos creando un lugar seguro para que la persona exprese lo que siente y vea que no está sola.
¿Qué frases o actitudes de su entorno consideras que te han ayudado a lidiar con tu enfermedad?
Hay frases mágicas que, aunque sencillas, me han ayudado a abrirme a los demás. Por ejemplo: ¿quieres contarme lo que sientes? Me gusta esa formulación porque no impone nada, no me pide que me justifique, sino que me deja toda la agencia. Me abre una puerta y me dice que si quiero hablar, me escuchan. También me ha servido mucho cuando me dicen que no es mi culpa, que no tengo fallas de carácter, que mi mente me está mintiendo y que es válido lo que siento. Una vez una pareja me ofreció pedir cita en el médico por mí y es una de las cosas más atractivas que alguien me haya dicho: en medio de mi parálisis y frustración, ella me extendió la mano que necesitaba y me llevó a una profesional. Ese tipo de acercamientos son muy útiles.
Todos, con nuestras mejores intenciones, intentamos animar al enfermo de depresión pero, a veces, solo conseguimos empeorar su ánimo. ¿Cuáles son esas frases que pensamos que van a funcionar y que, en cambio, son tan nocivas?
Por tener buenas intenciones, nuestro primer instinto es solucionarle el problema a la persona deprimida. Intentamos consolarla. Le decimos: no estés triste, piensa que lo tienes todo en la vida, piensa que hay personas peor que tú, piensa que te ves tan bien. Cada una de esas ideas son dañinas porque frustran y hacen que la persona se aísle más. Entonces, por querer ayudar, terminamos empeorando las cosas. Por eso el libro está construido en torno a errores comunes y de buena fe. Y hace un llamado a la humildad: empezar por reconocer que no hay fórmula mágica ni una frase que te salve de la depresión, sino que necesitamos un acompañamiento más complejo y una conexión más humana entre quienes padecemos la enfermedad y quienes nos acompañan. La buena noticia es que sí podemos tener mejores conversaciones. Sí podemos acompañar mejor a las personas. Solo nos toca cambiar nuestras respuestas automáticas y abrirnos al mundo de la salud mental.

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