¿Cuántas veces has escuchado esta frase? Quizá, hasta la hayas dicho en algún momento, creyéndote la más moderna y moderada del lugar. Quizá antes tenía un pase, cuando no nos molestábamos en mirar en el diccionario el significado de la palabra “feminismo” y lo primero que se nos venía a la cabeza es que era el antónimo de la palabra “machismo”. Este error semántico, esta frase hecha, esta mentira dicha mil veces para convertirse en verdad, como mentira que era, tuvo las patas muy cortas: solo hubo que buscar la definición.
Feminismo:
Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.
Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo.
Me ha sorprendido la cantidad de mujeres, en mi entorno, familia y cercanías, que han inundado esta pasada semana sus redes con mensajes como estos:
Pero, sin lugar a dudas, el que más ojiplática me dejó fue este:
Mi madre ha muerto por COVID-19. Mi madre murió sola en un hospital de Zaragoza. Mi madre luchó durante 10 meses contra el cáncer. Pasó por cinco tratamientos distintos, sin éxito hasta el quinto. Mi madre fue diagnosticada de COVID-19 en la mañana de un martes. Esa misma tarde, la esperábamos en Madrid para someterse a un autotransplante. Mi madre estuvo acompañada durante toda su enfermedad. Hasta que la COVID-19 apareció para aislarla y llevársela. Sin funeral, sin condolencias, sin velatorio. Sin ella. Sin nada.
Mi madre fue una madre trabajadora y pasó más de 40 años ejerciendo su profesión en un hospital. En mi casa, mi padre y mi madre trabajaban los dos, tanto dentro como fuera. Nos enseñaron, a mi hermano y a mí, que debíamos ser capaces por nosotros mismos, que debíamos ser respetuosos, que éramos iguales. Crecimos educados en valores feministas cuando todavía no se ponían etiquetas.
Mi madre no olvidó, ni un solo 8 de marzo, felicitar a sus compañeras, a sus amigas, a sus familiares, a mí, su hija e incluso a sus nietas. Mi madre no querría esto. Los fallecidos por COVID no merecen ser moneda de cambio. Merecen respeto. El mismo que las mujeres. Y estas ideas peregrinas me sugieren todo lo contrario.
La ONU celebra este día desde 1975 y es un homenaje a las mujeres que lucharon por el derecho al voto, la mejora de sus condiciones laborales y la igualdad entre los sexos. Cada año, millones de mujeres salen a la calle para reclamar justicia, ni más ni menos que eso. Aun con todos los avances conseguidos, la ONU calcula que la igualdad de género podría conseguirse en 2030. ¡2030! Llevamos más de cien años luchando y ningún país del mundo ha logrado la igualdad de género real.
Desde MaMagazine defendemos un feminismo inclusivo, ecologista, que invita a los hombres a sumarse a esta lucha —que beneficia al conjunto de la sociedad—, antirracista, defensor de los cuidados, de la crianza, de la libertad, de la sostenibilidad y de la humanidad. Un feminismo sin complejos, que discrimina positivamente. Un feminismo respetuoso y a la vez beligerante. Nunca violento.
He leído a Ibone Olza, a Virginie Despentes, a Chimamanda, a Caitlin Moran. Me he bebido a tragos a Lina Meruane, a Annie Ernaux, a Emma Clit, entre muchísimas otras. Busco la complicidad de los hombres feministas en los versos de Javi Oliva y las viñetas de Javirroyo. Todos y cada uno de los libros de los que hablo me los han regalado mujeres que me conocen y que me quieren. Han puesto en mis manos y en mi cerebro armas de destrucción masiva. De destrucción de prejuicios, de “yo pensaba qués”, de “¿por qué no sabíamos esto?”. Con sus dedos me han despojado de la venda de comodidad machista que invadía mis ojos.
He trabajado en ambientes intensamente machistas y no he sabido luchar contra ellos. Aunque percibía el tufo, no sabía cómo defenderme. Así que intentaba desarrollar un “comportamiento masculino” para sobrevivir en esas junglas.
En casi todas (excepto en una) mis entrevistas de trabajo me han preguntado por mi situación personal. Si tenía novio. Si tenía novia. Si estaba casada. Si tenía hijos. Me lo han preguntado hasta en inglés, en la prueba conversacional.
El examinador del carnet de conducir puso su mano debajo de mi muslo durante el examen, cuando yo iba en la parte de atrás del coche. No me atreví a hablar. Suspendí, por cierto.
Sufrí violencia obstétrica y no fue hasta años más tarde que fui consciente. Sigo estando traumatizada por ello.
Pero a veces, cuando comparto estas experiencias, me encuentro con mujeres que me dicen que a ellas nunca les ha pasado eso, que será porque siempre han sido muy listas e independientes. Me encuentro con hombres que se cansan de escuchar algo que es tan importante para mí y que ha tenido un impacto tremendo en mi vida. Dicen que ya está bien de recrearse en los detalles malos. Yo les digo que es fácil decir eso, muy fácil, cuando uno no va a dar a luz en su vida. ¿Cómo puedo hacerme entender? ¿Por qué las víctimas de acoso laboral, de violencia obstétrica, de abusos sexuales no tienen credibilidad?
Me siento más apoyada por otras madres, en algunos casos, que por los padres de mis criaturas. Porque hay muchos hombres que dicen ser feministas al compartir a rajatabla la cuenta de una comida o una cena —¿no queríais igualdad? Pues pagamos a medias, ¿no?—. La igualdad la quiero, claro. Quiero igualdad salarial. Quiero igualdad en el reparto de las tareas domésticas. Quiero no sufrir violencia por el mero hecho de ser mujer. Quiero respeto a la maternidad, pues todos hemos salido del mismo sitio, joder… ¿O acaso conoces a alguien que haya nacido debajo de una lechuga o por generación espontánea, como las setas? Todos somos hijos de una madre, de un útero. Respeto a eso, por favor.
Que tu pareja vaya a hacer la compra y te pida la lista de lo que necesitáis en casa no es igualdad: es delegar en ti la carga mental. No es un héroe por bajar al súper. Que te vea limpiando y te diga “¿qué quieres que haga? ¿limpio el baño?” no refleja igualdad. Refleja vergüencita porque, de no haberte visto a ti limpiando, no se hubiera molestado en observar si el baño está o no limpio. Nada me parece más sexy, a estas alturas del partido, que un hombre que sepa cuál es el ciclo correcto de la lavadora. Que sepa armar el tetris que es un lavavajillas. Que sepa qué talla de pie tienen sus hijos. Que sepa cuándo pasar la lendrera. Que detecte cuándo sus hijos necesitan un corte de uñas. O una ducha.
Como dice Octavio Salazar en su libro La vida en común después del coronavirus: “Si el machismo siempre mira hacia atrás, en una especie de bucle melancólico con respecto a un tiempo en el que nadie cuestionó nuestro dominio, el feminismo siempre lo hace hacia delante”.
Las feministas somos luchadoras, pero no somos gilipollas. Sabemos manifestarnos sin arriesgar las vidas de nadie. Bastante arriesgamos, todos los días de nuestra vida, nuestras propias vidas.
5 comentarios
Magnífico y emocionante artículo! Gracias por ser tan generosa y por tu forma de comunicar sin complejos. Te admiro. Que viva la madre que te parió!
Que bonito y que directo!!!!