Mi primera experiencia laboral, a principios de los 2000, se parecía más al modelo Mad Men que a otra cosa: muchos hombres en traje, fumando, con cochazos, tomando copas después de un “duro” día de trabajo. Muchas chicas jóvenes alrededor, secretarias, estudiantes en prácticas viviendo nuestras primeras experiencias profesionales. Cuando comienzas tu andadura en este terreno no conoces las reglas ni te planteas, en muchos casos, cambiarlas. Simplemente las asumes e intentas llevarlo lo mejor posible. Ante la falta de referentes, intentas ser tú misma en algunos casos o, todavía más fácil, adoptas los patrones que observas para llegar donde crees que puedes llegar. Y en la mayoría de ocasiones, estos patrones eran masculinos.
Por suerte, todo esto está cambiando (aunque no al ritmo que desearíamos) y, aunque nos parezca increíble que se sigan permitiendo brechas salariales o que en las entrevistas de trabajo nos sigan preguntando si tenemos marido o hijos (aunque esté prohibido), ya contamos con nuevos referentes y con mujeres generosas como Teresa Baró (Barcelona, 1962), especialista en comunicación personal en el ámbito profesional que, con su ejemplo, nos ayudan a tomar conciencia de nuestras posibilidades y nos hacen más llevadero el camino. Su valentía la llevó a fundar y dirigir Verbalnoverbal, una consultoría especializada en desarrollar competencias comunicativas en todos los niveles de la empresa.
Teresa acaba de publicar su nuevo libro, Imparables, la primera guía completa de comunicación profesional específica para mujeres, que sucede a otros títulos como Inteligencia no Verbal o Manual de la comunicación personal de éxito, entre otros. En Imparables, Teresa pone a nuestra disposición, con la voluntad divulgativa que la caracteriza, su experiencia personal con el objetivo de que ésta sirva para acortar el camino a otras mujeres, porque al final todas acabamos pasando, en mayor o menor medida, por lo mismo.
Esta entrevista es el resultado de una charla tremendamente interesante sucedida hace pocos días, en la que rápidamente pude percibir que las habilidades de Teresa y su puesta en común con todas las personas que nos acercamos a su obra y a su labor son realmente algo que reconocer. Teresa es una pionera y es muy justo agradecer que comparta sus conocimientos con nosotras, con el ánimo de hacernos mejorar, en un país en el que el saber hacer, en muchos casos, se guarda como si fuera un tesoro, como si compartirlo con los demás fuera a arrebatarnos nuestro privilegio. Y eso es un error que, poco a poco, gracias a la valentía de profesionales como Teresa, se va subsanando. Brotes verdes para la esperanza.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre?
Yo era profesora de Lengua en una escuela, cosa que no me llenaba en absoluto. Pero por circunstancias, porque fue el trabajo que encontré, aunque ya quería dedicarme a la comunicación, allí me quedé. Cuando llegaron mis hijos sí pensé que el horario de profesora me ayudaría en el día a día y la crianza. Pero los hijos crecían, la insatisfacción en el trabajo continuaba, cada vez me sentía más frustrada y no tenía perspectivas de mejora. Finalmente, me lié la manta a la cabeza, comencé a reciclarme y, aunque fue duro, empecé a buscar trabajo como RR.PP. o en ámbitos de marketing y comunicación. Al no encontrarlo, decidí montar mi propia empresa, mi propio proyecto.
Muchas mujeres han decidido emprender tras ser madres. ¿Crees que las mujeres emprendemos cuando no encontramos hueco para nosotras en un mercado laboral que quizá tiene demasiados prejuicios respecto a eso?
Estoy absolutamente segura de ello. Es más: muchas mujeres emprenden cuando no se sienten reconocidas en las empresas donde trabajan, cuando ven que su esfuerzo, sacrificio, dedicación y compromiso no se ven recompensados. Cuando dan puestos o proyectos para los que están perfectamente preparadas e ilusionadas a otras personas, normalmente un hombre, que no ha trabajado tanto como ellas. Esta frustración, muchas veces, nos lleva a tomárnoslo con más calma y a cumplir con lo justo, a ceñirnos a nuestro horario sin dar más de nosotras mismas o, si somos mujeres valientes, inconformistas y emprendedoras, nos lanzamos a emprender nuestros proyectos propios. Esto es muy frecuente y además es cierto que suele pasar a los treinta y tantos años, cuando ya has probado y sufrido el mercado laboral, ves que tienes que conciliar y piensas que emprender te lo va a permitir, cosa que no siempre es así. También muchas mujeres tienen éxito con sus emprendimientos.
A grandes rasgos, ¿qué características destacarías como principales en el estilo comunicativo de las mujeres y cuáles en el estilo comunicativo de los hombres?
Si hablamos de patrones tradicionales, los estereotipos que nos han inculcado y que ahora van cambiando, hablaríamos de una comunicación en las mujeres más relacional, que procura fortalecer los vínculos de las relaciones, que es más empática, que escucha más, que es más conversacional y más diplomática también, en general. En cambio, una comunicación de los hombres es más directa, más clara probablemente, más informativa y no tan conversacional sino que, en muchas ocasiones, tiende al monólogo. Ellos hablan y lo hacen seguros de lo que dicen, sin importarles lo que los demás, a veces, piensen o contesten. En cambio, las mujeres siempre estamos preocupadas por el efecto que tendrán nuestras palabras en las demás personas.
Esta característica femenina de la comunicación, en los ámbitos familiar, social y de amistad está muy bien pero, a veces, en el ámbito de la empresa no se nos entiende. No es que sea malo: es que no se nos interpreta correctamente. ¿Por qué? Porque la empresa todavía, especialmente en algunos sectores, es una organización que está basada en patrones de comunicación masculinos, o cuyos modelos de liderazgo son, sobre todo, masculinos.
¿Cómo crees que podemos acabar con este Síndrome de la Impostora que suena cada vez más fuerte y que es muy común y transversal a todas las mujeres? Todas nos hemos sentido impostoras, todas hemos sentido ese miedo. No conozco hombres que hayan sentido este temor: los hombres hablan con una seguridad y una certeza que quizá sean más relevantes que el mensaje que quieran lanzar.
Las dos mujeres que le pusieron nombre a este síndrome eran dos científicas, dato importante (Pauline Clance y Suzanne Imes hablaron por primera vez de este síndrome en 1978). Ellas se dieron cuenta de que esto sucedía, sobre todo, en mujeres que habían conseguido logros importantes en sus carreras. Este síndrome es muy frecuente entre las mujeres: todas lo sufrimos con más o menos intensidad dependiendo del momento vital en el que nos encontremos. Al final, siempre acabamos pensando que no somos suficientemente buenas, que habrá alguien mejor que nosotras, que, algún día, descubrirán que no valemos tanto como parece…
¿Cómo superarlo? Sobre todo, valorando realmente lo que hemos conseguido a lo largo de nuestras carreras. Sentándonos un día y enumerando nuestros logros, preguntándonos por nuestras fortalezas y debilidades: qué estudios tengo, dónde he trabajado, qué han dicho de mí otros compañeros, jefes o clientes. Debemos colocar esta información en una especie de repositorio, convertirlo en una herramienta positiva que nos refuerce cuando aparezcan las dudas, porque este síndrome nos ataca cuando menos lo esperamos. Por ejemplo, cuando nos ofrecen un nuevo puesto y no nos vemos capaces. ¿Cómo que no? Si te lo proponen, es porque han visto que eres capaz. No te frenes a ti misma, no te pongas barreras. Para mí, uno de las mejores antídotos contra el Síndrome de la Impostora es decir que sí cuando te propongan algo. Aunque estés asustada, aunque pienses que no vas a dar la talla. En este sentido, a veces son mucho más objetivos los de fuera que una misma.
¿Cómo podemos educar a nuestras hijas para fortalecer sus cualidades de liderazgo? ¿Qué podemos hacer por ellas para que no tengan esta falta de referentes que nosotras hemos sufrido?
Esto es importantísimo, es fundamental. A veces, no nos damos cuenta de que estamos condicionándolas. No debemos limitar nunca la expresión de sus ideas y opiniones y deseos. No decirles que no valen para eso, o que qué saben ellas… Hay una serie de frases que nosotras hemos escuchado de nuestros padres y que nos han cortado las alas. No debemos decirles “esto es lo que hacen los chicos” o “pareces un chico”, porque esto lo perciben como algo negativo y van a dejar de tener actitudes de valor, visibilidad o incluso de autoridad. Dejarán de ser más competitivas. Lo que haría es impulsarlas y animarlas a que hagan cosas, que vivan aventuras… si se mueven o hablan como un chico no hay que decirles nada: ellas tienen que encontrar su propio estilo de comunicación. Si son mujeres muy firmes, que dan un puñetazo sobre la mesa, que se ponen serias delante de 50 hombres, que puedan hacerlo sin sentirse mal.
Lo que nos ha limitado normalmente a nosotras ha sido que, si nos comportábamos de una manera más propia de los chicos, entonces éramos mal vistas, era feo para una mujer. Nos iba a castigar la vida, nos decían “si dices que no siempre, no te vas a casar nunca”, como si casarte fuera la única opción en la vida. Hay una serie de limitaciones en función de los patrones de comunicación: nos han limitado en estilo de comunicación y eso, en la empresa, lo echamos en falta.
Siendo optimistas, existe una evolución. Muchas mujeres, cuando accedían a puestos ejecutivos o de dirección, cuando todavía eran pioneras, adoptaban un tono comunicacional y una actitud que se asemejaba al tono y actitud masculinos: tenían que ser más agresivas que ellos. Creo que ahora hay mujeres que no responden a ese patrón. De hecho, durante la pandemia, se ha hecho visible que sus dotes de liderazgo y gestión son superiores a los de otros hombres en las mismas posiciones: hablo de Angela Merkel o de Jacinta Arden, entre otras. Ya existen estos ejemplos, ¿eres optimista respecto a esto?
Soy optimista en el sentido de que todos vamos a comprendernos mejor: los hombres tienen que comprender mejor cuál es nuestro estilo de comunicación y no malinterpretarlo, porque a veces, por la forma de expresarnos, puede parecer que estamos menos preparadas o menos seguras de lo que decimos, pero solo es una apariencia, una forma de hablar. Nosotras tenemos que darnos cuenta de que en el mundo de la empresa, donde la productividad es importante, evitar ambigüedades, hay una parte del estilo de comunicación masculino que es mucho más eficaz. Por lo tanto, tenemos que aprender los unos de las otras y tenemos que compartir estos patrones de comunicación para encontrar una comunicación más efectiva. En el libro cuento que me gustaría superar que algún día dejásemos de hablar de comunicación masculina o comunicación femenina: este sería mi deseo, mi objetivo. Porque al final lo que queremos es que las personas, en general, se comuniquen de una manera eficaz, que la gente las escuche y que lideren y lleguen a los cargos que merecen las personas competentes, en lugar de juzgarlas muy superficialmente por su forma de expresarse. Hasta que llegue esto, las mujeres tenemos que adoptar, a veces, algunos de estos estilos más firmes y fuertes porque si no, no nos escuchan. Porque si no, no podemos acceder a determinados cargos directivos o tener la visibilidad que desearíamos. Por lo tanto, quizá ahora mismo estamos en un proceso de cambio, en un momento de aprendizaje y necesitamos dominar los dos estilos hasta que llegue el momento en el que no haga falta poner etiquetas.
¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje en tu trayectoria profesional?
Creo que cada día aprendo. Pero uno de los aprendizajes diarios para mí es superar el Síndrome de la Impostora: creo que esto lo tenemos realmente muy arraigado y es complicado. Cada día tenemos que hacer el ejercicio de pensar que podemos asumir nuevos retos y que podemos hacerlo tan bien como cualquier otra persona que quizá tenga más voz o visibilidad.
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